viernes, 26 de enero de 2018

A LA LUZ DE JOSÉ INIESTA



En mi ya dilatada entrega a los menesteres poéticos, como sucede en cualquier orden de la vida, hay personas que, en distintos momentos y situaciones, han contribuido decisivamente al cabal desarrollo de mi vocación. Una de ellas, sin género de dudas, es José Iniesta, a quien conocí a mediados de la década de los ochenta del siglo pasado en los encuentros que el Áula de Poesía y Pensamiento María Zambrano de la Universidad hispalense organizó en los aledaños del monasterio de La Rábida. En este idílico paraje, de inevitables resonancias colombinas, jóvenes aspirantes a poetas o a narradores convivimos durante una semana con autores ya maduros de las dos orillas del Atlántico. Aquellos días, tan propicios al fogoso intercambio de ideas, lecturas, opiniones e, incluso, escarceos eróticos, me regalaron experiencias muy reconfortantes. Pero el hecho que los hace únicos fue el nacimiento de nuestra amistad. Amén de la inmediata empatía que surgió entre ambos, nos unió más, si cabe, la mutua admiración por nuestros versos. Los dos, entonces, habíamos publicado un librito, aunque yo, al menos, estaba ya arrepentido del mío, con cuyo trasnochado surrealismo, de estirpe aleixandrina, no me identificaba en absoluto. Su generosa aprobación de mis nuevos poemas ―ahora en la órbita de Rilke y Leopardi, fervores que compartíamos― reforzó mi autoestima y, gracias a su empeño, logró que se editaran en la colección Ardeas de Sagunto, con el título de Bajo el velar del tiempo, en 1987. A partir de esta fecha ―quizá debido a cierta dejadez por mi parte, en mi afanosa búsqueda de un mundo propio, que tardé muchos años en encontrar―, hemos estado juntos pocas veces. Pese a ello, nunca olvidé su incondicional afecto, su conversación inteligente ni sus recomendaciones de lector adelantado, como las traducciones de Vicente Gaos, la poesía de Francisco de Aldana o la de César Simón, a quien pertenece este verso que, a mi juicio, define la actitud creadora de José Iniesta: «estar aquí sentado es suficiente».
     

      En efecto, El eje de la luz, recién aparecido en la editorial Renacimiento, persevera, dentro de un personal tono meditativo, en su visión contemplativa de la naturaleza, motivo y símbolo a la par de estos poemas, en los que la dolorosa conciencia de la fugacidad se apacigua en una íntima aceptación de la vida tal como es hasta ser del presente un fluido remanso:

me basta con sentarme y asentir
en este patio mío donde el sol
resplandece en un muro que se agrieta

      Al reducir al mínimo la anécdota a favor de estados anímicos, de una manera de mirarse en lo mirado, estos poemas de José Iniesta, sin desviarse de su centro semántico, o sea, de su sentido principal, despliegan irradiaciones efusivas que nos envuelven con sus capas de liviana realidad. Así, las reiteradas fórmulas exclamativas e interrogativas contagian una suerte de absorta plenitud donde el instante a la vez se esfuma y permanece en los efluvios de la luz diaria, luz ya interiorizada del poeta que alcanza su máxima proyección en el amor a su hijos y a su mujer hasta trascenderse en ellos desde un silencio lleno de semillas: «¡qué hondo es existir cuando callamos!».
      Quietud y movimiento entrelazados conforman el eje paradójico de esta obra, siempre fiel a la alternancia de endecasílabos y heptasílabos sueltos, cuyo vigor expresivo, de trazas clásicas, al contrastar con la sutil delicadeza de imágenes o emociones, reproduce ese efecto vivificador de perplejo asentimiento, tan propio de este autor.
      Poesía, en fin, de densa transparencia, que nos invita a estar para ser, sin esperar nada a cambio. Por esto, «cantar es la manera / de encender una luz / en la cueva profunda de la carne.
      Bienvenido, poeta, a Sevilla.
Francisco José Cruz

                                                                              ©Edda Armas
Fran Cruz, la poeta venezolana Edda Armas y José Iniesta 
                                                       ©Jimena Ríos Armas
José Iniesta, Fran Cruz y Chari Acal 
                                                                    ©Jimena Ríos Armas




