domingo, 24 de enero de 2021

Antonio Deltoro, entre el pasmo y la lucidez

Mi admiración por la poesía de Antonio Deltoro precede a nuestra ya vieja amistad e involuntariamente la propicia. A veces, ciertos hallazgos no son tan casuales como parecen, sino el resultado de una predisposición a encontrar eso que, en cada etapa de la vida, uno necesita para enriquecer su experiencia personal o lectora, que, en el fondo, viene a ser la misma. Algo así me sucedió cuando, a comienzos de julio de 1994, Chari y yo visitamos en Lisboa al poeta venezolano Eugenio Montejo, quien, por entonces, era consejero cultural de la embajada de su país en la capital lusa. En su casa, donde nos hospedamos pocos e intensos días, Chari descubrió, bajo el sello de Pequeña Venecia, una reciente antología de poesía hispanoamericana, a cargo del crítico peruano Julio Ortega. Espigando sus páginas, sin demasiado detenimiento, nos salieron de pronto, al paso, unos versos de Deltoro que nos incitaron a leer enteros esos poemas. Después de tantos años, ya no recuerdo cuáles fueron ni qué nos atrajo de ellos. El caso es que aquella inesperada y breve lectura nos animó a buscar a su autor con el fin de publicarlo en Palimpsesto, lo que hicimos en el nº 10 de la revista, correspondiente a 1995, donde aparecen cinco poemas suyos. A partir de esta lejana fecha, gracias a un asiduo intercambio epistolar y telefónico, fueron cimentándose nuestro perdurable afecto y mi gradual conocimiento de su poesía, cada vez más dentro de mí, al punto de preparar una muestra de ella, titulada Poemas en una balanza, para el nº 14 de nuestra colección de libros, en 1998. Así que, cuando a finales del año siguiente, vino a Carmona, aprovechando un viaje por España –la tierra natal de sus padres, exiliados tras la guerra civil–, tuve la ilusoria impresión de que no era la primera vez que nos veíamos. Tan inmediata corriente de empatía surgió entre nosotros que, habláramos de lo que habláramos, parecíamos reanudar conversaciones anteriores con renovado entusiasmo, en las que las afinidades literarias y confesiones personales colmaron todas las expectativas de aquel inolvidable encuentro. Desde entonces, ya se han cumplido dos décadas de una entrañable y fructífera relación con un hombre condescendiente, discreto y comunicativo a un tiempo, tan atento a mis cosas como yo a las suyas, pese a los quince años de diferencia entre ambos. Siendo un innegable maestro para mí, siempre me ha hecho sentirme a su misma altura. Su temprano interés en mi poesía me supuso, en su momento, un decisivo estímulo por venir del primer poeta de su importancia que, a la menor oportunidad, la ha difundido en sus ámbitos de influencia. Mi estrecho y constante trato con Antonio Deltoro, ya sea a distancia o in situ, en México o Carmona, me ha permitido aprender de un lector sui géneris, libre de prejuicios, capaz de poner en contacto poemas muy disímiles e identificarse con ellos, aunque estén lejos de su propia escritura. Prácticas de este tipo son habituales en sus ensayos y en sus talleres. En estos últimos, recomendaba la ruptura a los alumnos que optaban por la continuidad y continuidad, a aquellos que se inclinaban por la ruptura, como benéfico ejercicio contra cualquier dogmatismo de escuela.

      Este espíritu abierto, receptivo, en el que, según reza uno de sus aforismos, se contempla «lo cordial como ruta»[1], rige también su poesía, que es, por encima de todo, la simple y misteriosa celebración de la vida, sin más normas ni obligaciones que la de dejarse llevar por la curiosidad o el ensimismamiento. Para ello, es necesario estar predispuesto al asombro, ese que «tiene que ver con la admiración y el pasmo»[2] ante la realidad circundante y el propio mundo interior, a los que la libertad imaginativa de la infancia confunde y transforma. Una actitud evasiva, alérgica a la disciplina rutinaria o a la atención forzada, privilegia el ocio, el recreo y el juego en poemas como «La plaza» o «Azoteas», espacios de asueto, de distracción, para estar con los otros y con uno mismo. En ellos, el poeta ve y siente con los ojos del niño, pues «el recuerdo no habita el pasado, sino el presente»[3].

