Chari Acal, Antonio Dechent y Francisco José Cruz en el vestíbulo del Teatro Cerezo |
Mª Ángeles Piñero (directora de la Biblioteca Municipal), Antonio Campos (director del monólogo) y Fran Cruz. © Rosario Acal |
El alcalde de Carmona, Juan Ávila, abre el acto |
© Fernando Romero
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PALIMPSESTO 29
© Fernando Romero
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Solía repetir el gran poeta venezolano
Eugenio Montejo que la poesía es muy anterior al alfabeto y posiblemente lo
sobreviva. Esta consoladora idea nos remite a la noche de los tiempos –cuando
el fuego y el canto defendían al hombre del miedo a las fieras y a la
oscuridad– y nos recuerda que si el arte del verso ha subsistido hasta hoy, pese
a tantas convulsiones históricas y concepciones del mundo, debe ser por algo
que nos afecta de manera radical, al punto de constituirnos como especie, aunque
hayan sido siempre pocos los encargados de pasar de mano en mano, de siglo en
siglo, la vela de la poesía y mantenerla encendida para alumbrar nuestras
recónditas emociones.
Así pues, los poetas que se reúnen en este flamante nº 29 de Palimpsesto recogen el testigo de la
poesía e incentivan, cada uno a su estilo, su mecha incombustible. Se abre con
una exhaustiva entrevista al poeta guatemalteco Humberto Ak’abal, quien nos
habla en ella de las creencias de su etnia maya, de cómo éstas nutren de cabo a
rabo la dimensión mítica de sus poemas, de la intrincada convivencia entre el
k’iche’ (su lengua materna) y el castellano a la hora de componer o del
denodado esfuerzo con que fue capaz de salir de la marginación y pobreza
extremas, gracias a su amor a los libros.
En el afán de rescatar importantes autores olvidados, publicamos una muestra
de los poemas del peruano Abraham Valdelomar (1888-1919), introducida y anotada
escrupulosamente por Ricardo Silva-Santisteban. Valdelomar, pese a su temprana
muerte, nos dejó salpicado por sus novelas, cuentos y diarios de la época, un puñado
de poemas –ya despojados de los oropeles modernistas de sus primeras
composiciones– de gran emoción y belleza formal. Íntimos, sentimentales, son un
remanso de sencillez en la rica corriente experimental de la poesía peruana
contemporánea. Incluimos también un sentido texto necrológico de su amigo César
Vallejo.
El poeta chileno Omar Lara nos traduce al rumano Geo Bogza (1908-1993), cuyos
sorprendentes poemas, de gran carga simbólica y audaces perspectivas, expresan
con inusual rebeldía la resistencia del hombre ante el poder totalitario y el
paso del tiempo.
Parecida actitud vital y literaria tuvo el recién fallecido Félix Grande,
quien dio hace dos años una entrañable lectura en nuestra ciudad y del que, en
su memoria, recuperamos un viejo artículo –desempolvado de uno de sus volúmenes
misceláneos— sobre Antonio Machado, deteniéndose en ciertas cualidades éticas y
estéticas de su obra, que también son las suyas. Con la reedición de este hondo
y enérgico texto, titulado «El olmo seco que florece sin fin», recordamos el 75
aniversario de la muerte en el exilio del gran maestro sevillano.
Además, contamos en este número con los poemas onírico-religiosos del andaluz
José Julio Cabanillas, los de sensitiva lucidez del mexicano Enrique González
Parra, los del colombiano Javier Naranjo, de inquietante parquedad
introspectiva, y los del joven venezolano Néstor Mendoza, de mirada precisa,
expansiva y punzante de la realidad.
Venezolanos son también Alirio Palacios –artista de gran finura
espiritual y amplitud de miras, tanto en dibujo, pintura y escultura– y
Josefina Núñez –prestigiosa investigadora de arte–, cuyo delicado texto
poético, Caballos, acompaña a una selección de imágenes ecuestres de
inspiración histórica y legendaria del maestro Alirio Palacios, con que
ilustramos este número.
Ambos autores, como tantos de su país, nos devuelven esa otra Venezuela
que, desde la creación con mayúscula, se opone a la barbarie, al dogmatismo y a
la miseria moral.
El libro de la colección Palimpsesto
está dedicado al poeta y cuentista Elkin Restrepo, nacido en Medellín en 1942,
quien ha preparado una concentrada antología de su obra poética, para la cual
ha escrito un oportuno y bello prólogo, en el que interrelaciona esas experiencias
vitales y literarias que le ayudaron a encontrar su mundo expresivo. El cine,
la historia, el mito, la vida interior de uno y la de fuera se entrecruzan en
pos de alguna verdad vislumbrada, que finalmente nunca es descubierta, pero que
nos hace más humanos y receptivos ante el misterio de todo.
