EL ESPANTO SEGURO (2010)

A Chari,
estos poemas,
que tienen nuestros miedos.




y el espanto seguro de estar mañana muerto
Rubén Darío





Canción de cuna

Duérmete, mi niño,
pero no te mueras,
que aún no te he dado
ni una vez la teta.
Duérmete, mi niño,
pero no te mueras.

Con tal de que el médico
te cure de veras,
dejo que te cambie
de pañal cualquiera.
Duérmete, mi niño,
pero no te mueras.

Aunque no soy yo,
sino la enfermera
de turno, quien mece
tu cunita ajena,
duérmete, mi niño,
pero no te mueras.

Quizá te acostumbres
a tubos y a pruebas
antes de que a casa
conmigo te vengas.
Duérmete, mi niño,
pero no te mueras.

Y aunque te acostumbres
también a mi ausencia
y te dé lo mismo
que yo no te tenga,
duérmete, mi niño,
pero no te mueras.



En defensa del tiempo

No siempre tiene la culpa
el tiempo de que la muerte
se salga al fin con la suya.

A la muerte le da igual
que estemos casi empezando
o a punto de terminar.



Plato de porcelana

Plato de porcelana,
cómo te resbalaste
de pronto de mis manos.

Al irte contra el suelo,
irremediablemente,
te hiciste mil pedazos,

que yo barrí con lástima
y con lástima eché
a la basura, claro.

Plato ya con los bordes
desconchados,

en ti he comido yo
desde niña y también
mi hija casi a diario,

sin que me diera cuenta
de que a estas alturas
vivías de milagro.

Plato de porcelana,
de la vieja vajilla
de la abuela, mis manos

de pronto han hecho añicos
tus cien años.



Despedida

Una semana antes de morir mi madre
dejamos a mi padre en el hospital
con anginas de pecho descontroladas.

Ella en su cama, invadida por el cáncer,
y él de pronto ingresado de gravedad
cuando más necesitaba acompañarla.

Los dos sabían –cómo iban a engañarse–
que no volverían a verse jamás
aunque al despedirse lo disimularan.



Coplilla de amor

Quédate conmigo,
no me faltes nunca,
que me vaya yo antes
por mucho que sufras.



Árbol de acero inoxidable

                                 Trasplantado, escultura de Roxy Paine,
                                 instalada en la Dehesa Montenmedio.

Con el tronco algo inclinado
como si hubiera crecido duramente contra el viento,
entre pinos piñoneros, brillo a brillo, sombra a sombra,
trasplantado permanezco.
Nada por mí sube o baja,
ni roedores ni insectos,
pero cuando alas o manos
tocan en mi tronco hueco
vibro, vibro como savia
que recorriera mi cuerpo
y llegara a las raíces
y a las hojas,
                     que no tengo.
Con el tronco algo inclinado
como si hubiera crecido duramente contra el viento,
entre pinos piñoneros, permanezco día a día,
sin los anillos del tiempo.



Preguntas

Las partes de mi cuerpo,
¿qué saben unas de otras?:

¿qué les dice la sangre
mientras las colma
de oxígeno y nutrientes en su incesante ronda?

¿Qué sienten cuando alguna
se enferma o atrofia
de pronto o lentamente
hasta afectar a todas?

¿Y qué intuyen de mí,
apenas sombra
de este cuerpo que entre ellas
conforman
y deforman?



De negro

No puedo todavía quitarme el luto,
a pesar de la insistencia de mis hijas
y el deseo callado de mi marido.

De negro es como me encuentro más a gusto
(menos indefensa ante las alegrías
que sin remedio me va dando el destino).

No puedo todavía quitarme el luto,
que envuelve todas las noches de mi vida
con la noche imposible en que murió mi hijo.



A una tortuga

Nunca se sabe
de entre qué piedras
del jardín sales,
pero pareces
piedra sonámbula cuando te mueves.

Cuando te cojo
me vienen ganas
de echarte a un pozo
y que resuenes
como una piedra por sus paredes.

Huyes de mí
cuando te suelto
en el jardín:
verte y no verte,
piedra entre piedras, dónde te pierdes.