      Dotada de una extraordinaria materialidad, la poesía de Antonio Deltoro está llena de relieves, matices, ecos y reflejos, donde las imágenes se ven, se oyen y se tocan en una plasticidad inusitada, tan dúctil y golosa a la vez, que algunos poemas, a duras penas, resisten la tentación de mantener el tema principal que los guía, desplegándose en diversas direcciones de sentido, sin perder la unidad de fondo. De ahí, los frecuentes desvíos, merodeos y digresiones que, cuando menos lo esperamos, nos llevan a otro sitio, sin salirse del camino inicial. Pero no siempre ocurre así. Hay poemas que parten de una vivencia determinada y desembocan en otra. Esta cualidad expansiva, e incluso centrífuga, característica del distraído o caviloso, se apoya normalmente en versos largos, demorados –en correspondencia con la idea de que «la lentitud es para él una forma de hipnotizar a la fugacidad y hacer que permanezca todo un poco más con nosotros.»[4]– y anticipan la prosa de «Zurdo», poema autobiográfico de largo aliento, cuyos fragmentos reúnen temas y tonos diversos en pos de una dimensión totalizadora. Escrito en tercera persona, como si el paso de los años alejara al poeta de sí mismo, «Zurdo» condensa su creciente conciencia del tiempo.

      A partir de Balanza de sombras, su cuarta entrega, la visión auroral, dominante hasta entonces, convive con la vespertina, inquietante e incierta. Dicho contraste lo simbolizan bien, por la singular belleza de sus construcciones, «De mañana» y «Esta luz». Así, sin caer en un pesimismo irreversible, el puro asombro se convierte gradualmente en extrañeza, esa hermana del desconcierto. En dicho tránsito, acorde con una mayor cautela expresiva y, por ende, anímica, el verso se acorta. Ya el poeta no se conforma con ver las cosas solo por el lado de su deslumbrante milagro. Ahora «combina la magia con la agudeza de observación de un arqueólogo»[5], hasta que la inocencia carga con su sombra de culpa o la naturaleza idílica muestra también su inevitable crueldad, como sucede en «Libélula», donde la apariencia inofensiva de estos delicados insectos esconde una implacable habilidad de consumados cazadores. Este poema prueba, además, el carácter documental que asoma su poesía, al recurrir, a veces, a datos científicos no comprobables a simple vista por un inexperto en la materia. De este modo, la mera curiosidad de antes, se vuelve, en sus últimos libros, denodado afán de conocimiento.

      Consciente de su condición urbana, «hijo del botón que inicia e interrumpe, / no del continuo de la música / de viento entre los árboles»[6], Deltoro se busca en la vegetación y en los animales, con los que se identifica y distingue a un tiempo, como si quisiera encontrar su sitio en la cadena de la vida: «No soy ni un águila, ni un tigre, ni un coralillo, / aunque a veces salto fuera de lo humano. […] Por la noche, en el constante penduleo del insomnio, / acompaño a los perros en su viaje quimérico hacia el lobo, / y con ellos me encuentro entre la luna y el hombre.» dice en «Los paisajes hundidos», temprano poema de ¿Hacia dónde es aquí?

      Esta manera de situar las cosas, comparándolas con otras, es un procedimiento habitual de esta obra y, quizá, el germen de su paulatina tensión dialéctica entre espacios y tiempos opuestos, el microcosmo y el macrocosmo, lo doméstico y lo salvaje, el abandono de un contemplativo y la actitud incisiva de un penetrante observador, la vejez y la infancia, la intimidad y la intemperie y, en definitiva, entre el pasmo y la lucidez. Ante estos vaivenes de la existencia, el poeta busca la serenidad, vivir «a bote pronto, / como siempre / sin simbolismos / ni trascendencias»[7].

      Así pues, la visión dinámica, abierta e inconformista de esta poesía –en la que rasgos líricos se unen a los narrativos, la imagen a la anécdota― siempre trata de ponerse en el lugar del otro, de lo otro –animado e inanimado–, a veces para humanizarlo, a veces para deshumanizarse.

      Antonio Deltoro, quien «quisiera fundar una religión de agradecidos y estoicos, de gustadores y valientes»[8], reconcilia en su espíritu creador la cordialidad machadiana y la abismada lucidez de Octavio Paz, hasta componer una de las obras más hondas y personales de las últimas décadas en nuestra lengua.

