martes, 1 de abril de 2014

OCTAVIO PAZ, MOMENTOS DE UN FERVOR.

«No vamos ni venimos / Estamos en las manos del tiempo». A un siglo del nacimiento de Octavio Paz vuelven a mi memoria estos dos versos suyos, que siempre sentí como una réplica esperanzadora, propia de su amplitud de miras, a los que demoledoramente cierran «Lo fatal», el soneto de Rubén Darío.
      Acompañado de Chari, por entonces mi novia, tuve la fortuna de asistir al recital que, junto a varios poetas andaluces de distintas generaciones, ofreció Octavio Paz en el Real Alcázar de Sevilla, dentro de unas jornadas sobre Luis Cernuda en 1988. Sólo esa vez hubiera podido expresarle personalmente mi juvenil fervor por su obra, pero mi timidez de principiante venció el deseo de acercarme a él, siempre rodeado de otros más atrevidos.
      Este mismo año, Chari y yo leímos llenos de entusiasmo Árbol adentro. Al cabo de tanto tiempo, la extenuante catarata de las enumeraciones y el conceptual lirismo de estos poemas, sobre todo los extensos –que entonces me deslumbraban sin paliativos– me resultan ahora, como otros muchos del maestro mexicano, vertiginosos malabarismos retóricos, expresados con tal transparencia que, en sus mejores composiciones, parece materializarse el instante. Quizá mi paulatino alejamiento de este mundo poético fuera necesario para encontrar el mío, mucho más modesto que el suyo y menos pendiente de la novedad. Sin embargo, no me cabe duda de que sus reveladores ensayos contribuyeron decisivamente a mi madurez de lector y de poeta, infundiéndome el valor de la discrepancia. En ellos aprendí, entre tantas lecciones, que la admiración es hermana del sentido crítico y que la poesía, lejos de ser un mero desahogo sentimental al margen de la historia, forma parte intrínseca de ésta, ya sea para superarla o contradecirla. Además de El arco y la lira o La llama doble, tengo especial aprecio por Sor Juana Inés de la Cruz o las trampas de la fe, libro monumental, donde la biografía, el análisis literario y el contexto socio-cultural se entrelazan hasta conseguir esa dimensión de totalidad, tan infrecuente como característica de su pensamiento. Esta manera tan lúcida de relacionar las múltiples tradiciones poéticas entre sí y a éstas con otras manifestaciones artísticas de cualquier índole, ha mitigado el pudor de considerarme poeta en una época demasiado insensible a la inmemorial vocación de medir con acentos o sílabas los milagros y calamidades de nuestra especie. Acabo estas líneas evocando a mi madre, quien, ajena a la literatura, al final de mi adolescencia, me leyó Los hijos del limo durante muchos mediodías, sentada junto a mí en un banco, entre naranjos, de la plaza de mi pueblo, mientras tomábamos el sol. Árboles, plaza y sol, imágenes tan familiares a nuestro poeta.
Carmona, febrero de 2014
Publicado en Periódico de Poesía, dossier Octavio Paz, UNAM, México, marzo-abril de 2014.