viernes, 25 de diciembre de 2020

Presentación de EL SUEÑO DE SER POETA de Humberto Ak'abal

El 28 de noviembre, dentro de la XVII Feria Internacional del Libro de Guatemala, se presentó El sueño de ser poeta (Ed. Piedra Santa, 2020), conjunto de textos autobiográficos de Humberto Ak’abal. Participaron su viuda Mayulí, Francisco José Cruz, quien prologó, cuidó y revisó el libro y la editora Irene Piedrasanta.




XVII Feria Internacional del Libro de Guatemala, 28 de noviembre de 2020


martes, 15 de diciembre de 2020

Francisco José Cruz en el I Encuentro Internacional de Poesía de Funza

 Francisco José Cruz participó en el I Encuentro Internacional de Poesía, dentro del XXIII Festival de Arte y Cultura Zaquesazipa de Funza, con una lectura de poemas y en un conversatorio sobre la traducción poética, los días 19 y 20 de noviembre de 2020.

https://www.youtube.com/watch?v=Z4Y9v0u5Ghk

RECITAL DE POESÍA. CARTOGRAFÍA DEL SILENCIO



CONVERSATORIO:
INTERPRETAR EL VÉRTIGO. LA TRADUCCIÓN POÉTICA
ANTE LOS NUEVOS ENTORNOS COMUNICATIVOS


Funza, Cundinamarca, Colombia, 19 y 20 de noviembre de 2020

jueves, 10 de diciembre de 2020

Conversación entre Manuel Borrás y Francisco José Cruz en XXII Jornadas de Poesía en Español

El 29 de octubre de 2020, dentro de las XXII Jornadas de Poesía en Español, dirigidas por Paulino Lorenzo y celebradas en la capital riojana, Manuel Borrás y Francisco José Cruz mantuvieron un diálogo en torno a la edición de poesía. Moderó el acto el poeta y librero Alfonso Martínez Galilea. 
Vídeo:

XXII Jornadas de Poesía en Español, Logoño, 29 de octubre de 2020

miércoles, 9 de diciembre de 2020

Francisco José Cruz en P&p+Arte nº 3

Conversación con el poeta Francisco José Cruz 
a cargo de Elkin Restrepo y Claudia Ivonne Giraldo. 
Presenta: Male Correa
VÍDEO:
https://www.facebook.com/prosapoesiayarte/videos/2845103329043540/


Fiesta del Libro y de la Cultura de Medellín, 10 de octubre de 2020

domingo, 6 de diciembre de 2020

Concierto de Amancio Prada en la clausura del I Encuentro Sevilla, Casa de los Poetas (26-feb-2005)

 El 26 de febrero de 2005, Amancio Prada clausuró el I Encuentro Sevilla, Casa de los Poetas con un bello y delicado concierto, donde cantó desde viejos romances anónimos hasta poemas de nuestros días.


Centro Cultural El Monte, Sevilla, 26 de febrero de 2005.


Onomatopoesía y Oralitura. Taller de Humberto Ak'abal en el II Encuentro Sevilla, Casa de los Poetas

El 15 de noviembre de 2005, en el Salón de Actos de la Caja de San Fernando, Humberto Ak'abal dio un taller titulado "Onomatopoesía y Oralitura", en el marco del II Encuentro Sevilla, Casa de los Poetas. Fue presentado por Francisco José Cruz, director de dichas jornadas, bajo los auspicios del Ayuntamiento hispalense, siendo delegado de Cultura Juan Carlos Marset.  
A pesar de las deficiencias de la grabación, perceptibles sobre todo en el turno de preguntas de los asistentes, este documento único posee un gran valor literario. 


Caja de San Fernando, Sevilla, 15 de noviembre de 2005

domingo, 8 de noviembre de 2020

Lectura de Eduardo Lizalde en el II Encuentro Sevilla, Casa de los Poetas

El poeta mexicano Eduardo Lizalde dio la primera y única lectura de sus poemas en Sevilla el 14 de noviembre de 2005 en el II Encuentro Sevilla, Casa de los Poetas, "La poesía y los sentidos", en el Salón de la Caja de San Fernando. Fue presentado por Francisco José Cruz, director de dichas jornadas, bajo los auspicios del Ayuntamiento hispalense, siendo delegado de Cultura Juan Carlos Marset.


Caja de San Fernando, Sevilla, 14 de noviembre de 2005.


jueves, 15 de octubre de 2020

BÉCQUER: LA POESÍA Y TÚ. Conferencia de Américo Ferrari

Presentado por el poeta Juan Carlos Marset, entonces delegado de Cultura, el reconocido ensayista peruano Américo Ferrari inauguró el II Encuentro Sevilla, Casa de los Poetas con la conferencia titulada "Bécquer: la poesía y tú", celebrada en el Salón Colón del Ayuntamiento hispalense, el 14 de noviembre de 2005. Cerró el acto Alfredo Sánchez Monteseirín, alcalde de la ciudad.