 Francisco José Cruz

Carmona, enero de 2020

Prólogo a A veces salto fuera de lo humano de Antonio Deltoro (Editorial Pontificia Universidad Javeriana, Bogotá, 2020)

[1] Por ahora (Ediciones sin nombre, Ciudad de México, 2018), p. 13.

[2] «Algunas preguntas a Antonio Deltoro», entrevista de Francisco José Cruz, recogida en Poemas en una balanza de Antonio Deltoro (col. Palimpsesto, Carmona, 1998), p. 52.

[3] Por ahora. Idem, p. 34.

[4] «Zurdo», en El quieto de Antonio Deltoro (Biblioteca Sibila-Fundación BBVA, Sevilla, 2008), p.99.

[5] «Zurdo». Idem, p. 88.

[6] «Camino a la sierra 15», en El quieto. Idem, p. 10.

[7] «A bote pronto», en Los árboles que poblarán el Ártico de Antonio Deltoro (Ed. Visor, Madrid, 2012), p 88.

[8] «A modo de introducción» en Rumiantes y fieras de Antonio Deltoro (Ediciones Era, Ciudad de México, 2017), p. 10.

martes, 5 de enero de 2021

Entrevista a Fran Cruz en el especial "Ya es Navidad en Televisión Carmona". Diciembre 2020

Para el programa "Ya es Navidad en Televisión Carmona", grabado en el patio del hostal Frenteabastos, Lourdes Escudero entrevista a Fran Cruz, quien recita su poema "Orfandad". Diciembre de 2020.
©TELEVISIÓN CARMONA

Carmona, Frenteabastos, 17 de diciembre 2020




sábado, 2 de enero de 2021

EN PRIMERA PERSONA: FRAN CRUZ. Entrevista de Luis Gresa

El universo poético de Fran Cruz expresa la perplejidad, la indefensión y el desconcierto humanos

“El poema es mi manera de ver”

El universo poético de Fran Cruz (Alcalá del Río, Sevilla, 1962) dibuja con pulcritud la perplejidad, la indefensión y el desconcierto humanos. El poema se le impone, le viene a él guiado por una mezcla de razón, intuición y emoción, y así va construyendo un poema que escribe para revelarse contra la precariedad y el sinsentido de la existencia. En su domicilio de Carmona, el sonido de la Perkins se apodera del espacio para sembrar nuevos versos, que alumbrarán nuevas estrofas y darán a luz nuevos poemarios. Es su manera de ver, sostiene. El fundador de la Revista Palimpsesto y asesor literario de la Revista Sibila, todo un referente en América Latina por la singularidad de su obra, tiene intención de terminar en este nuevo 2021 el que será su séptimo libro de poemas.

 amorirnoseaprende, es la cuenta de su correo electrónico, ¿es toda una declaración de intenciones?

A morir no se aprende es también el título de uno de mis libros y del poema que lo cierra, cuyos escasos nueve versos expresan sin tapujos nuestra esencial desorientación. Su última estrofa reza así: “No se aprende a morir, / siempre andamos perdidos / en medio de las cosas y la gente”.

¿Cómo llega usted a la poesía?

A diferencia de cualquier profesión u oficio con fines monetarios, uno no se propone ser poeta, sino que va siendo consciente de ello poco a poco, según su creciente e imperiosa necesidad, hasta darse cuenta de que el ejercicio de la poesía lo absorbe por completo. Fuera ya de estos primeros tanteos nebulosos, difícilmente explicable, recuerdo con enorme gratitud a don Jaime de Encinasola. uno de mis maestros en el colegio de la ONCE de Sevilla, quien me contagió su fervor por la poesía y estimuló mis torpes tentativas de adolescente, que yo le recitaba mientras paseábamos por los pasillos entre clase y clase.

¿Qué y quiénes han influido en su universo poético? ¿De qué fuentes bebe usted?