Ojalá que cuando abran por cualquier página
este nº 29 de Palimpsesto se reavive
dentro de cada uno la remota llama de la poesía.
F.J.C.
© Fernando Romero
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La voz humana de Antonio
Dechent
por Francisco José Cruz
Es propósito de la revista Palimpsesto, en estos últimos años, aprovechar los actos de presentación de cada número para, según nos enseñaron el espíritu romántico y, sobre todo, ciertos movimientos experimentales de comienzos del siglo XX, descubrir qué hay de poesía en otras manifestaciones artísticas y, en diálogo con ellas, prolongar la dimensión poética más allá del poema mismo.
Pocos autores más idóneos para ello que Jean Cocteau (1889-1963), cuyo inconformismo
creativo lo llevó a todos los géneros literarios, al cine, a las artes
plásticas e incluso al ballet, colaborando además, imbuido de las
efervescencias vanguardistas de su época, con pintores, músicos y bailarines
como Picasso, Stravinsky o Diáguilev. Jean Cocteau consideraba que todo su
mundo estético gira en torno a su abarcadora concepción de la poesía, que
irriga también La voz humana, el más
conocido de sus cuatro monólogos. Escrito en 1930, ha sido llevado recurrentemente
a las tablas y a la pantalla por actrices de la talla de Margarita Xirgu,
Amparo Rivelles, Ana Magnani, Ingrid Bergman y Sofía Loren, dirigida a sus 78
años por su propio hijo, Edoardo Ponti.
En la obra, una mujer acaba de ser abandonada por su amante, tras cinco
años de relaciones amorosas. La vemos levantarse de la cama para esperar ansiosa
una llamada de teléfono de su ex pareja. Todo el acto, de casi una hora de
duración, es la conversación entrecortada, compungida, que su protagonista
mantiene con su hombre, aunque sólo a través de lo que ella dice y hace en el
escenario, los espectadores intuimos qué piensa y expresa la invisible e inaudible
persona que está al otro lado del teléfono. La
voz humana es un ejemplo de extrema sobriedad teatral, donde ni el decorado
ni las palabras apenas subrayan nada –éstas incluso contradicen por momentos
los gestos del personaje–, dando pie a silencios y tonos tan significativos
que, por sí solos, van mostrando, sin tapujos, toda la gama emocional del
desamor, desde la repentina desesperación a la sumisión resignada, pasando por
el desgarro, la angustia, la ansiedad o la conformidad momentánea, en una
inestabilidad sentimental vertiginosa. En su libro misceláneo El cordón umbilical, escribe Cocteau que este monólogo tentaba a muchas actrices
jóvenes y no tan jóvenes a derramar lágrimas y les advertía que «si lloráis, el
público no llora». Así pues, La voz
humana, por su falta de desarrollo anecdótico en favor de una creciente
intensidad, puede considerarse un poema dramático de la escena, donde el
despliegue de encontrados sentimientos es su verdadero argumento.
Antonio Dechent, reconocido actor trianero, de una ya dilatada carrera
profesional, ha tenido el gran acierto de transformar en un hombre al único
personaje de esta obra, siendo pues el abandonado por la mujer. Este cambio de
papeles potencia más si cabe el dramatismo de La voz humana, ya que ni la vida ni el arte nos tienen acostumbrados
a presenciar de manera tan descarnada el íntimo sufrimiento sentimental de los
hombres. No olvidemos, por si alguien la considera exagerada, que la acción se
desenvuelve en la estricta soledad de un dormitorio, donde nadie es testigo de
los desahogos humanos y donde las composturas bajan la guardia. En este
sentido, conmueve ver a Antonio Dechent dando vida a un ser derrotado,
vulnerable, aferrado agónicamente al frágil cable telefónico, máxime si nos
acordamos de tantos personajes marginales, duros, sin escrúpulos que ha interpretado.
Ya en las modulaciones y matices de su voz –cuya inconfundible gravedad
pertenece a la estirpe de Juan Diego, José Sacristán o Fernando Fernán Gómez– están
contenidos todos los estados del ánimo. Con ustedes, Antonio Dechent en La voz humana de Jean Cocteau.
Antonio Dechent saluda al público tras su actuación. © Fernando Romero |
Carmen Herrera (diseñadora de Palimpsesto), Chari y Fran ante la fachada del Teatro Cererzo.
© Fernando Romero |
Con fieles amigos de Palimpsesto, celebrando el nacimiento de un número más.
© Fernando Romero |
VIDEOS:
Presentación de Palimpsesto 29
©Televisión Carmona
La voz humana de Jean Cocteau. Primeros minutos
©Televisión Carmona
© Karcomen
Carmona, 30 de mayo de 2014