Salón Colón, Ayuntamiento de Sevilla, 14 de noviembre de 2005


domingo, 4 de octubre de 2020

Algunas impresiones sobre Rafael Montesinos

El pasado 30 de septiembre de 2020, en el antiguo convento de Santa Clara de Sevilla, Francisco José Cruz intervino en el Homenaje a Rafael Montesinos, a los cien años de su nacimiento. Compartió mesa con su viuda, Marisa Calvo, el crítico Rafael Roblas y el periodista Ángel Pérez Guerra como moderador.


      Este artículo precisa y desarrolla en algunos detalles los comentarios que Fran Cruz hizo durante el acto.

Algunas impresiones sobre Rafael Montesinos

En 1996, tuve el honor de ser invitado al XXIV Congreso de Arte Flamenco, celebrado en Sevilla y dirigido por Manuel Herrera Rodas. Allí conocí personalmente a Rafael Montesinos, pues ambos participamos en una mesa redonda sobre la poesía del cante donde –con su inconfundible voz pastosa, ya débil por la edad, ensimismada, como si hablara para adentro– leyó unas pocas cuartillas sobre la soleá, estrofa que él ha contribuido a su hondura y belleza literarias, sin menos cabo de su sabor popular. Pero fue en mi primera juventud, recién arrepentido de mis adolescentes veleidades surrealistas, cuando descubrí su poesía en la muestra antológica La verdad y otras dudas[1], libro que aún me acompaña y cuyo paradójico título resume bien una de las características de este mundo poético.

      Cada vez que he vuelto a los versos de Rafael Montesinos, en distintas etapas de mi vida, he tenido al leerlos los mismos sentimientos encontrados de placer y disgusto por una rara mezcla de hallazgos y rémoras, incluso dentro de un solo poema. Admiro sin paliativos sus decisivos estudios de Gustavo Adolfo Bécquer, que despejan su figura y su obra de malentendidos, medias verdades y falsedades enteras, hasta dibujarnos una imagen del autor de las Rimas mucho más justa y acorde a la realidad en que vivió. Pese a dar por sentado que la actitud del crítico ante la escritura es de índole casi opuesta a la del creador, me causa cierta extrañeza que la distancia objetiva que Montesinos aplica a sus exhaustivas investigaciones de auténtico sabueso, desaparezca del todo de su poesía, la cual incurre en rezagos románticos que seguramente no hubiera aprobado en Bécquer. Me refiero, según él mismo reconoce en Los años irreparables[2], a ese «malsano y demoledor sentimiento de nostalgia» por la inconsolable pérdida del paraíso de la infancia. El abuso de palabras como dolor, tristeza, sufrimiento o pena –esta última de resonancia flamenca–, desinfla en parte las emociones, impidiendo así que el lector las sienta con plena intensidad. Este exacerbado regodeo en la melancolía, rayano en el victimismo autocompasivo, me sorprende aún más si tenemos en cuenta que está expresado en poemas escritos muy temprano, a los veintitantos años. Al leerlos, sin embargo, se diría que reflejan la angustia propia de alguien maduro, lleno de experiencias adversas. En el ya citado libro de recuerdos, Montesinos confiesa que «en el fondo de mi pecho, en mi soledad de siempre, nunca, nunca he dejado de ser niño», aunque sus versos proclamen que lo dejó de ser muy pronto:

pobre niño perdido por mi infancia

y, antes de tiempo, viejo[3]

      Este constante estado de congoja, aliviado a veces por un humor amargo, revela una tan patética como prematura consciencia del paso del tiempo.

      Indisoluble de la añoranza por su niñez, se encuentra la que el poeta siente por su ciudad natal desde que en 1941 se trasladó a Madrid con su familia, siendo muy joven. Salvo algunos detalles de rincones íntimos, la imagen de Sevilla que con más frecuencia aparece en sus versos es la típica del río Guadalquivir, la Giralda o la Semana Santa, elementos que eleva a categoría de símbolos de su visión estereotipada y decadente:

Calle de la Sierpes,

donde están las sillas,

donde está mi infancia

recién fallecida,

jugando ¡la pobre!

a las cuatro esquinas,

de cuerpo presente,

con mi historia encima.[4]