Las influencias son muchas, algunas imperceptibles para mí, y se dan en distintos niveles y épocas de la escritura. Sin ellas, yo no hubiera encontrado mi propia voz, o sea, cómo decir lo que deseo decir de modo personal. Mi primer libro, Prehistoria de los ángeles, publicado a los 22 años, en el que ya no me reconozco en absoluto, está imbuido del surrealismo de Vicente Aleixandre. Ahora me parece mentira que alguna vez me atrajera, aunque en su momento reafirmara mi vocación poética. Entre otros poetas que, a partir de mi tercer poemario, Maneras de vivir, han nutrido mi tono y mis temas, se encuentran los anónimos del Romancero y de la copla flamenca, Bécquer, Antonio Machado, el último Miguel Hernández, Eugenio Montejo, Carlos Germán Belli, José Manuel Arango o Wislawa Szymborska. Pero, a veces, son solo poemas sueltos de un autor los que me han marcado en algún aspecto, como 'Lo fatal' de Rubén Darío, cuyo demoledor pesimismo, expresado con gran belleza, llevo muy adentro desde que me lo aprendí de memoria en mi adolescencia.

¿Cómo lo definiría ese universo poético?

Trato de expresar, con la mayor claridad y pulcritud posibles, la perplejidad, la indefension y el desconcierto humanos, dentro de estrofas tradicionales, que yo modifico o no, según los casos, a mi conveniencia. Estas estructuras, normalmente cerradas y simétricas, además de delimitar el contorno de cada poema, crean la ilusión de que no podría haber sido escrito de otra forma.

¿Con qué generación poética se identifica más?

No me identifico con ninguna en concreto, sino con ciertos poetas de estilos y de periodos diversos, cuyas obras trascienden el contexto histórico y estético en que fueron escritas.

Usted sostiene que una de las cualidades básicas que debe tener cualquier artista, no solo un poeta, es la de no engañarse a sí mismo. ¿Es usted honesto consigo mismo?

Refiriéndome solo a mi condición de poeta, si tuviera la menor sospecha de que no lo soy, no escribiría poemas. Los hago para revelarme contra la precariedad y el sinsentido de la existencia. Paradójicamente, cuanta más conciencia tengamos de nuestra fugacidad, más nos ayuda un poema auténtico a soportarla.

¿La poesía le da más libertad que el ensayo?

A mi juicio, la libertad no es una cualidad estética, sino la condición sine qua non del ser humano para realizarse. Dicho esto, cada género literario obedece a distintos grados de necesidad. Con mayor o menor esfuerzo, puedo escribir un ensayo en cualquier momento, ya sea de motu propio o por encargo. Pero el poema, hasta cierto punto, se me impone; no decido yo del todo hacerlo, sino que depende en última instancia de cierta predisposición de la sensibilidad, guiada a la vez por la razón, la intuición y las emociones.

Descúbranos, ¿cuál es el eterno misterio de la poesía, que diría Dámaso Alonso?

La poesía es tan misteriosa como la vida misma, ni más ni menos. Si somos capaces de distanciarnos un poquito de nuestros hábitos diarios para verlos desde fuera, nos causan extrañezas, al punto de parecer milagrosos. La creación artística nos saca de nuestras maneras rutinarias de percibir el mundo para llamarnos la atención sobre el misterio de todo, por evidente y vulgar que nos resulte cualquier cosa o cualquier gesto.

                                        “Sin conocimiento no hay amor”

"El poema es una partitura", sostiene Fran Cruz

¿Cuál cree que es la posición de la poesía en el mercado literario de hoy en día?

Ninguna porque, como suele repetir Francisco Brines, el arte del verso no tiene público, sino pocos y fieles lectores, los cuales se pasan de mano en mano, de generación en generación, la antorcha que, desde tiempo inmemorial mantienen encendida los poetas.

¿Se inculca lo suficiente el amor por la poesía en el sistema educativo?

El sistema educativo de hoy le ha quitado toda importancia a la poesía, con lo que el desconocimiento de sus mecanismos expresivos es absoluto. En mi época de estudiante, gracias a los frecuentes comentarios de textos, aprendimos a distinguir los tipos de versos, las figuras retóricas y demás recursos principales para interpretar el sentido de un poema desde su misma forma. El poema es una partitura, cuyas claves parecen haber olvidado incluso los profesores. Si estas se ignoran, todo suena y se entiende distorsionado, por lo tanto, el placer de su lectura se pierde en gran medida. Al menos en Arte, sin conocimiento, no hay amor.

En los tiempos que corren, ¿se puede triunfar en el mundo de la poesía ajeno a las redes sociales?