En el cementerio de College Station

Creyendo que era un jardín
–uno de esos que oxigenan
la ciudad–,

entramos muy de mañana,
cuando aún no había nadie,
a pasear,

hasta que nos dimos cuenta
de que por el amplio césped,
aquí y allá,

lápidas discretas, sobrias
se esparcían en un orden
regular,

con sus nombres y sus fechas,
que empezamos a leer
al azar.

Ni mausoleos ni muros
de nichos cuadriculados:
nada más

el horizonte, los árboles
y bajo tierra los restos.
En verdad,

nosotros fuimos los únicos
que allí en aquella mañana,
ay, descansamos en paz.



Función ornamental

Encima de cada puerta
de la casa, mi mujer
ha ido colgando una máscara.

Formas en madera o barro
que hoy a nadie provocan
sugestiones sagradas.

Es esta inofensiva
función ornamental
la que protege a la casa

–frívola, distraídamente–
de temibles certidumbres
y tenaces esperanzas.



Alguna excusa

Mi padre y yo no conversábamos nunca
de nuestras inquietudes más personales.
Sólo aficiones toscas nos acercaban

aunque de una manera fugaz e insulsa.
Nos resultaba, además, desagradable
abordar asuntos de gran importancia,

fueran los que fueran. Cuando no hubo dudas
de que en meses se nos moría mi madre
y él ya sólo deambulaba por la casa,

yo sabía que buscaba alguna excusa
con tal de hablar conmigo y desahogarse.
Pero no supe darle pie a que me hablara.



Indicios

Ahora que se te están
separando varios dientes
que se te caen
las tetas
y alguna cana te crece
sólo ahora me doy cuenta
tras media vida queriéndote
de que en tu flamante cuerpo
poro a poro
fiebre a fiebre
también amé estos indicios
que empiezan ya a envejecerte
y me acercan más a ti
para seguir como siempre
la otra media vida juntos
cana a cana
diente a diente



Con la mosca detrás de la oreja

Ya tengo la mosca
      detrás de la oreja
la misma de siempre
      que zumba y me inquieta
que zumba y me pone
      más y más alerta
antes de que un ala
      me roce siquiera
Mosca rondadora
      sólo si se piensa
sólo si se teme
      conforme se acerca
sin que a estas alturas
      de mi edad yo pueda
con un movimiento
      simple de cabeza
al fin espantarla
      Mosca cojonera
porque siempre vuelve
      incordiante y terca
para recordarme
      que es ella la eterna
la única mosca
      detrás de la oreja



Hasta el final

Nueve días, semiinconsciente,
mi hermano se estuvo muriendo
en una cama de hospital.

Yo a su lado oía el goteo
del suero, su respiración
cada vez más irregular

y pensaba en que ya de niño
padeció los primeros síntomas
de esa incurable enfermedad

que, poco a poco, fue dejándolo
casi sin fuerzas y sin habla,
tan a merced de los demás.

A su lado, yo deseaba
que muriera y que no muriera:
no sabía qué desear,

mientras leía algún periódico,
esperando el momento de irme
a casa para descansar

de no hacer nada en tantas horas
y no saber acompañarlo
hasta el final.



Ese mismo tono

Me sorprendo a veces hablándole a mi hija
con ese mismo tono cortante y seco
que a mi padre le salía al enfadarse.

Ahora entiendo hasta qué punto él no tenía,
más de una vez, ningún motivo concreto
para de esa manera desconsolarme.

Y me vienen de pronto esta tristeza íntima,
este remordimiento cortante y seco
que también sin duda tendría mi padre.



Fantasía para mi hija

«Sucede que me canso de ser hombre»
                                                      Pablo neruda

Me subo al columpio
            me agarro me impulso
con ritmo con fuerza
            no siento vergüenza
de estar entre niños
            pues soy ya otro niño
pero sin querer
            a cada vaivén
me olvido de mí
            y aunque sigo aquí
ya ocupa mi sitio
            el último simio
que hace miles de años
            se bajó del árbol
del árbol sin frutos
            donde me columpio
con ritmo con fuerza
            no siento vergüenza
de estar entre monos
            pues soy ya otro mono
que no va a poner
            en tierra los pies



Este asombro

Este asombro que tengo de estar vivo
todavía, es también el mismo asombro
de ver a tantos que ya son escombro,
como yo cuando deje de estar vivo.