      Si esta suerte de chovinismo lírico, entreverado con el tópico mito de la infancia feliz, me causa un rechazo instintivo, me atrae especialmente de Rafael Montesinos, además de sus audacias léxicas (cambios de contexto de frases hechas, construcciones inesperadas o transformación de sustantivos y pronombres en adverbios), que potencian sus significados en todos los niveles de la lengua, su versatilidad formal, capaz de reunir en un mismo poema estrofas y metros populares y cultos, como es el caso del titulado «A Rafael Alberti»[5], donde, entre los cuartetos y los tercetos de un soneto, se intercalan seguidillas, alegrías o fandangos. Esta gran flexibilidad técnica –que tanto echo de menos en los poetas de hoy– favorece el juego de los contrastes entre espacios y tiempos distintos, entre hombre y paisaje, entre el que fuimos y el que somos, enriquece sus enfoques temáticos e incentiva un sui generis don imaginativo. Así ocurre, por ejemplo, en «Homenaje para mi centenario»[6], escrito a los veinticuatro años con una premonitoria e inusual distancia irónica de sí mismo, que la severidad de los alejandrinos blancos subraya:



      O en «Oración a Dios Padre»[7], cuya primera parte, de las tres que tiene, revierte el mensaje bíblico con un atrevimiento insólito, dada la ortodoxia religiosa que rige casi siempre esta obra:

Te estoy soñando, Dios, te estoy creando,

porque soñarte es crear tu nombre.

Siento el terrible afán del primer hombre,

que a su imagen te hacía sollozando.

 

Estaba en soledad el hombre cuando

sintió que su interior se desgarraba

[…]

Y dijo: «Hágase Dios». Y Dios se hacía,

con su carne mortal, con su esperanza

de eternidad –con la esperanza mía–

      Rafael Montesinos escribe a tumba abierta, sin medias tintas, es un poeta de emociones extremas. Su visceralidad, al margen de múltiples diferencias de mundo y tono, me recuerda a veces a la de Miguel Hernández o Félix Grande, sobre todo en ciertos poemas amorosos, cuya penetración estremece, como en «Infinito y amor»[8], poema de extirpe quevediana, donde la unión amorosa va más allá de la carne y el tiempo.

      Creo que de su carácter agónico surge lo mejor y lo peor de esta poesía, no exenta de cierta retórica proveniente de los cancioneros medievales, la cual alcanzaría en el barroco su máxima expresión:

Al hombre que quise ser

le duele por vez primera

no poder retroceder

al niño que ser quisiera.[9]

      Concluyo estas impresiones encontradas sobre la poesía de Rafael Montesinos con estas sencillas soleares, en forma de albada diurna, cuyo pícaro erotismo juvenil, lejos de lamentar un amor perdido, rescata con candor el deseo de un adolescente enamorado:

Canción perversa de junio

 Déjame dormir la siesta

contigo, amor, en tu cama;

contigo, aunque no la duermas.

 

Palabras te iré diciendo

que antes de salir de mí

resbalarán por tu cuerpo.

 

Las altas horas del sol

con su silencio serán

cómplices de nuestro ardor.

 

Déjame dormir la siesta

contigo, amor, en tu cama;

contigo, aunque no la duermas.[10]

Francisco José Cruz

Carmona, octubre de 2020



[1] La verdad y otras dudas 1944-1966 de Rafael Montesinos (Ediciones Cultura Hispánica, Madrid, 1967).

[2] Los años irreparables de Rafael Montesinos (introducción y notas de Francisco Alejo Fernández, Universidad de Sevilla, 3ª edición aumentada, 1999).

[3] Versos del poema «Perdido por mi infancia», incluido en El libro de las cosas perdidas (1946).

[4] Versos del poema «Calle de la Sierpes», incluido en Las incredulidades (1948).

[5] Incluido en País de la esperanza (1955).

[6] Incluido en El libro de las cosas perdidas (1946).

[7] Incluido en País de la esperanza (1955).

[8] Incluido en País de la esperanza (1955).

[9] Versos del poema «Paseo», incluido en Las incredulidades (1948).

[10] Incluido en Canciones perversas para una niña tonta (1946).


Casa de los Poetas y las Letras,  Sevilla, 30 de septiembre de 2020



viernes, 2 de octubre de 2020

Lecturas de J.M. Caballero Bonald y Piedad Bonnett en el I Encuentro Sevilla, Casa de los Poetas

José Manuel Caballero Bonald y Piedad Bonnett, presentados respectivamente por los poetas Juan José Téllez y José Julio Cabanillas, ofrecieron sendas lecturas de sus poemas el 22 de febrero de 2005 en el I Encuentro Sevilla, Casa de los Poetas, dirigido por Francisco José Cruz, bajo los auspicios del Ayuntamiento hispalense, siendo delegado de Cultura Juan Carlos Marset.


