Félix Grande en el Hotel Alcázar de la Reina, Carmona, 23 de junio de 2012. © R. Acal |
Lo primero que me atrajo de Félix Grande, antes incluso de conocerlo,
fue su seductor y envolvente tono de voz, cuyas dotes interpretativas daban a
veces la engañosa impresión, en sus intervenciones públicas, de cierta pose
afectada, cuando, en el fondo, ese pausado regodeo verbal obedecía al obsesivo
afán de precisión de alguien incapaz de esconder sus angustias.
Al enterarnos de su
vertiginosa muerte, Chari y yo abrimos sus libros y leímos, con más
recogimiento que nunca, las dedicatorias, como buscando en esas entrañables
frases un ínfimo consuelo por la pérdida de veintitrés años de amistad. Luego,
repitiendo compungidos algunos poemas suyos, sentí de golpe que los versos
vividos, auténticos, dicen de alguna manera todo aquello que el hombre que los
escribió no puede ya decirnos desde su ausencia definitiva. Si la poesía es,
entre otras cosas, un arte anticipatorio –y no sólo un arte del recuerdo–, la de Félix Grande lo es en grado sumo por su trágica concepción de la
existencia, que la cálida timidez de su trato personal apenas disimulaba.
Sólo al cabo de los años
nos damos cuenta de la verdadera importancia de ciertos hechos, de su decisiva
influencia en nuestra trayectoria vital o literaria. Uno de ellos fue para mí,
sin duda alguna, mi encuentro con Félix Grande, a quien mi amigo, el poeta
Rafael Adolfo Téllez, me presentó en Sevilla una ya imprecisa noche de 1991. Yo
andaba entonces deslumbrado por la inclasificable obra del argentino Antonio
Porchia, del que acababa de publicar en el nº 3 de la colección Palimpsesto la primera antología de sus Voces en España. Sin más prueba que la
de mi joven entusiasmo, Félix Grande me animó a escribir un ensayo sobre este
autor para Cuadernos Hispanoamericanos,
revista señera en el ámbito de la lengua y obligada referencia para quien, como
yo, empezaba la modesta aventura de Palimpsesto,
cuya premisa principal ya era acercar a Carmona el riquísimo mundo poético del
nuevo continente. A partir de aquella fecha, colaboré con frecuencia en los Cuadernos Hispanoamericanos hasta que,
en 1996, Félix Grande –punto
de unión imprescindible entre los escritores de las dos orillas del Atlántico
durante tanto tiempo– dejó
de dirigirla. Esos estimulantes años los considero hoy –gracias a los sugerentes libros que él me
enviaba desde Madrid para que los reseñara– mi escuela literaria, donde me fui haciendo un lector más atento y
aprendí la suficiente soltura expresiva para ordenar mis incipientes juicios
críticos. Pero mi deuda con Félix Grande no se queda aquí. Amén de su amistad,
le debo también –como indiscutible maestro en la materia– el descubrimiento del inmenso valor poético
de la copla flamenca, comparable en sus momentos más altos a cualquier gran
poema culto.
La poesía de Félix Grande,
como la del cante jondo, se nutre del magma de las emociones primordiales de
nuestra especie, donde el amor, el miedo, la piedad, la pena, el odio, la
alegría, la lujuria o el coraje de vivir se entrelazan irremisiblemente. Por
esto, uno de sus versos descubre «el pánico en el fondo del placer», o son habituales
en este rotundo mundo verbal paradojas del tipo «atroz ternura»,
«misericordiosa crueldad», «humildad abominable», «espantosa dulzura», «huracán
de quietud»… que, en su contexto anímico, reflejan con demoledora exactitud, al
modo de descargas eléctricas de alto voltaje, una conmoción extrema. De ahí, su
singular empleo de la hipérbole, de la insistencia y de la adjetivación
enfática e inesperada. Félix Grande concibe,
pues, la escritura poética como una catarsis donde no caben las medias tintas. En
«Madrigal del odio muerto», perteneciente a su última entrega poética Libro de familia (2011), nos remite a
una suerte de vértigo de la memoria, cuya antiquísima fórmula, de raigambre
mítico poética, suena aquí con extraordinaria novedad, entre la súplica y la rebeldía
contra el olvido. El poeta no duda en
ajustar cuentas con su madre muerta, guiado por el remordimiento y la necesidad
del perdón:
…Acomódate
en tu mecedora de tierra.
