FRANCISCO JOSÉ CRUZ Archivo literario
sábado, 29 de abril de 2023
Presentación en Carmona de FLAMENCOS. VIAJE A LA GENERACIÓN PERDIDA de Manuel Herrera Rodas
lunes, 6 de marzo de 2023
El Excmo. Ayuntamiento de Alcalá del Río otorga a Francisco José Cruz el Premio VIVE de Cultura por su trayectoria literaria (28-febrero-2023)
© Alicia Cruz Acal
© Carlos Díaz Cruz |
Mis padres
Están aquí conmigo.No sé cómo probarlo. Me acompañan.Están aquí conmigo,apoyando su ausenciacomún en estas líneas y aferrados,como pueden, a los rasgos filialesde mi insomne genética.Están aquí, tratando de apuntarmealgo que yo no he escrito todavía.Están aquí, sin siquiera el atisboambiguo de sus sombras.Pero velan por mí,a pesar de que yo los niegue ante mí mismoy me empeñe en creer que son menos que nada.
© Chari Acal |
a quienes de manera entrañable y decisiva contribuyeron también a que desde chiquitito me integrara plenamente en la vida del pueblo, pese a mis limitaciones. Me refiero, entre otros ausentes, a mi tía Cloti, mi tío Enrique, mi abuelo Misael y, sobre todo, a mi hermano, verdadero ángel tutelar de mis correrías infantiles por estas calles.
Canción
Cómo iba yo a imaginarme,cuando era chico,que mi abuelo antes que abuelo,solo era un niñoque jugaba a la pelotacon otros niñosen una calle sin cocheso en un baldío.
Cómo iba yo a imaginármelo,cuando era chico,dando sus primeros pasosentre dos siglos,de la mano de su madreo ya solito.
Cómo iba yo a imaginarme,cuando era chico,a mi abuelo en una cunarecién nacido.
Cómo iba yo a imaginarmelo que imagino.
Francisco José Cruz
Alcalá del Río, 28 de febrero de 2023
Con familiares y amigos © Fernando Romero |
Al fondo, la torre mudéjar de Alcalá del Río © Carlos Díaz Cruz |
Chari y Fran, brindando ©Fernando Romero |
El poeta Francisco José Cruz reconocido en su pueblo natal, Alcalá del Río https://gatropolis.com/literatura/poeta-francisco-jose-cruz-reconocimiento/
sábado, 15 de octubre de 2022
PALIMPSESTO 37. Documental sobre Georgina Herrera y exposición de Francisco Espinoza Dueñas
Fran Cruz, Juan Ávila (alcalde) y Ramón Gavira (concejal de Cultura y Patrimonio) ©Chari Acal |
©Chari Acal |
Peruano es también Francisco Espinoza Dueñas (Lima, 1926-Carmona, 2020), cuyas obras ilustran la portada y el interior de la revista. Brillante grabador, pintor y ceramista, creció en un barrio muy pobre de la capital, al lado de un cementerio, circunstancia que influyó en su actitud vital y estética. A fuerza de sacrificio y denodado empeño, estudiando de noche, logró ingresar en la Escuela Nacional Superior de Bellas Artes, donde se graduó con honores. Como muchos de sus compañeros de generación, obtuvo una beca del Instituto de Cultura Hispánica, que le permitió residir en Madrid entre 1955 y 1958. Cursó entonces estudios de pintura mural en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando y afianzó su pasión por el grabado, especializándose en litografía, en la Escuela Nacional de Artes Gráficas. Espinoza Dueñas partió luego a París para perfeccionar sus estudios en la Escuela de Bellas Artes y formarse como ceramista en la Manufactura Nacional de Sèvres, siendo distinguido por el Museo Cantini, dentro de la Bienal de Marsella, con el Gran Premio Internacional de Cerámica, el más prestigioso del mundo. Precisamente, Mario Vargas Llosa, que lo conoció por esas fechas, señaló: «yo admiro profundamente esa convicción orgullosa, insolente, que singulariza a Espinoza Dueñas entre los artistas de su época y lo lleva a aferrarse con una tenacidad que tiene algo de desafío y de provocación […] Su arte no es mimético, no duplica lo real, no reproduce las imágenes cotidianas del mundo, sino, más bien, traduce en líneas y colores, en objetos plásticos, ciertos contenidos profundos del espíritu humano: la cólera, la humillación, el estupor».