Real Alcázar de Sevilla, 22 de febrero de 2005


sábado, 5 de septiembre de 2020

Lecturas de Fabio Morábito y Carlos Germán Belli en el I Encuentro Sevilla, Casa de los Poetas

Fabio Morábito y Carlos Germán Belli, presentados respectivamente por las profesoras Trinidad Barrera y Gema Areta, ofrecieron sendas lecturas de sus poemas el 23 de febrero de 2005 en el I Encuentro Sevilla, Casa de los Poetas, dirigido por Francisco José Cruz, bajo los auspicios del Ayuntamiento hispalense, siendo delegado de Cultura Juan Carlos Marset.


Real Alcázar de Sevilla, 23 de febrero de 2005


jueves, 6 de agosto de 2020

Lecturas de Antonio Deltoro y María Victoria Atencia en el I Encuentro, Sevilla Casa de los Poetas

Antonio Deltoro y María Victoria Atencia, presentados respectivamente por la profesora Beatriz Barrera y el escritor Eduardo Jordá, ofrecieron sendas lecturas de sus poemas el 24 de febrero de 2005 en el I Encuentro Sevilla, Casa de los Poetas, dirigido por Francisco José Cruz, bajo los auspicios del Ayuntamiento hispalense, siendo delegado de Cultura Juan Carlos Marset.

Real Alcázar de Sevilla, 24 de febrero de 2005

viernes, 24 de julio de 2020

Lecturas de Eduardo Hurtado e Ida Vitale en el I Encuentro Sevilla, Casa de los Poetas

Eduardo Hurtado e Ida Vitale, presentados respectivamente por el periodista Jesús Vigorra y la profesora Carmen de Mora, ofrecieron sendas lecturas de sus poemas el 25 de febrero de 2005 en el I Encuentro Sevilla, Casa de los Poetas, dirigido por Francisco José Cruz, bajo los auspicios del Ayuntamiento hispalense, siendo delegado de Cultura Juan Carlos Marset.

Sevilla, Centro Cultural El Monte, 25 de febrero de 2005

jueves, 23 de julio de 2020

Lecturas de Óscar Hahn y Antonio Gamoneda en el I Encuentro Sevilla, Casa de los Poetas

Óscar Hahn y Antonio Gamoneda, presentados respectivamente por Ignacio Garmendia y Diego Romero de Solís, ofrecieron sendas lecturas de sus poemas el 23 de febrero de 2005 en el I Encuentro Sevilla, Casa de los Poetas, dirigido por Francisco José Cruz, bajo los auspicios del Ayuntamiento hispalense, siendo delegado de Cultura Juan Carlos Marset.

Real Alcázar de Sevilla, 23 de febrero de 2005


jueves, 25 de junio de 2020

Lecturas de Eugenio Montejo y Tomás Segovia en el I Encuentro Sevilla, Casa de los Poetas

Eugenio Montejo y Tomás Segovia, presentados respectivamente por los poetas andaluces Rafael Adolfo Téllez y Juan Lamillar, ofrecieron sendas lecturas de sus poemas el 26 de febrero de 2005 en la clausura del I Encuentro Sevilla, Casa de los Poetas, dirigido por Francisco José Cruz, bajo los auspicios del Ayuntamiento hispalense, siendo delegado de Cultura Juan Carlos Marset.

Sevilla, Fundación Cultural El Monte, 26 de febrero de 2005.

viernes, 12 de junio de 2020

ENTRE LENGUAS. Conferencia de Fabio Morábito y mesa redonda sobre la traducción poética

El 26 de octubre de 2006, en la Casa de la Provincia de Sevilla, bajo el título común "Entre lenguas", el poeta y narrador Fabio Morábito dictó la conferencia "Escribir en otra lengua". Su intervención fue seguida de una mesa redonda, moderada por él mismo, y compuesta por Carlos Germán Belli, José Luis Reina Palazón, José Antonio Moreno Jurado y Humberto Ak'abal. Desde el público participaron Antonio Gamoneda, Eduardo Hurtado, Antonio Deltoro, Eugenio Montejo y Francisco José Cruz. La jornada se desarrolló en el marco del III Encuentro Sevilla, Casa de los Poetas, "Fronteras fecundas", dirigido por Francisco José Cruz, con los auspicios del Ayuntamiento hispalense, siendo delegado de Cultura Juan Carlos Marset.


martes, 2 de junio de 2020

ENTRE MÁSCARAS. Conferencias de Félix Grande y Eugenio Montejo. Coloquio moderado por Antonio Deltoro

El 25 de octubre de 2006, en la Casa de la Provincia de Sevilla, bajo el título común "Entre máscaras", los poetas Félix Grande y Eugenio Montejo dictaron sendas conferencias, tituladas respectivamente "Mi maestro Horacio Martín" y "Blas Coll y la saga de los colígrafos". Ambas intervenciones fueron seguidas de un amplio coloquio, donde participaron desde el público Pedro Lastra, Antonio Gamoneda, Fabio Morábito, Francisco José Cruz y José Luis Reina Palazón. La jornada fue moderada por el poeta mexicano Antonio Deltoro, en el marco del III Encuentro Sevilla, Casa de los Poetas, "Fronteras fecundas", dirigido por Francisco José Cruz, bajo los auspicios del Ayuntamiento hispalense, siendo delegado de Cultura Juan Carlos Marset. Los escasos errores de grabación no afectan a la cabal comprensión de este extraordinario documento.


