Seguramente las
lluvias
torrenciales de
estos días
la obligaron a
salir
de cualquier
alcantarilla.
El caso es que
estaba allí,
arriba de la
escalera
y se nos metió en
la casa
en cuanto yo abrí
la puerta.
Por el miedo y por
el asco
que siempre dieron
las ratas,
se apoderó de
nosotros
el deseo de
matarla.
En un cartón le
pusimos
queso duro y
pegamento,
pero como era tan
gorda,
se despegó con
esfuerzo.
Tampoco fueron
bastantes
los ingenuos
escobazos,
pues siempre se
escabullía
por los rincones
del patio.
Hartos de su
resistencia
a estos ataques,
le dimos
con la escopeta de
plomos
a quemarropa dos
tiros.
Rematada la faena,
tranquilos ya,
estoy seguro
de que ella pasó
más miedo
que todos nosotros
juntos.
Publicado en Sibila, revista de arte, música y literatura, nº 44 (Sevilla, octubre de 2014) e incluido en Un vago escalofrío (Bogotá, 2015).