martes, 11 de octubre de 2022

EN LA CALZADA DE ELISEO DIEGO

A más de setenta años de su aparición, releo con expectante curiosidad En la Calzada de Jesús del Monte (1949), primer libro de poemas de Eliseo Diego, cuyo influjo en el curso de las corrientes poéticas cubanas de la segunda mitad del siglo pasado fue inmediato, hasta considerarse hoy uno de sus faros más luminosos.
      La Calzada de Jesús del Monte era la larga calle que unía la quinta de Arroyo Naranjo, donde Eliseo vivió hasta sus nueve años, y la ciudad de La Habana. Por esta calle, el niño iba y venía con frecuencia, contemplando las columnas y los portales de las casas, la segadora luz del trópico y, en definitiva, el paisaje rural y urbano. De este modo, «la Calzada es, simultáneamente, esa aparente paradoja, ese aparente oxímoron de realidad-sueño, o realidad-fábula; ese elemento o criatura que fusiona las cosas y el Ser»[1]. Se diría que, a través de los espacios naturales y domésticos, Eliseo Diego recrea, con denodado vigor, el tiempo ido, hasta fundir, en una abigarrada –a veces inextricable– plasticidad sinestésica, ideas y anhelos, sensaciones y emociones superpuestas, sujeto y objeto, simbolizados todos ellos en la piedra, la penumbra o el polvo. Estos tres elementos físicos, tangibles o intangibles, sólidos o volátiles, cimentan la memoria del poeta para devolverlo a su infancia:

y ya voy figurándome que soy algún portón insomne
que fijamente mira el ruido suave de las sombras
alrededor de las columnas distraídas y grandes en su calma.[2]

La densidad del discurso, rayana por momentos en la ambigüedad, como si el poeta se envolviera en una neblinosa atmósfera en lugar de rescatar recuerdos concretos, la recoge un versículo protéico, aglutinante, que da peso y volumen a lo evocado y cuya extensión sugiere la de la Calzada misma. «En la paz del domingo» se dice que:

Estaba la Calzada hecha de sucesivas piedras como los versos bien
trabados de un salmo
[…]
Hombro con hombro las casas parecían una muralla tan sencilla y
pura como la terquedad de un pobre.

Ya desde el ritmo versicular, de inevitables reminiscencias bíblicas, amén de otras alusiones del plano semántico, se suscita la dimensión sagrada del libro, aunque, como bien apunta Coronel Urtecho, citado por Milena Rodríguez, «la religiosidad de la poesía de Eliseo Diego, por lo demás tan honda, solo se comunica como algo subyacente, sobreentendido…»[3]. Por esto, según matiza Milena, «en el poemario se conjugan, así, lo sagrado y lo profano, lo trascendente y la cotidianidad»[4]. El hecho de que Diego titulara su libro En la Calzada de Jesús del Monte, cuando décadas antes de su nacimiento dicha calle pasó a denominarse Avenida 10 de Octubre con motivo de la independencia de Cuba, nos avisa ya de las fervorosas inclinaciones del poeta.
      Sin embargo, esta suerte de fe afectiva en el poder resurrecto de la memoria, donde «la familiar baranda me rehace las manos / y el portal, como un padre, mis días me devuelve»[5], da paso, en algunos poemas, a un asomo de extrañeza que en toda su obra posterior se convierte en inquietante perplejidad y abierto desengaño del mundo. De ahí que el poeta mexicano Antonio Deltoro, con su habitual finura crítica, observe que Diego sabe «colocar la inocencia en un fondo de dolor y melancolía.»[6] Quizá, bajo esta nostálgica luz haya que leer estos últimos versos de «Voy a nombrar las cosas», poema rimado salvo su estrofa final, como síntoma de un inminente desacuerdo interior:

Y nombraré las cosas, tan despacio
que cuando pierda el Paraíso de mi calle
y mis olvidos me la vuelvan sueño,
pueda llamarlas de pronto con el alba.

En correspondencia con este desgaste anímico o carencia de entusiasmo, el demorado versículo convive, incluso en un mismo poema, con metros menores que anticipan ya la gran variedad formal de Eliseo Diego, cuya audacia técnica le anima a escribir un poema en versículos rimados, como sucede en el titulado «En la marmolería».
      La crítica, en general, subraya el cambio de tono poético que propone En la Calzada de Jesús del Monte, debido a su íntimo recogimiento, respecto a la apabullante batería metafórica de Lezama Lima. Sin embargo, siendo clara la distinción estética entre ambos poetas, este primer libro de versos de Diego conserva aún, por los insinuantes y ambiguos vislumbres de la memoria, que hallan su razón de ser en un apretado espesor expresivo de tintes herméticos, un indudable fondo barroco, cuyo rastro se pierde ya en Por los extraños pueblos (1958), su segunda entrega poética.
      Después de tantos años de no pasear por la Calzada de Eliseo Diego, me doy cuenta de que prefiero la despojada lucidez de su poesía madura, donde la afilada conciencia del paso del tiempo no encuentra consuelo posible, como en estos versos de su último libro, Cuatro de oros, publicado en vida del poeta, y que parecen una arrepentida réplica a otros más reconfortantes de En la Calzada de Jesús del Monte:

¡Ah, Dios, pues no hace tanto
que regresé por esta acera rota
de vuelta a casa, sí, desde la escuela!
[…]
¿No son los mismos álamos dorados
bajo la escarcha de aquel mismo polvo?[7]

FRANCISCO JOSÉ CRUZ
______________________

[1] «El sitio en que tan bien se está: caminando con Eliseo Diego por su Calzada de Jesús del Monte», introducción de Milena Rodríguez a En la Calzada de Jesús del Monte de Eliseo Diego (Pre-textos, Valencia, 2020), pág 47.
[2] «El primer discurso».
[3] Opus cit., pág. 36.
[4] Opus cit., pág. 37.
[5] «La casa».
[6] «Eliseo Diego o el misterio de la normalidad» de Antonio Deltoro (en revista Palimpsesto nº 15, Carmona, 1999), pág 51; recogido posteriormente en Favores recibidos de Antonio Deltoro (FCE, México, 2012), pág.40.
[7] «No hace tanto», en La sed de lo perdido de Eliseo Diego (ed. de A. Fernández Ferrer, Siruela, Madrid, 1993), pág. 250.












Publicado en Sibila, revista de Arte, Música y Literatura, n.º 67 (abril, 2022)