Este asombro total, reiterativo
entre cuerpos y sombras,
                                           este asombro
nunca podrá apoyarse en ningún hombro
que a su contacto no le sea esquivo.

Mudo, invisible, siempre va conmigo,
empeñado en guiarme entre la gente
como si yo sin él no fuera nada.

Asombro que no sé si es mi enemigo
ni si me guiará cuando esté ausente
hasta que quede de mi cuerpo
                                                  nada.



Canción de la carne

Tus carnes de medio siglo
y las mías de otro medio
mezclan un siglo de carne pletórico de deseo
Arrebato irreprimible de grasas músculos nervios
de glándulas inflamadas donde se hunden los dedos
Espesura de la carne como si no hubiera huesos
debajo de tantos pliegues que va amontonando el tiempo
Tus carnes de medio siglo
y las mías de otro medio



Pesadilla

Mis padres murieron hace doce años.
A veces sueño que vuelven y que tratan
de vivir como si fuéramos los mismos

y desde entonces nada hubiera cambiado.
Cómo explicarles que ya no tienen casa,
que muebles y dinero los repartimos,

naturalmente, entre todos los hermanos.
Nos miramos sin decir una palabra
hasta que me despierto con gran alivio.



Ante el sepulcro de
Valeriano y Gustavo Adolfo Bécquer

Si en vida fueron a una
en la muerte son uno,
mezcladas sus cenizas
o sus vacíos juntos
después de siglo y medio
fuera del mundo.

Como a una última puerta
toco el mármol e iluso
acaricio sus nombres,
letra a letra incorruptos,
nombres que los distinguen
en este mundo.

Y busco la manera
de hacerme ante el sepulcro
fotos para el recuerdo,
no sin ciertos escrúpulos
por sentirme en el fondo
poeta intruso.



Ecos y reflejos

Voces que recuerdan otras voces
en el tono el timbre o algún matiz

Caras que recuerdan otras caras
en un rasgo un gesto o de perfil

Son voces y caras de personas
que nada se tocan entre sí

Ecos y reflejos unos de otros
que a veces nos pueden confundir



Foto a un viejo león

Con un ojo semicerrado,
mira a la cámara de frente,
que registra sus viejos gestos
de fiera inerme.

Pero no los roncos rugidos,
rugidos, ay, que más parecen
quejidos,
           que van remitiendo
mientras se tiende.

Ya la jaula le queda grande
después de eternos diecinueve
años entre férreos barrotes
indiferentes.

De sus propias herrumbres reo,
ruge o se queja por su muerte:
sabe que no son los barrotes
los que hoy le duelen.



«Papá, ¿cómo se sale del planeta?»

Y así de pronto no sé qué contestarle.
Le digo que, como la Tierra es redonda,
no puede salirse por ninguna parte.

Ella se calla. Pero no se conforma.
Le explico entonces que sólo en una nave
espacial podría atravesar la atmósfera.

Y se despreocupa, como si guardase
mi respuesta en la manga de la memoria
por si algún día tuviera que escaparse.



Puerta de bronce

        Escultura de Cristina Iglesias
    instalada en el Museo del Prado

Carcomidas oquedades
trenzas de nudos rugosos
como ramas o raíces
retorcidas hasta el fondo
son las marcas de esta puerta
descomunal y del tronco
serían de un árbol viejo
si el bronce color terroso
fuera en verdad la madera
que al tacto finge de pronto:
carcomidas oquedades
trenzas de nudos rugosos



El mendigo

A cualquier hora del día o de la noche
se le ve por las calles.

(Si alguien supiera
que los nervios
me echan de casa)

Se queda dormido de pie contra un poste
o en un banco del parque.

(Si alguien supiera
cuánto miedo
me entra en la cama)

Acepta lo que le dan con gesto torpe
pero no habla con nadie.

(Si yo sintiera
como en sueños
que no doy lástima)



Aniversario de boda

Te regalo este intento
de escribir de nosotros,
sabiendo de antemano
que he de quedarme corto.

Te regalo este intento
de entrever lo que somos,
después de tantos años,
el uno junto al otro.

