sábado, 15 de octubre de 2022

PALIMPSESTO 37. Documental sobre Georgina Herrera y exposición de Francisco Espinoza Dueñas

Fran Cruz, Juan Ávila (alcalde) y Ramón Gavira (concejal de Cultura y Patrimonio) ©Chari Acal   
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PALIMPSESTO 37

                                                                                                   ©Chari Acal
El placer de la lectura demanda esfuerzo, hábito y noción suficiente de los recursos técnicos para ir más allá del mero plano semántico y paladear a fondo, en todos sus niveles expresivos, cualquier texto con el fin de alcanzar un completo deleite. Creo, además, que el lector de poesía, debido al manejo de ciertas claves específicas, inexistentes o no habituales en otros géneros, aventaja al lector de prosa en el afinamiento de la sensibilidad comprensiva. Prueba de ello es que muchos lectores de ensayo o narrativa no se sienten capaces de leer poemas. En cambio, es muy raro el lector de versos que no lo sea también de prosa.
      El acto de leer siempre será minoritario. Lo que garantiza la salud espiritual de una época no es su cantidad de lectores, sino la calidad de los mismos. Lo grave sería que ellos desaparecieran. Mientras unos pocos no se aburran de prestar atención a unas páginas bien escritas, hasta los que no leen se beneficiarán de quienes entregan su tiempo a la lectura. Es ella, por cierto, gracias a su activa concentración y a su acompasado ritmo meditativo, la base del conocimiento del mundo en todos sus órdenes, incluido el estético.
      Un año más –y ya son 32 consecutivos– presentamos un nuevo número de Palimpsesto, el 37, en el que, fiel como siempre a la poesía hispanoamericana, adquiere una presencia especial el Perú, motivada por el centenario de la aparición de Trilce de César Vallejo, una de las obras más renovadoras de la vanguardia en nuestra lengua, a la que el poeta Jorge Nájar, mediante exploraciones experimentales entre el verso y la prosa, hace un peculiar tributo.
      En este orden de cosas, el libro de nuestra colección está dedicado al arequipeño César Atahualpa Rodríguez (1889-1972), autor coetáneo de Vallejo y, como él, heredero de la música verbal del Modernismo, entreverada de ciertos rezagos románticos. Casi olvidado hoy en su país y desconocido por completo en el nuestro, publicamos por primera vez en España, a los cincuenta años de su muerte, Soy un poco de sombra, representativa antología, precedida de un magnífico prólogo de su compatriota Alonso Ruiz Rosas, para quien «Rodríguez fue un sonetista infatigable de imágenes rotundas, que compuso también cantos vigorosos, impregnados de historia y sabor local. El poeta escribió, además, romances, composiciones livianas a las que él mismo llamó bagatelas, poemas amorosos y de circunstancias, estampas costumbristas, poemas de corte religioso o de crítica social, artes poéticas y soberbios apuntes de paisajes y, más tarde, de viajes. En muchos de sus poemas, el tono especulativo del pensamiento, embebido de metafísica, tensa las cuerdas del desasosiego y las percepciones emotivas; en otros, la erudición libresca o el dato nimio de la experiencia prosaica tocan fibras interiores y se manifiestan en alguna de sus formas poéticas».
   Asimismo, esta flamante edición de Palimpsesto reúne poemas de la también peruana Giovanna Pollarolo, del hondureño Leonel Alvarado, de la mexicana de ascendencia judía Sara Robbins y de los españoles J.R. Barat y José Manuel Benítez Ariza. Todos ellos, con sus diferencias de mundos y estilos, comparten el verso libre de tono coloquial e introspectivo.
      La misma libertad creadora se respira en las composiciones de la poeta afrocubana Georgina Herrera, con la que abrimos este número 37, ofreciendo una significativa selección de su poesía, junto a un «Requiem» escrito por su hijo Ignacio T. Granados Herrera, donde define sagazmente la controvertida personalidad de su madre, y un esclarecedor estudio a cargo de la profesora Aída Elizabeth Falcón Montes, quien relaciona las difíciles vicisitudes de la vida de la autora con los temas centrales de su obra y los modos de enfocarlos.
GEORGINA HERRERA
Georgina Herrera nació en Jovellanos (Matanzas), el 23 de abril de 1936, en un entorno familiar conformado en su mayoría por descendientes de esclavos. Empezó a escribir con nueve años de manera intuitiva, percibiendo ya entonces su condición de mujer negra y pobre, al punto de que, según sus palabras, «quería ser blanca, y para lograrlo, a escondida de mi mamá, me planché el pelo y ¡me quemé! Con un palito de tender la ropa me prendí la nariz para ver si se me estiraba y ¡pasé tremendo dolor!».
      En 1956, se trasladó a La Habana, donde, mediante la escritura, trató de entender sus circunstancias personales como el mutismo de su madre, el autoritarismo de su padre y las carencias económicas. Durante un tiempo, para mantenerse y estudiar secretariado en una escuela nocturna, trabajó de sirvienta doméstica. En 1961, se relacionó con los miembros de Ediciones El Puente, quienes un año más tarde le editaron su primer libro, GH, título alusivo a las iniciales de su nombre y apellido. A partir de aquí, guiada por el interés en sus raíces ancestrales, compuso poemas inspirados en la mitología afrocubana, recogidos en Gatos y liebres o Libro de las conciliaciones (1978).
      En 1963, ingresó en Radio Progreso, donde durante cuarenta años escribió radionovelas centradas en los conflictos raciales de Cuba, sufrido especialmente por la mujer negra, cuya imagen estereotipada transformó y enriqueció en sus historias radiofónicas. Junto a estas preocupaciones sociales, ajenas al panfleto político, el tono coloquial e intimista de su poesía, salpicado de hallazgos imaginativos, aborda con singular perspectiva, el disfrute del amor, la maternidad y la pena por la muerte de su madre y su hija en libros como Gentes y cosas (1974), Gustadas sensaciones (1996) o Gritos (2004). Traducida a varios idiomas, obtuvo, entre otros reconocimientos, la Medalla Alejo Carpentier y la Distinción Honorífica de la Cátedra Nelson Mandela.
      Georgina Herrera murió en La Habana el 13 de diciembre de 2021, a los 85 años de edad, a causa del Covid 19. Pero, gracias al Hada Cibernética (en tan atinada expresión de Carlos Germán Belli), la tenemos presente hoy en Carmona con el documental Cimarroneando con GH, realizado en 2011 por Juanamaría Cordones-Cook, profesora de la Universidad de Missouri, a quien agradecemos su autorización expresa para proyectarlo.