Casa de la Provincia, Sevilla, 25 de octubre de 2006

miércoles, 27 de mayo de 2020

MISIÓN CULTURAL Y HUMANA DE UNA CASA DE POESÍA

Mesa redonda moderada por Francisco José Cruz y donde participan Pedro Lastra, Antonio Rodríguez Almodóvar, Antonio Deltoro, Eduardo Hurtado, Abelardo Linares y Pedro Alejo Gómez. Aunque la grabación está lamentablemente incompleta, se trata de un interesante documento para quienes deseen conocer mejor el espíritu que animó el proyecto Casa de los Poetas de Sevilla.


I Encuentro Sevilla, Casa de los Poetas
Salón del Almirante Real Alcázar de Sevilla, 22 de febrero de 2005

martes, 19 de mayo de 2020

Lectura de Carlos Germán Belli en el III Encuentro Sevilla, Casa de los Poetas (24 octubre de 2006)

El poeta peruano Carlos Germán Belli ofreció una lectura de sus poemas el 24 de octubre de 2006 en el III Encuentro Sevilla, Casa de los Poetas, "Fronteras fecundas", dirigido por Francisco José Cruz, bajo los auspicios del Ayuntamiento hispalense, siendo delegado de Cultura Juan Carlos Marset.

martes, 5 de mayo de 2020

Lectura de Carlos Germán Belli en el I Encuentro Sevilla, Casa de los Poetas

Presentado por la catedrática de Literatura Hispanoamericana de la Universidad de Sevilla, Gema Areta, el poeta peruano Carlos Germán Belli ofreció una lectura de sus poemas el 23 de febrero de 2005 en el I Encuentro Sevilla, Casa de los Poetas, dirigido por Francisco José Cruz, bajo los auspicios del Ayuntamiento hispalense, siendo delegado de Cultura Juan Carlos Marset.


jueves, 20 de febrero de 2020

HUMBERTO AK'ABAL, EL CANTOR QUE CUENTA


Cuando leí, hace casi dos décadas, unos pocos poemas de Humberto Ak’abal –muy breves– en un número de la Revista Casa Silva, no sospeché, ni por asomo, que eran en realidad autotraducciones del maya k’iche’ ni que adquirían su cabal sentido en el conjunto de una obra arraigada con tenaz ahínco en los mitos y tradiciones de su cultura indígena, al punto de convertirse –pese a su delicada intimidad– en la voz y la memoria de un pueblo zarandeado por los violentos vientos de incesantes avatares históricos. Sin embargo, no debemos confundir la condición étnica de Humberto Ak’abal –como por desgracia le sucede a una parte de la crítica– con los valores estéticos de su escritura. Aquella nos interesa solo en la medida en que nutre el lenguaje y los temas más propios de este genuino poeta de dos lenguas y un mundo. La sutileza y deliberada ingenuidad que encontré entonces en esos poemas me animaron a buscar de inmediato a su autor y, tras familiarizarme con su creación poética, proponerle una antología de su obra en la colección de libros de la revista carmonense Palimpsesto, que yo mismo llevaría a cabo en el año 2000.         
      Mientras la elaboraba, me daba cuenta de que estaba entrando en un mundo tan personal como intransferible, hecho de esas recurrentes correspondencias que urden la coherencia interna de toda obra auténtica. La antología me confirmó que la fidelidad del poeta guatemalteco a sus registros formales y temáticos es tal que, a diferencia de esos autores que necesitan crear un clima distinto en cada libro, los suyos conforman uno solo, cuyo despliegue es hacia dentro y no hacia adelante, como reflejo de su noción circular de la existencia. Sin embargo, al entreverar la sencillez del tono conversacional con el más depurado lirismo, la gama de matices de esos registros ―que van del amago humorístico al sentencioso, pasando por el detalle descriptivo y el diálogo directo― lo salvan, sin romper la unidad de fondo, de la monotonía o el estancamiento. 
      La condición bilingüe de Ak’abal no se queda en el hecho de que él mismo traduce sus poemas, sino que determina la perspectiva desde donde los escribe. Poemas como «Sombras» o «Rija―La casa» no tendrían sentido en su lengua materna: se atienen a una fórmula verbal híbrida, donde la intención didáctica se convierte también en un recurso estético para dar a conocer, a quienes no pertenecemos a la cultura maya, el espíritu de imbricación del k’iche’ con los seres naturales, elementos y ámbitos cotidianos:


Sombras

La sombra de una casa,
de un árbol,
de un muro
o de una roca…,
en nuestra lengua se dice mu’j

La sombra de uno
se llama nonoch’,
es la compañera,
la que uno trae cuando nace
y la que se lleva cuando muere

    Toda la poesía de Ak’abal, de un modo más o menos soterrado, guarda este afán pedagógico y supone, en primera instancia, un tapiz de personajes, costumbres y creencias tan verazmente tejido, que lo que pudiera parecernos incluso mera superstición, lo aceptamos como signo primordial, heredado de una larga experiencia de esa realidad que el poeta recuerda o vive. Una realidad imbuida de una dimensión sagrada en la que, según sus palabras, «todo tiene habla»[1] y los seres animados e inanimados encuentran su sentido, adverso o favorable, dentro del flujo temporal que comunica al pasado, al presente y al futuro entre sí, en una cosmovisión llena de señales.
      La autenticidad de estos poemas nace, en gran medida, de la actitud comprensiva y entrañable ―pero no complaciente― con que Ak’abal se refiere a cualquier aspecto de su entorno y, en consecuencia, de la falta de conclusiones o afirmaciones tajantes ―salvo salpicados poemas de corte aforístico o denuncia social― que pudieran llevarlo al pintoresquismo o, peor aún, al exotismo de cartón piedra. Ak’abal casi nunca opina: presenta hechos, situaciones, sensaciones y personajes, dejando el silencio justo para que lo no dicho flote en lo dicho como un temblor sobreentendido y sugerente. Es este despojamiento el que le da a su poesía su carácter íntimo e individual. El poeta habla, en última instancia, de su mundo para reconocerse y, a través de esos hábitos y vestigios ancestrales, hacernos sentir su inquietud y las incertidumbres de su propia vida. Así sucede en poemas como «Viento de hielo» o «La cuerda del silencio», donde los espantos ―suerte de indicios premonitorios, presencias intuidas o enmascaradas, a la vez físicas e imaginarias― son, en palabras de Ak’abal, «maneras de comprender lo inexplicable con su contexto de símbolos»[2]. Los espantos suspenden de súbito el curso normal de las cosas hasta recoger, con la fuerza de una imagen elemental, la inocencia primigenia del miedo. Esta misma inocencia ―que es simple reconocimiento del misterio de todo― hace de su poesía un modo acogedor de estar en el mundo, sin imponerse a nada.
      La onomatopeya cumple una función central en la obra de Ak’abal porque le permite oír a los seres y a las cosas y, por tanto, entenderlos y atenderlos. La onomatopeya nunca es aquí gratuita: se integra en el fraseo de un poema para completar su significado, no para reiterarlo, añadiendo una sensación física que el nivel semántico no alcanza a transmitir, como por ejemplo en la canción de cuna «Kitanatana»:

Kitanatana, kitanatana, kitanatana;
nuyuj, nuyuj, nuyuj;
dormite, mijito, dormite.
Kitanatana, kitanatana, kitanatana;
dormite, dormite.
Si llorás
se van a despertar
los pajaritos
y ellos de noche no cantan.
Kitanatana, kitanatana, kitanatana;
nuyuj, nuyuj,
nuyuj...

      La máxima expresión de este recurso aparece en «Cantos de pájaros» o en «Voces del agua», poemas sostenidos enteramente por la regular repetición de grupos silábicos para recrear, en el primero, el concierto polifónico de las aves y, en el segundo, la variada gama de sonidos de la lluvia, del río, del estanque, o de la charca. Sonido y sentido, pues, como aspiraba Valéry, se funden. Ak’abal no nos cuenta qué dicen las cosas: nos las pone al oído, y quizá los poemas onomatopéyicos ―que logran su plena belleza cuando el poeta los recita en público con una suave entonación salmódica― supongan la total decantación de su espíritu animista.
     Esta riqueza espiritual no excluye la conciencia de la pobreza material. Ambas constituyen las dos caras de una moneda, cuyo borde sería la forma breve de casi todos estos poemas. La brevedad casa tanto con el silencio contemplativo o el sentimiento más delicado, como con la evidencia de la precariedad, donde una imagen, en ambos casos, basta para decirlo todo, sin insistencia alguna. Por ejemplo, «La luna en el agua» se acerca a la inasible fulguración de un haiku:

No era bella,
pero la sentía en mí
como la luna en el agua

      mientras que «Solot», a la áspera intemperie de una copla flamenca:

Yo me peinaba con un peine
hecho con un manojo de raíces
de un arbusto llamado solot,
mi espejo era un charco color de lodo.