Creo que las nociones de éxito y fracaso son ajenas a la poesía, siempre que su ejercicio se considere un fin en sí mismo y no un medio para llegar a otra cosa. Hoy por hoy, Internet es un cajón de sastre donde cabe todo y, por ende, la mediocridad y la excelencia se confunden. Si aprendemos a distinguir en estos gigantescos receptáculos el trigo de la paja, el ciberespacio beneficiará la difusión de la poesía, no tanto para leerla en la pantalla de cualquier manera, sino para buscarla en buenas ediciones impresas.

¿Cómo surge ese idilio con América Latina? ¿Se desencantó de la poesía española?

En efecto, cuando era joven no me satisfacían los poetas españoles de mi generación, salvo excepciones. Necesitaba ampliar mi horizonte de lector y conocer qué mundos poéticos existían en nuestra lengua allende el Atlántico. No perdamos de vista que el 90% de los que escriben en castellano viven allí. Para tal propósito, gracias al patrocinio del Ayuntamiento de Carmona, fundé hace treinta y un años, junto a Chari, mi mujer, la revista de poesía Palimpsesto, especialmente atenta a la poesía hispanoamericana. Ni qué decir tiene que este ya largo intercambio ha enriquecido enormemente mi visión del fenómeno poético en general y mi propia escritura.

Ha tenido una presencia importante en las últimas ferias latinoamericanas sobre poesía. ¿Qué cree que les gusta más de usted?

No sabría decirlo a ciencia cierta. Pero, además de mi interés por muchos de sus poetas, que sin duda favorece el de ellos por mí, atrae de mi poesía, según algunos me han confesado, la mezcla de cuidadas formas tradicionales, poco usadas hoy en el nuevo continente, con una visión de la vida realista e imaginativa a la vez. Quizá descubran en mis versos algo distinto a lo que en América se hace, sin resultarles demasiado ajeno.

¿Cree que hay una mayor sensibilidad social a favor de la poesía en América Latina?

Considerada en su conjunto, no creo que haya en América una mayor sensibilidad a la poesía que en otras partes del mundo. De los países de este continente que he visitado, sin duda Colombia es el que más atención le presta, incluso a escala popular. Naturalmente, no todos la leen o la escuchan con el mismo rigor, aunque, a su manera, muchos la reciben y la respetan. La ejemplar red de bibliotecas colombianas y la numerosa asistencia a los recitales así lo refrendan. Quizá se trate de una respuesta cívica y espiritual, no solo estética, a la violencia padecida por los colombianos.

El hecho de que sea usted más reconocido en Latinoamérica que en Europa, ¿le lleva a alguna reflexión?

Aunque sin duda me honra que prestigiosas editoriales españolas, como Renacimiento o Pre-textos, hayan publicado libros míos, es verdad que me siento más atendido por algunos círculos hispanoamericanos que en mi país. Esta circunstancia, al permitirme probar el halago y la indiferencia a la vez, me ha enseñado que todo es relativo y que nada debe esperarse de los demás, por mucho que el poeta valore su propio trabajo. En sus manos, solo cabe ser exigente con su creación poética y recibir con gratitud el reconocimiento que le venga.

¿Cuál ha sido su aportación en la publicación de la obra póstuma del poeta Humberto Ak'abal, uno de los poetas guatemaltecos más reconocidos en Europa y Sudamérica?

A lo largo de los últimos veinte años, he tenido la fortuna de estudiar y publicar en varias ocasiones la poesía, tan genuina, de Humberto Ak’abal. Nuestra amistad y mi admiración por su obra hicieron que el poeta confiara en mis criterios, confianza que ha mantenido, tras su muerte, su esposa Mayulí en Chari y en mí. Ella nos hizo el honor de entregarnos un conjunto de textos autobiográficos y de reflexiones estéticas, titulado El sueño de ser poeta, que Ak’abal no dejó concluido. Nosotros, fiel al espíritu del libro, lo hemos revisado con lupa y hemos preparado su edición, recién aparecida en la editorial guatemalteca Piedra Santa. Su lectura confirma la importancia del poeta maya-ki’che’, cuya figura, además de ser un extraordinario ejemplo de superación personal, por la pobreza y la marginación que sufrió, reconcilia la América precolombina con la hispana.

 

“Esta pandemia podría inspirar obras artísticas de envergadura”

"Hay más plasticidad que color en mi poesía", afirma Fran Cruz


Se lo habrán preguntado muchas veces, pero ser ciego de nacimiento, ¿cree que ha influido en algún sentido en su obra literaria?