Aparta
de las cuencas de tus ojos
los
gusanitos, los escarabajos,
la
mansa podre de la eternidad
y
mírame despacio, con amor: lo necesito, ya soy viejo
y no
quiero morirme sin explicarte cuánto te he querido
chapoteando
en aquel charco de odio.
Pese a su gran extensión, que
alterna verso y prosa, el poema no se demora en las experiencias concretas que
lo originaron: alude a ella lo justo para regodearse, en cambio, en sus
repercusiones afectivas. Este contraste entre el control de la anécdota y sus
incontenibles efusiones sentimentales es, quizá, la cualidad más propia de esta
obra, púdica e impúdica a un tiempo. Ya en
«Nanas de la metralla», escrito en 1976, con el dominio técnico que lo
caracteriza y su renovador sentido de la tradición poética, Félix Grande torna
las famosas seguidillas de Miguel Hernández en un poema aterrado por el drama
de España, cuyo protagonista es más él mismo que su propia hija, a la que trata
de dormir. El inocente y persuasivo ritmo de canción de cuna aumenta aún más su
escalofriante contenido:
En
la cuna del pánico
tu
padre estaba.
Con
sangre de tabaco
se
amamantaba.
[…]
Duerme
en tu nido:
tu
padre está velando
despavorido.
Visceral y tierna a la
vez, la poesía de Félix Grande aborda a tumba abierta, sin mediaciones
anecdóticas, los recónditos recovecos de los sentimientos humanos hasta que la
propia intimidad y las circunstancias históricas se entreveran, como ocurre en
«Recuerdos de infancia», uno de los poemas más estremecedores de Blanco Spirituals (1966), en el que las
terribles noticias de la prensa diaria recuerdan al poeta su niñez de cabrero y
la sangre manando de los animales sacrificados:
hoy
el periódico traía sangre en volumen considerable
y
mientras leo pacientemente civilizadamente el intento
de
justificación de esos destrozos escrito de sutil manera
recuerdo
vacas cabras chotos la gran orza en el suelo
y
recuerdo imagino pienso que unos cuantos carniceros
continúan
desollando troceando pesando en sus básculas
haciendo
su negocio mediante esos pobres animales sacrificados.
Ambas escenas, la del
periódico y la de la memoria, se iluminan mutuamente hasta que la segunda deja
de ser la mera comparación de la primera para adquirir en los versos un
desarrollo polisémico.
Nacido en 1937, en el seno
de una familia humilde, en plena guerra civil, su entorno y la aciaga época en
que creció, fomentaron en Félix Grande su dosis de fatalismo, su exacerbado
sentimiento de indefensión y, en definitiva, su visión fatídica del destino
humano. Se diría que él es uno de esos «artistas amamantados en la pesadumbre»,
a los que se refiere en «El abogado del poema» de Puedo escribir los versos más tristes esta noche (1971). Sin
embargo, Félix Grande, como todo poeta verdadero, nos recuerda que sólo quien
asume a fondo su dolor sabe agradecer sin paliativos esos momentos de plenitud
que nos regala la vida y que, en su obra, alcanzan su máximo sentido en la
pasión amorosa. Por esto, su ancestral desconcierto –el mismo que hereda del hombre de las cavernas– no le priva del puro asombro de existir, que
también sentirían nuestros remotos antepasados. Asombro y compasión por sus
congéneres, lección que sin duda aprendió de sus maestros Antonio Machado y
César Vallejo.
Poesía,
pese a todo, del coraje de vivir, narrativa y lírica, en la que el romance y el
soneto –formas tradicionales por excelencia de
nuestras dos vertientes creadoras, la popular y la culta– se alían con el verso libre y el poema en
prosa de largo aliento en este vasto mundo expresivo, en el que casi todos los
registros y tonos imaginables caben. No en vano, Félix Grande es, a mi parecer,
el poeta español contemporáneo que –contradiciendo abiertamente reductoras teorías lingüísticas de la modernidad– más fervor y confianza muestra por la fuerza
significativa del lenguaje, por su belleza y capacidad de consuelo, al punto de
«sentir por las palabras un profundo respeto» y considerar a la poesía, junto
al amor, «un milagro».
Publicado en Luvina 74 (revista literaria de la Universidad de Guadalajara, México, primavera de 2014).