Ni de ti ni de mí:
escribir de nosotros
como viejos siameses,
pegados para todo.



Disimulo

Mi mujer ya sabe que me queda poco
porque le quita importancia a mis arritmias,
a mis vómitos frecuentes y negruzcos.

Ella lo sabe, por eso me habla sólo
de insignificancias propias de la vida.
Yo le sigo sin más la corriente, incluso

finjo interés por lo que me cuenta, como
si eso a mí me distrajera todavía
y no estuviera harto de este disimulo.



La mecedora

Siempre dice que sí la mecedora
se siente quien se siente a cualquier hora
del día o de la noche siempre espera
con los brazos abiertos de madera
Tiene ritmo de rama contra el viento
ritmo ancestral que es puro asentimiento
y ya esté ocupada o desocupada
no deja de mecerse ensimismada
Se siente quien se siente a cualquier hora
siempre dice que sí la mecedora



Una mancha

Sobre la montera translúcida
del patio hay un gorrión muerto.
Allí lleva varias semanas,
expuesto al sol, al agua, al viento.

Visto desde abajo es tan sólo
una mancha en lugar de un cuerpo:
la mancha que será algún día,
cuando no le quede ni un hueso.



Vieja foto de estudio

Niños todavía,
posamos los cuatro,
uno al lado de otro,
sobre fondo blanco.
La foto, apaisada
y de gran tamaño,
sin por qué ni cómo,
se va borrando.
A mí me falta
ya medio rostro
y de mi hermano
sólo quedan
unos restos
grisáceos.
Enteras
aún siguen
mis dos
hermanas…
¿hasta
cuándo?



Nicho de alquiler

Hace ya diez años que murió mi hermano.
Lo enterramos en una tumba alquilada,
cuyo contrato prescribe en estos días.

Ahora no sabemos si renovarlo
o juntar sus cuatro huesos con las nadas
de mi padre y de mi madre confundidas.

En el fondo, da lo mismo lo que hagamos:
es de nosotros –los muertos de mañana–
este deseo de reunir sus ruinas.



A mi cuerpo

«Nosotros ni siquiera de nosotros mismos disponemos.»
                                                                    Ibn Hazm de Córdoba.

Bien sé yo,
cuerpo mío,
que soy tuyo
aunque olvide
que soy tuyo,
cuerpo mío,
y me crea
que eres mío,
cuerpo tuyo,
por hacer
lo que es tuyo
ya tan mío,
pues sin ti
ni soy mío
ni soy tuyo
y sin mí
no eres tuyo,
cuerpo mío.



Así

Vueltos en la cama,
ya del mismo lado,
la abrazo y me aferro
a su pelo largo.

Así yo me siento
cada noche a salvo
de la noche misma
y su desamparo.

Y así me abandono
al sueño diario
en la rama frágil
de su pelo largo.



Delirio

Se extiende el tumor
por el vientre el pecho
hasta la garganta
se extiende el tumor
se extiende no puedo
ya ni beber agua
se extiende el tumor
se extiende del cuerpo
a toda la cama
se extiende y me hundo en el sopor
de las sábanas
en el colchón
que me traga
y estiro y encojo las patas de mi cuerpo
las piernas de la cama
y me hundo me hundo en este sueño
sin alas
que tornillo a tornillo hueso a hueso
me confunde con la cama
y me duele el colchón
me duelen las sábanas
manchadas de sudor
o de miedo
y me hundo me hundo en el tumor
que me traga me traga
entero



Siempre a los otros

Siempre a los otros les caen las desgracias
–uno de esos tumores, por ejemplo,
que no dan ninguna esperanza–.

Siempre a los otros, mientras yo me dejo
llevar por mis afanes o rutinas
sin preocuparme de mi cuerpo.

Siempre a los otros les caen las desgracias,
pensará alguien que se fije en la mía
cuando también a mí me caiga.



Canción de sepultura

Púdrete, amor mío,
que no hay más remedio,
púdrete sin mí,
que aún no me he muerto.

Púdrete, púdrete
dentro de tu sueño,
púdrete aunque yo
sin ti ya no duermo.

Púdrete, amor mío,
que no hay más remedio,
púdrete, púdrete
hasta el último hueso.