      Este mismo don de la brevedad ―que calla más que afirma, que muestra más que insiste― lo posee, a pesar de su inusual extensión en esta escritura, «La carta», cuyas dotes narrativas apuntan a la dramática indefensión de algunos relatos de Humberto Ak’abal, ya implícitas en muchos de sus poemas más cortos como «El pedidor», «La muñeca de paja», «El puente» o «Mi vecino», no exentos de un incipiente desarrollo argumental.
      La brevedad y la ingenuidad dan a estos versos un aire de apuntes sin pretensiones, como salidos de un tirón. Sin embargo, una y otra son el resultado de un orden expositivo que reparte, con audacia técnica, los elementos formales y temáticos que conviene resaltar, en cada momento, para no caer en lo anecdótico. De ahí, la tendencia al equilibrio estrófico y la sensación de no estar leyendo unos poemas traducidos, unos poemas que nacen, según el poeta maya, de «la mirada de un niño en las palabras de un hombre»[3].
      En definitiva, la poesía de Ak’abal, mediante expresiones orales de su pueblo y las bien dosificadas repeticiones, echa sus raíces tanto en el canto como en el cuento, hasta enlazarlos en una suerte de sortilegio en que el nostálgico presente convoca al armonioso pasado de sus ancestros con tal fuerza revitalizadora que todo parece estar aún en su sitio, aunque el tiempo de hoy sea otro, descreído y corrupto. De ahí que, en «El juramento», escuchemos esta súplica de sus mayores a los dioses:

No permitan que el ayer
se vaya lejos.
 FRANCISCO JOSÉ CRUZ
Carmona, septiembre de 2018



[1] «A un lado del camino», incluido en Todo tiene habla, antología poética de Humberto Ak’abal (col. Palimpsesto, Carmona, 2000).
[2] «El otro que está allí», epílogo a El pájaro encadenado de Humberto Ak’abal (Talleres K'ururup, Guatemala, 2010).
[3] «Un fuego que se quema a sí mismo» (Palimpsesto nº 21, Carmona, 2006).  


Publicado en Sibila, revista de arte, música y literatura nº 59 (Sevilla, octubre, 2019) y recogido como prólogo en No permitan que el ayer se vaya lejos de Humberto Ak'abal (Pontificia Universidad Javeriana, Bogotá, 2019). 