© Fernando Romero

                                                                                                                              © Fernando Romero
FRANCISCO ESPINOZA DUEÑAS

Peruano es también Francisco Espinoza Dueñas (Lima, 1926-Carmona, 2020), cuyas obras ilustran la portada y el interior de la revista. Brillante grabador, pintor y ceramista, creció en un barrio muy pobre de la capital, al lado de un cementerio, circunstancia que influyó en su actitud vital y estética. A fuerza de sacrificio y denodado empeño, estudiando de noche, logró ingresar en la Escuela Nacional Superior de Bellas Artes, donde se graduó con honores. Como muchos de sus compañeros de generación, obtuvo una beca del Instituto de Cultura Hispánica, que le permitió residir en Madrid entre 1955 y 1958. Cursó entonces estudios de pintura mural en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando y afianzó su pasión por el grabado, especializándose en litografía, en la Escuela Nacional de Artes Gráficas. Espinoza Dueñas partió luego a París para perfeccionar sus estudios en la Escuela de Bellas Artes y formarse como ceramista en la Manufactura Nacional de Sèvres, siendo distinguido por el Museo Cantini, dentro de la Bienal de Marsella, con el Gran Premio Internacional de Cerámica, el más prestigioso del mundo. Precisamente, Mario Vargas Llosa, que lo conoció por esas fechas, señaló: «yo admiro profundamente esa convicción orgullosa, insolente, que singulariza a Espinoza Dueñas entre los artistas de su época y lo lleva a aferrarse con una tenacidad que tiene algo de desafío y de provocación […] Su arte no es mimético, no duplica lo real, no reproduce las imágenes cotidianas del mundo, sino, más bien, traduce en líneas y colores, en objetos plásticos, ciertos contenidos profundos del espíritu humano: la cólera, la humillación, el estupor».
      De 1965 a 1968 fue profesor en La Habana y realizó allí diversos murales en instituciones públicas. En 1969, se instaló en Burgos, ciudad de su esposa Pilar, en la que desarrolló una intensa actividad pedagógica y creadora. En 1983, hizo un mural con mosaicos, dedicado a César Vallejo, en la Vía Expresa de Lima. Desde este momento, los talleres cobraron relieve durante su estancia en Estados Unidos en los años 80, donde fue invitado para dar clases y seguir con sus particulares lecciones magistrales en directo, con murales pintados en Filadelfia, Nueva York o Nueva Jersey.
      A partir de 1989, se afincó en Constantina, donde prosiguió su febril labor creadora y didáctica, así como en otros pueblos de la sierra norte de Sevilla (El Pedroso, Cazalla de la Sierra, Las Navas de la Concepción…). Sus talleres experimentales sirvieron para llevar el proceso creativo al gran público, explicando sus técnicas ante personas de todo tipo (pensionistas, desempleados, estudiantes…). Para Fernando Iwasaki, «el legado de Espinoza Dueñas no solo es inmenso, sino que su obra producida en España representa una novedad con respecto a la que atesoran museos de Francia, Cuba, México, Perú y Estados Unidos, correspondientes a su etapa de 1958-1970. En realidad, desde su regreso a España, el artista peruano se mantuvo al margen de las veleidades del mercado, las ferias y los galeristas».
      En 2011, la Fundación Caja Rural del Sur le dedicó, en Huelva y Sevilla, una muestra retrospectiva de su obra, en la que, según Fernando Chueca Goitia, «la pintura, la cerámica, el mosaico o el grabado, lo que salga de las manos de Espinoza, tiene algo de fuerza telúrica, de volcán en erupción, de luciérnaga en la noche sideral, de crispación de un viejo dios atormentado».
      Calificado por el poeta José Hierro de «obrero de una artesanía ritual», Francisco Espinoza Dueñas pasó los últimos diez años de su vida en Carmona, donde, a pesar de su paulatina pérdida de memoria, nunca se olvidó de pintar. Murió en la Residencia San Pedro de nuestra ciudad pentamilenaria.
      Agradecemos a sus hijas Amaya y Adriana que nos hayan facilitado de manera altruista las obras reproducidas en estas páginas y cedidas para la exposición que se inaugura hoy en este Museo, al cuidado del artista Aurelien Lortet y que estará abierta al público hasta el 11 de noviembre de 2022.


© Fernando Romero


Aurelien Lortet, Ramón Gavira, José Antonio Doig (cónsul general del Perú en Sevilla),
Juan Ávila, Adriana Espinoza y Chari Acal.   
©Fernando Romero


Celebrando en el restaurante del Museo con familiares y amigos, 
el acto de presentación de Palimpsesto 37©Fernando Romero



Casa Palacio Marqués de las Torres
Museo de la Ciudad de Carmona, 7 de octubre de 2022