jueves, 15 de octubre de 2020

BÉCQUER: LA POESÍA Y TÚ. Conferencia de Américo Ferrari

Presentado por el poeta Juan Carlos Marset, entonces delegado de Cultura, el reconocido ensayista peruano Américo Ferrari inauguró el II Encuentro Sevilla, Casa de los Poetas con la conferencia titulada "Bécquer: la poesía y tú", celebrada en el Salón Colón del Ayuntamiento hispalense, el 14 de noviembre de 2005. Cerró el acto Alfredo Sánchez Monteseirín, alcalde de la ciudad.


Salón Colón, Ayuntamiento de Sevilla, 14 de noviembre de 2005


domingo, 4 de octubre de 2020

Algunas impresiones sobre Rafael Montesinos

El pasado 30 de septiembre de 2020, en el antiguo convento de Santa Clara de Sevilla, Francisco José Cruz intervino en el Homenaje a Rafael Montesinos, a los cien años de su nacimiento. Compartió mesa con su viuda, Marisa Calvo, el crítico Rafael Roblas y el periodista Ángel Pérez Guerra como moderador.


      Este artículo precisa y desarrolla en algunos detalles los comentarios que Fran Cruz hizo durante el acto.

Algunas impresiones sobre Rafael Montesinos

En 1996, tuve el honor de ser invitado al XXIV Congreso de Arte Flamenco, celebrado en Sevilla y dirigido por Manuel Herrera Rodas. Allí conocí personalmente a Rafael Montesinos, pues ambos participamos en una mesa redonda sobre la poesía del cante donde –con su inconfundible voz pastosa, ya débil por la edad, ensimismada, como si hablara para adentro– leyó unas pocas cuartillas sobre la soleá, estrofa que él ha contribuido a su hondura y belleza literarias, sin menos cabo de su sabor popular. Pero fue en mi primera juventud, recién arrepentido de mis adolescentes veleidades surrealistas, cuando descubrí su poesía en la muestra antológica La verdad y otras dudas[1], libro que aún me acompaña y cuyo paradójico título resume bien una de las características de este mundo poético.

      Cada vez que he vuelto a los versos de Rafael Montesinos, en distintas etapas de mi vida, he tenido al leerlos los mismos sentimientos encontrados de placer y disgusto por una rara mezcla de hallazgos y rémoras, incluso dentro de un solo poema. Admiro sin paliativos sus decisivos estudios de Gustavo Adolfo Bécquer, que despejan su figura y su obra de malentendidos, medias verdades y falsedades enteras, hasta dibujarnos una imagen del autor de las Rimas mucho más justa y acorde a la realidad en que vivió. Pese a dar por sentado que la actitud del crítico ante la escritura es de índole casi opuesta a la del creador, me causa cierta extrañeza que la distancia objetiva que Montesinos aplica a sus exhaustivas investigaciones de auténtico sabueso, desaparezca del todo de su poesía, la cual incurre en rezagos románticos que seguramente no hubiera aprobado en Bécquer. Me refiero, según él mismo reconoce en Los años irreparables[2], a ese «malsano y demoledor sentimiento de nostalgia» por la inconsolable pérdida del paraíso de la infancia. El abuso de palabras como dolor, tristeza, sufrimiento o pena –esta última de resonancia flamenca–, desinfla en parte las emociones, impidiendo así que el lector las sienta con plena intensidad. Este exacerbado regodeo en la melancolía, rayano en el victimismo autocompasivo, me sorprende aún más si tenemos en cuenta que está expresado en poemas escritos muy temprano, a los veintitantos años. Al leerlos, sin embargo, se diría que reflejan la angustia propia de alguien maduro, lleno de experiencias adversas. En el ya citado libro de recuerdos, Montesinos confiesa que «en el fondo de mi pecho, en mi soledad de siempre, nunca, nunca he dejado de ser niño», aunque sus versos proclamen que lo dejó de ser muy pronto:

pobre niño perdido por mi infancia

y, antes de tiempo, viejo[3]

      Este constante estado de congoja, aliviado a veces por un humor amargo, revela una tan patética como prematura consciencia del paso del tiempo.