De 1965 a 1968 fue profesor en La Habana y realizó allí diversos murales en instituciones públicas. En 1969, se instaló en Burgos, ciudad de su esposa Pilar, en la que desarrolló una intensa actividad pedagógica y creadora. En 1983, hizo un mural con mosaicos, dedicado a César Vallejo, en la Vía Expresa de Lima. Desde este momento, los talleres cobraron relieve durante su estancia en Estados Unidos en los años 80, donde fue invitado para dar clases y seguir con sus particulares lecciones magistrales en directo, con murales pintados en Filadelfia, Nueva York o Nueva Jersey.
A partir de 1989, se afincó en Constantina, donde prosiguió su febril labor creadora y didáctica, así como en otros pueblos de la sierra norte de Sevilla (El Pedroso, Cazalla de la Sierra, Las Navas de la Concepción…). Sus talleres experimentales sirvieron para llevar el proceso creativo al gran público, explicando sus técnicas ante personas de todo tipo (pensionistas, desempleados, estudiantes…). Para Fernando Iwasaki, «el legado de Espinoza Dueñas no solo es inmenso, sino que su obra producida en España representa una novedad con respecto a la que atesoran museos de Francia, Cuba, México, Perú y Estados Unidos, correspondientes a su etapa de 1958-1970. En realidad, desde su regreso a España, el artista peruano se mantuvo al margen de las veleidades del mercado, las ferias y los galeristas».
En 2011, la Fundación Caja Rural del Sur le dedicó, en Huelva y Sevilla, una muestra retrospectiva de su obra, en la que, según Fernando Chueca Goitia, «la pintura, la cerámica, el mosaico o el grabado, lo que salga de las manos de Espinoza, tiene algo de fuerza telúrica, de volcán en erupción, de luciérnaga en la noche sideral, de crispación de un viejo dios atormentado».
Calificado por el poeta José Hierro de «obrero de una artesanía ritual», Francisco Espinoza Dueñas pasó los últimos diez años de su vida en Carmona, donde, a pesar de su paulatina pérdida de memoria, nunca se olvidó de pintar. Murió en la Residencia San Pedro de nuestra ciudad pentamilenaria.
Agradecemos a sus hijas Amaya y Adriana que nos hayan facilitado de manera altruista las obras reproducidas en estas páginas y cedidas para la exposición que se inaugura hoy en este Museo, al cuidado del artista Aurelien Lortet y que estará abierta al público hasta el 11 de noviembre de 2022.
Aurelien Lortet, Ramón Gavira, José Antonio Doig (cónsul general del Perú en Sevilla), Juan Ávila, Adriana Espinoza y Chari Acal. ©Fernando Romero |
martes, 11 de octubre de 2022
EN LA CALZADA DE ELISEO DIEGO
martes, 21 de junio de 2022
LOS VERSOS APÁTRIDAS DE FABIO MORÁBITO por Francisco José Cruz
Allá por 1996,
recién iniciada mi correspondencia con el poeta Antonio Deltoro, recibí de su
parte un paquete con libros suyos y de algunos amigos, entre ellos, De lunes
todo el año de Fabio Morábito, de quien solo tenía noticias vagas. Pocas
noches después de este generoso regalo, a punto ya de acostarnos, Chari, mi
mujer, cogió dicho volumen con la mera intención de ojearlo y, de pie, en
nuestro cuarto de estudio, me leyó «Corteza», primer poema que oí de su autor,
cuya concentrada sobriedad nos atrajo de tal modo que nos incitó a leer al día
siguiente las demás piezas del conjunto. En él, Morábito, nacido en Alejandría,
criado en Milán –la tierra natal de sus padres– y trasladado en su adolescencia
a México, donde, desde entonces, vive y escribe en español, desgrana con
transparente y contenida intensidad su doble desarraigo geográfico y
lingüístico.
La entusiasta lectura de De lunes todo
el año nos animó a publicarle en 1997, dentro de nuestra colección Palimpsesto,
cuando aún su obra era desconocida casi por completo en España, El buscador
de sombras: doce poemas inéditos –integrados luego en Alguien de lava–,
más una entrevista que le hice a modo de epílogo. A partir de aquellos lejanos
días, la obra de Fabio Morábito resulta para mí, debido a sus genuinos enfoques
y limpieza expresiva, un estimulante modelo de inimitable rigor, al punto de
que en 1999 escribí un extenso artículo[1]
relacionándola con el mundo bucólico, a la luz de su ensayo Los pastores sin
ovejas.