La verdad es que me han preguntado esto pocas veces. Quizá porque desde Homero, la figura del ciego no es extraña en el mundo poético. Al menos, de manera directa, creo que la ceguera no me ha influido, pero sí algunas consecuencias de ella, como mis años de internado, por ejemplo, que pueden ser el germen del carácter claustrofóbico de cierta parte de mi poesía. El poema es para mí, entre otras cosas, mi manera de ver lo que sin él no vería. Para el poeta venezolano Eugenio Montejo, el lenguaje nos determina tanto como nuestros sentidos. Por esto, en gran medida, percibimos la realidad a través de las palabras.

¿Hay color en su poemario?

Mi ceguera no es total. Yo distingo la luz y los colores, incluso los bultos que, cuando sé lo que son, al mirarlos, reconozco sus formas, como si mi conciencia de ellos mejorara mi resto visual. De todos modos, creo que hay más plasticidad que color en mi poesía en aras de la precisión y el dibujo.

Sigue usted escribiendo con la misma Perkins que le regaló su padre de adolescente y que le acompañó desde el instituto. ¿Necesita el ruido grueso de la Perkins para inspirarse? ¿Es una cuestión de nostalgia más que de operatividad?

No necesito el tosco ruido de la Perkins para inspirarme, pues suelo componer mis poemas de memoria, antes de pasarlos al papel. Además, como soy muy perezoso para adaptarme a las nuevas tecnologías, me aferro a mi vieja máquina por el cariño que ya le tengo y porque me es tan útil como el primer día.

En la España del siglo XXI, de los algoritmos y de las redes sociales, es usted un defensor acérrimo del braille

Por supuesto. Gracias a Louis Braille, los ciegos dieron un salto cualitativo, pasando del mundo ágrafo al escrito, de ser oyentes a ser lectores y se pusieron en igualdad de condiciones que los demás para acceder a la cultura. El abandono del sistema braille supondría un retroceso inadmisible, que acarrearía consecuencias gravísimas para el desarrollo intelectual de la persona ciega.

A quien sí necesita, según reconoce, es a su mujer Chari, bien cerca, tanto para leer como para escribir. ¿Es su musa? Diría que, de alguna manera, ¿su creatividad depende de ella?

Chari, más que mi musa, es el sentido de mi vida. Si no la tuviera a mi lado, yo no sería la persona, ni el poeta que soy. Sus ideas, observaciones, su pragmatismo, su paciencia y su afinada sensibilidad son para mí indispensables en todos los órdenes. Juntos, a lo largo de más de treinta años, hemos construido un mundo propio, al servicio de la poesía, que nos realiza plenamente.

La pandemia ¿nos ha hecho más sensibles a la poesía?

Ninguna catástrofe, de las incontables que ha padecido la humanidad a lo largo de su historia, nos ha hecho más sensibles a la poesía. La afición al arte no surge de la noche a la mañana, ni depende de los reveses colectivos, sino de una misteriosa predisposición de la sensibilidad cultivada en cada individuo. Esta pandemia, sin embargo, sí podría inspirar obras artísticas de envergadura más adelante, como la Peste Negra (que asoló a Florencia a mediados del siglo XIV) inspiró a Boccaccio su Decamerón.

¿Cómo ha afrontado este terrible 2020?

La verdad es que, como nuestra vida se centra en el trabajo literario y este lo desarrollamos en casa, no hemos cambiado esencialmente nuestros hábitos cotidianos. Al contrario, si olvidamos la inquietante desazón que nos produce el coronavirus, el tiempo del confinamiento ha favorecido nuestra concentración no solo para leer y escribir, sino para ver películas, escuchar música y, en definitiva, conversar sin prisas. Así de paradójicas son a veces las cosas.

¿Y qué horizonte aguarda a Fran Cruz en este nuevo 2021?

Todo horizonte es incierto, pero si la santa rutina, como yo la llamo, no me abandona, mis próximos planes son editar un número más de Palimpsesto, seguir siendo asesor literario de la revista Sibila y acabar un nuevo libro de poemas que traigo entre manos. Lo demás vendrá por añadidura.

                                                                                                                                                               LUIS GRESA

http://boletinnoticiasandalucia.once.es/tematica/entrevistas/en-primera-persona-fran-cruz-poeta


ONCE Boletín de Noticias nº 149, enero 2021