sábado, 8 de febrero de 2020

LA POESÍA ANFIBIA DE RODOLFO DADA


A veces es necesario bastante tiempo para darnos cuenta del auténtico valor de una obra, sin acertar a explicarnos del todo por qué antes nos pasó inadvertida. Este es mi caso con Rodolfo Dada, a quien conocí en septiembre de 2003 en Colombia. Ambos, entre numerosos poetas procedentes de varios países hispanohablantes, fuimos invitados al IX Festival Internacional de Poesía de Bogotá. Pese a que coincidimos en una lectura pública, en un paseo por el mercadillo de Las Pulgas o en una cena del Hotel Bacatá donde nos hospedamos, nuestra relación fue tan afable como esporádica. Quizá el trajín de constantes actividades y la vorágine de conversaciones e intercambios de libros y revistas con unos y con otros, impidieron, al menos en parte, que tuviéramos un trato más reposado y atento. Así pues, solo a los quince años de nuestro único encuentro personal, lo descubrí en una antología de bardos del nuevo continente. Aquellos pocos poemas me incitaron de inmediato a buscarlo y ponerme en contacto con él para leer todo lo suyo y empaparme ―nunca mejor dicho― de las aguas de su escritura.
      En la medida en que una obra artística pueda reflejar, así sea de manera oblicua, la vida de su autor, he tenido la impresión, conforme me adentraba en su mundo poético, de estar de nuevo junto a Rodolfo, pero esta vez en su íntimo entorno del trópico costarricense, donde la naturaleza marina y la selvática despliegan ante el lector su bullente infinidad de seres que, lejos de cualquier exotismo, conforman la realidad diaria del poeta. Desde los fondos oceánicos ―entre otros oficios, Dada ejerció el de buzo― a las alturas arbóreas, ballenas, tiburones, delfines, mantarrayas, sábalos, sardinas, jureles, tortugas, cangrejos, ranas, venados, colibríes o albatros proliferan en estos versos con la cercanía casi doméstica de quien está acostumbrado a observarlos sin perder por ello el curioso asombro del niño.
      Dentro de esta variadísima fauna ―que poco tiene que ver, por cierto, con la postal turística―, los hombres sobreviven precariamente de las faenas propias del medio que habitan. El hecho de presentarlos, a veces, con sus nombres y apellidos, hablando en primera persona, hace que los sintamos cercanos y vulnerables. «Canción del pescador al río», «Señora corriente» o «Busco trabajo, señor» son poemas de indudable denuncia social, que en vez de expresarse en forma de rotunda protesta, adoptan un tono de lastimado ruego, más propio de la resignación que de la rebeldía, como si en estas criaturas sin defensas no hubiera aflorado aún el sentimiento de injusticia. De este emotivo modo, se tocan las fibras más sensibles de los lectores. Se diría que la mirada de niño del poeta extiende un halo de compasiva inocencia sobre todas las cosas, en aras, según refiere Jorge Boccanera, de la «empatía, cordialidad y comprensión»[1].
      En este sentido, la poesía infantil de Dada ―al contrario de lo que les sucede a muchos autores que también la cultivan― no se desvincula en absoluto de la escrita para adultos, sino que comparte con esta ciertos temas centrales y registros de tan singular obra, al punto de que poemas pensados en principio para los pequeños, pueden ser leídos por los mayores sin menoscabo alguno de su hondura y calidad estética, aunque se distingan por una mayor sencillez expresiva, el frecuente uso del verso rimado de arte menor, al modo de la tradición popular española, y el desarrollo narrativo como, por ejemplo, en «Cuento de una sirena», al que ―sin desprenderse del clima fantástico del texto de Hans Christian Andersen en el que se basa― Rodolfo Dada dota de un toque realista al mostrar la imposibilidad de que el hombre y la sirena convivan, por mucho amor a ella y al mar que aquel tenga.
      La libertad imaginativa de la poesía infantil de Dada contagia, ya en su mismo plano formal, a la adulta, a través de las repeticiones, enumeraciones e inesperadas asociaciones sensoriales y afectivas. Estos procedimientos, al ligarse a un tono coloquial, trufado de términos locales de diversos ámbitos, producen un vago efecto de exuberancia, desmentido al instante por la contención verbal que rige este mundo poético. El contraste de recursos lingüísticos ―que parece dar la razón a Gabriela Mistral cuando afirmaba en otro contexto que «el trópico no es excesivo, es intenso»[2]― sugiere el sigiloso dinamismo de la naturaleza y sus incesantes transformaciones, provocadas también por el hombre en la medida en que interactúa con ella. Así, el colibrí nos remite a su remota condición de pez, la mariposa nos recuerda que fue gusano y el bote nuevo de Atanasio no olvida el cedro al que perteneció su madera. Poesía, pues de las metamorfosis, como metáfora del tiempo en el espacio cambiante.
      Este dejar de ser para ser otra cosa nos remonta al deslumbramiento del origen, donde, acorde con la mirada instantánea del niño, todo está empezando siempre. De ahí que el presente, pese a las mudanzas y las ausencias, sea el tiempo dominante de esta obra poética. Esta es la razón por la que, en «Fotografía en blanco y negro», el poeta vea a su padre al mirarse al espejo y en los objetos personales que le pertenecieron, como si en verdad no hubiera muerto. Inversamente a este poema, en los titulados «Karina dice sus primeras palabras» y «Nicole y Karina pintan el mundo», son los actos de hablar y dibujar los que convocan las presencias desde las más íntimas y caseras a las inalcanzables estelares. Ambos poemas, plenos de ternura e inventiva, están divididos en partes como corresponde al paulatino desarrollo creador del Universo. El abuelo Rodolfo, mientras oye y observa a sus dos nietas, se mete dentro de su sensibilidad de niñas hasta situarse en esa etapa inicial de la percepción en que las cosas y los signos que las representan no difieren aún.
      Efusiva y anfibia, la poesía de Rodolfo Dada celebra hasta la mínima manifestación de la materia que forme parte de la vida humana. Por esto, le da la voz a una red de pescar, a los restos orgánicos con los que el colibrí construye su nido e, incluso a un grano de arena o una gota de agua ―personajes estos últimos del cuento infantil Kotuma, la rana y la luna―, recordándonos que, como escribió el poeta italo-argentino Antonio Porchia, «quien conserva su cabeza de niño, conserva su cabeza».
 Francisco José Cruz
Carmona, noviembre de 2018

Prólogo a Un niño mira el mar de Rodolfo Dada (selección de Francisco José Cruz, Col. Palimpsesto, Carmona, 2019).



[1] Jorge Boccanera, «La palabra en un bosque de peces», prólogo a Cardumen de Rodolfo Dada (San José de Costa Rica, 2014)
[2] cita recogida por Miguel Rojas Mix en su libro América Imaginaria (Barcelona, 1992)