©Fotos: Chari Acal
Librería Caótica, Sevilla, 24 de enero de 2018.

jueves, 18 de enero de 2018

RUMIANTES Y FIERAS de ANTONIO DELTORO

Rumiantes y fieras persevera y amplía a la vez los temas y tonos más propios de la poesía de Antonio Deltoro. Ya el binomio del título, formado por términos hasta cierto punto opuestos, anuncia un conflictivo juego de contradicciones que afecta a todos los niveles de la existencia, tanto físicos como morales. Así, este conjunto de poemas, sin dejar de ser fiel a la compleja intimidad de su autor, oscila entre el microcosmo y el macrocosmo, el mundo doméstico y el salvaje, el abandono de un contemplativo y la actitud incisiva de un penetrante observador, la apariencia inofensiva y la implacable realidad de la naturaleza, en cuya vertiginosa cadena de vidas y de muertes, todos los seres ―por ínfimos o enormes que sean― resultan víctimas y verdugos de alguien.
      Ante este inevitable panorama, los fluctuantes versos de arte menor ―con su agilidad escurridiza, donde rasgos líricos se unen a los narrativos, la imagen a la anécdota― favorecen la visión dinámica, abierta e inconformista de esta poesía, que siempre trata de ponerse en el lugar del otro, de lo otro, lo animado y lo inanimado, a veces para humanizarlos, a veces para deshumanizarse.
      Antonio Deltoro, que «quisiera fundar una religión de agradecidos», reconcilia en su espirítu creador la cordialidad machadiana y la abismada lucidez de Octavio Paz, hasta componer una de las obras más hondas y personales de las últimas décadas.

FRANCISCO JOSÉ CRUZ

Texto de contraportada a Rumiantes y fieras de Antonio Deltoro (Editorial Era, México, 2017)

martes, 9 de enero de 2018

ENTREVISTA A FRANCISCO JOSÉ CRUZ................ Por Patricia del Zapatero

Su relación con la poesía no es sólo una vocación, sino una pasión que como Francisco José Cruz reconoce le ha moldeado como persona y se ha convertido en una manera de vivir: “ha hecho de mí quien soy, dotándome de la sensibilidad y lucidez suficientes para desenvolverme en la vida sin complejos y con la plenitud que las circunstancias lo permiten”, según sus propias palabras. Desde que en 1984 publicara su primer trabajo, Prehistoria de los ángeles, su producción literaria no ha parado, mostrando una gran inquietud por transmitir los valores artísticos desde distintos foros.

Desde 1984, año en que publicó Prehistoria de los ángeles (Premio Barro de Poesía, Sevilla), su actividad poética ha ido creciendo de manera constante. ¿Podría explicarnos para Gatrópolis el significado de la poesía en su vida?

La poesía, ni más ni menos, ha hecho de mí quien soy, dotándome de la sensibilidad y lucidez suficientes para desenvolverme en la vida sin complejos y con la plenitud que las circunstancias lo permiten. La poesía alivia el radical sinsentido de todo y, gracias a ella, encontré a Chari, mi mujer, faro de mis días y de mi escritura. Después de treinta años juntos, los dos hemos creado un mundo tan nuestro, que tengo la íntima impresión de que es ella quien me dicta mis versos. Mi poema «Desde entonces» trata de expresar tal compenetración. Sus dos primeras estrofas rezan así:

Como leemos juntos
desde hace tanto tiempo,
ya tu voz son mis ojos
y al oírte hasta veo
los espacios en blanco
y la pausa final de cada verso.

Así, de línea en línea,
como en lúcido sueño,
nos fundimos en uno
durante todo el texto
hasta oírme en tu voz
y tú callarte en mi absorto silencio.


Cuando salió a la luz la mencionada obra, Prehistoria de los ángeles, usted tendría sobre unos 22 años. ¿La manera de concebirse la poesía varía con la experiencia vital?

En mi caso, sin duda, ha variado muchísimo, desde que empecé a componer versos hasta hoy. En mis inicios, me limité a imitar a mis poetas preferidos del momento y tardé bastantes años en descubrir mi tono, mi visión de las cosas y, por ende, la manera más personal de expresarlo, en la medida, naturalmente, en que haya sido capaz de conseguirlo. Por esto, no me identifico en absoluto con mis dos primeros libros, a los que considero meros ejercicios poéticos, necesarios quizá para mi lenta madurez. ¡Qué importante son la paciencia y la autocrítica a la hora de publicar.