      Indisoluble de la añoranza por su niñez, se encuentra la que el poeta siente por su ciudad natal desde que en 1941 se trasladó a Madrid con su familia, siendo muy joven. Salvo algunos detalles de rincones íntimos, la imagen de Sevilla que con más frecuencia aparece en sus versos es la típica del río Guadalquivir, la Giralda o la Semana Santa, elementos que eleva a categoría de símbolos de su visión estereotipada y decadente:

Calle de la Sierpes,

donde están las sillas,

donde está mi infancia

recién fallecida,

jugando ¡la pobre!

a las cuatro esquinas,

de cuerpo presente,

con mi historia encima.[4]

      Si esta suerte de chovinismo lírico, entreverado con el tópico mito de la infancia feliz, me causa un rechazo instintivo, me atrae especialmente de Rafael Montesinos, además de sus audacias léxicas (cambios de contexto de frases hechas, construcciones inesperadas o transformación de sustantivos y pronombres en adverbios), que potencian sus significados en todos los niveles de la lengua, su versatilidad formal, capaz de reunir en un mismo poema estrofas y metros populares y cultos, como es el caso del titulado «A Rafael Alberti»[5], donde, entre los cuartetos y los tercetos de un soneto, se intercalan seguidillas, alegrías o fandangos. Esta gran flexibilidad técnica –que tanto echo de menos en los poetas de hoy– favorece el juego de los contrastes entre espacios y tiempos distintos, entre hombre y paisaje, entre el que fuimos y el que somos, enriquece sus enfoques temáticos e incentiva un sui generis don imaginativo. Así ocurre, por ejemplo, en «Homenaje para mi centenario»[6], escrito a los veinticuatro años con una premonitoria e inusual distancia irónica de sí mismo, que la severidad de los alejandrinos blancos subraya:



      O en «Oración a Dios Padre»[7], cuya primera parte, de las tres que tiene, revierte el mensaje bíblico con un atrevimiento insólito, dada la ortodoxia religiosa que rige casi siempre esta obra:

Te estoy soñando, Dios, te estoy creando,

porque soñarte es crear tu nombre.

Siento el terrible afán del primer hombre,

que a su imagen te hacía sollozando.

 

Estaba en soledad el hombre cuando

sintió que su interior se desgarraba

[…]

Y dijo: «Hágase Dios». Y Dios se hacía,

con su carne mortal, con su esperanza

de eternidad –con la esperanza mía–

      Rafael Montesinos escribe a tumba abierta, sin medias tintas, es un poeta de emociones extremas. Su visceralidad, al margen de múltiples diferencias de mundo y tono, me recuerda a veces a la de Miguel Hernández o Félix Grande, sobre todo en ciertos poemas amorosos, cuya penetración estremece, como en «Infinito y amor»[8], poema de extirpe quevediana, donde la unión amorosa va más allá de la carne y el tiempo.

      Creo que de su carácter agónico surge lo mejor y lo peor de esta poesía, no exenta de cierta retórica proveniente de los cancioneros medievales, la cual alcanzaría en el barroco su máxima expresión:

Al hombre que quise ser

le duele por vez primera

no poder retroceder

al niño que ser quisiera.[9]

      Concluyo estas impresiones encontradas sobre la poesía de Rafael Montesinos con estas sencillas soleares, en forma de albada diurna, cuyo pícaro erotismo juvenil, lejos de lamentar un amor perdido, rescata con candor el deseo de un adolescente enamorado:

Canción perversa de junio

 Déjame dormir la siesta

contigo, amor, en tu cama;

contigo, aunque no la duermas.

 

Palabras te iré diciendo

que antes de salir de mí

resbalarán por tu cuerpo.

 

Las altas horas del sol

con su silencio serán

cómplices de nuestro ardor.

 

Déjame dormir la siesta

contigo, amor, en tu cama;

contigo, aunque no la duermas.[10]

Francisco José Cruz

Carmona, octubre de 2020



[1] La verdad y otras dudas 1944-1966 de Rafael Montesinos (Ediciones Cultura Hispánica, Madrid, 1967).

[2] Los años irreparables de Rafael Montesinos (introducción y notas de Francisco Alejo Fernández, Universidad de Sevilla, 3ª edición aumentada, 1999).

[3] Versos del poema «Perdido por mi infancia», incluido en El libro de las cosas perdidas (1946).

[4] Versos del poema «Calle de la Sierpes», incluido en Las incredulidades (1948).

[5] Incluido en País de la esperanza (1955).

[6] Incluido en El libro de las cosas perdidas (1946).

[7] Incluido en País de la esperanza (1955).

[8] Incluido en País de la esperanza (1955).

[9] Versos del poema «Paseo», incluido en Las incredulidades (1948).

[10] Incluido en Canciones perversas para una niña tonta (1946).


Casa de los Poetas y las Letras,  Sevilla, 30 de septiembre de 2020



viernes, 2 de octubre de 2020

Lecturas de J.M. Caballero Bonald y Piedad Bonnett en el I Encuentro Sevilla, Casa de los Poetas

José Manuel Caballero Bonald y Piedad Bonnett, presentados respectivamente por los poetas Juan José Téllez y José Julio Cabanillas, ofrecieron sendas lecturas de sus poemas el 22 de febrero de 2005 en el I Encuentro Sevilla, Casa de los Poetas, dirigido por Francisco José Cruz, bajo los auspicios del Ayuntamiento hispalense, siendo delegado de Cultura Juan Carlos Marset.


Real Alcázar de Sevilla, 22 de febrero de 2005