En diciembre de 2002, aprovechando una gira literaria por Barcelona y Madrid, Fabio nos visitó en Carmona, ciudad de la provincia de Sevilla, donde residimos y, aunque pasamos juntos solo unas horas, conversamos en casa con la relajada soltura que nos daba nuestro ya largo trato epistolar. Este fue el primer encuentro cara a cara o mano a mano, al que siguieron otros en Sevilla, México y de nuevo Carmona, con motivo de diversos eventos poéticos. Ellos reafirmaron mi idea de un hombre cabal, coherente y auténtico, cuya cordialidad, dentro de un sincero interés por el prójimo, lo protege, sin embargo, de un exceso de confianza mal entendida. Esta suerte de reserva última se proyecta, a mi juicio, en la resistencia interior del árbol, expresada por los versos del poema ya aludido:
CORTEZADe niño me gustaba
desprenderla,
limpiar el tronco,
dejar al descubierto
la verde urgencia
de otra capa,
sentir abajo
de los dedos
la rectitud del árbol,
sentirlo atareado
allá en lo alto,
en otro mundo,
indiferente a mis mordiscos,
capaz de sostenerse
sin corteza,
capaz de reponerse
de cualquier ofensa.
Los tempranos cambios de lugar influyen desde niño en su retraimiento y atenúan su efusividad comunicativa, causa, quizá, del cauteloso trato con los suyos –germen a veces del remordimiento– y, en general, con sus semejantes. Confesional y recatada a la vez, esta poesía, de sutiles líneas divisorias entre realidades contiguas, es la de un solitario que busca pasar inadvertido para, desde la distancia justa, ver y oír a los demás. A la caza de detalles ordinarios, no insólitos, Morábito es el espía de las ventanas encendidas en la noche y de los ruidos domésticos detrás de las paredes. De este modo indirecto, se integra en la corriente de la vida, sin ser notado: "No quiero, pese a todo, / muros gruesos, / tan gruesos que no oiga / el silencio de los otros".[3]
Acorde con este perfil huidizo, Morábito evita las conclusiones rotundas y los argumentos acabados, en favor de las digresiones sinuosas, de «la palabra plástica, no rígida»[4], cualidad aprendida del oficio de su padre, quien trabajó en materiales plásticos. Esta actitud se acentúa en sus últimos libros, cuyos poemas, partiendo de una idea o situación concreta, proceden mediante merodeos e imprevistas vueltas de tuercas hasta asomarse, a veces, al callejón sin salida de lo absurdo. Tales desvíos temáticos se sostienen en calculadas repeticiones y en una rara habilidad para poner en contacto elementos muy disímiles entre sí, técnica surrealista que, sin embargo, Morábito aplica a una poesía racional y cotidiana, de tono narrativo. Estas asociaciones inesperadas, al principio inconexas, conforme discurre el poema, se van acercando hasta, entrelazándose, formar una red de sentidos, donde no queda un cabo suelto. Se diría que, en los casos más notorios, uno asiste al proceso mismo de su escritura. Son muy ilustrativas estas líneas de su texto «Surcos»:
Para huir del tedio del salón de clase acostumbraba en mis
primeros años escolares trazar en una hoja una carretera imaginaria, una línea
sinuosa que la cruzaba de un extremo a otro y a la que después yo añadía unas
desviaciones para que ganara complejidad. La recorría con el lápiz una y otra
vez, hasta que las líneas se convertían en surcos, luego abría nuevas
desviaciones que se convertían en nuevos surcos, y así hasta cubrir la hoja con
una red intrincada de caminos[5].
En resumidas cuentas, los versos apátridas de Fabio Morábito, al unir, con sui generis discreción, biografía y pensamiento, suponen tanto un incisivo interrogante de la existencia como un refugio ante ella.
[1] «Fabio Morábito, el
pastor entrañable» por Francisco José Cruz (en Deshora n.º 7, Medellín,
Colombia, abril de 2001)
[2] «Tres ciudades», en Lotes baldíos (FCE, México, 1985).
[3] «No quiero, pese a todo»
(en Alguien de lava, Era, México, 2002).
[4] «Mi padre siempre trabajó en lo mismo» (en Alguien de lava,
opus. cit.)
[5] El idioma materno (Sexto Piso, México, 2014)
[6] «Algunas preguntas a
Fabio Morábito para saber un poco menos» (entrevista de Francisco José Cruz, en
El buscador de sombras, col, Palimpsesto, Carmona, 1997).
https://latinamericanliteraturetoday.org/es/numero/22/
https://latinamericanliteraturetoday.org/es/2022/06/los-versos-apatridas-de-fabio-morabito/