¿Sobre qué bases se asienta la poesía de Francisco José Cruz? ¿Cuáles han sido sus influencias?

Yo trato, al hacer mis versos, de no engañarme a mí mismo, de afrontar sin tapujos mis temores, mis emociones más recónditas ―que son en el fondo los de cualquier ser humano― y expresarlos con el mayor cuidado posible, sin alardes ni adornos, con tal de que la forma del poema favorezca su placer y entendimiento. Mis influencias, pues, van unidas a este propósito de desnudez y claridad, aunque a lo largo de tantos años, uno no es consciente de todas ellas, sin las cuales, siempre que sean bien asumidas, sería imposible crear nada personal. Para sentir mi propia voz, o sea, reconocerme en lo que escribo, me han ayudado autores muy distintos entre sí, como Carlos Germán Belli, Eugenio Montejo, José Manuel Arango, Gustavo Adolfo Bécquer, Antonio Machado, Miguel Hernández, Wislawa Szymborska o Mario Vargas Llosa, además de la poesía tradicional del Romancero, la copla flamenca y la antigua lírica griega, en las versiones de Carlos García Gual, junto a tantas otras lecturas de dispares materias, no exactamente poéticas.

Es sabida su afinidad hacia la poesía latinoamericana. ¿A qué obedece esa admiración, si se puede definir de esa manera?

El interés por la poesía hispanoamericana lo suscitó mi disgusto por cómo, salvo excepciones, escribían los poetas españoles de mi juventud. Yo necesitaba ya entonces ampliar mi horizonte de lector y, para ello, nada más lógico que leer a los poetas de mi lengua allende el Atlántico que, en términos estadísticos, suponen el noventa por ciento de los creadores en castellano. Naturalmente, dentro de tal cantidad de obras, de estilos tan distintos, no todas me resultan admirables.

En 1990 fundó la revista Palimpsesto, «especialmente atenta a la poesía hispanoamericana», de la que sigue siendo su director. ¿Cómo surgió ese deseo? ¿Qué intenta transmitir al ámbito literario?

A finales de los años 80’ y comienzo de los 90’ del siglo pasado, las editoriales españolas no publicaban con asiduidad a poetas hispanoamericanos. Así que la única manera de acercarme a ellos fue crear, junto a Chari, la revista, con su colección de libros Palimpsesto, que, después de casi tres décadas de existencia ininterrumpida, gracias al exclusivo patrocinio del Ayuntamiento de Carmona, ha ido abriendo a sus lectores, número a número, el riquísimo panorama de las diversas tradiciones poéticas trasatlántica. Ahora que los editores españoles prestan más atención a los poetas hispanoamericanos, nosotros estamos pendientes, sobre todo, de aquellos no difundidos aún por estos lares y cuyas obras merecen, sin duda, ser conocidas. Pero Palimpsesto no solo se ocupa de autores de nuestra lengua, escriban donde escriban, sino también de otros muchos idiomas, orientales y occidentales, que con el trabajo de avezados traductores, hemos sacado a la luz en nuestras páginas.

También es el fundador de la Casa de los Poetas de Sevilla, ¿en qué consiste este proyecto?

La Casa de los Poetas de Sevilla se quedó en un efímero proyecto por culpa de la mezquindad de ciertos políticos que, pese a apoyarlo públicamente a bombo y platillo, no creyeron en él y, por tanto, no lo dotaron nunca de los mínimos medios necesarios para desarrollarse. Me pidió que lo creara el poeta Juan Carlos Marset, por entonces delegado de Cultura del Ayuntamiento hispalense. Bajo su mandato, para difundir la filosofía de la Casa, dirigí, entre febrero de 2005 y octubre de 2006, tres encuentros con prestigiosos poetas de ambos lados del Atlántico, los cuales compartieron ponencias y lecturas con poetas locales. Si no estoy equivocado, no ha habido en esta ciudad un elenco de autores tan relevantes y significativos desde el ya histórico homenaje a Góngora en el Ateneo por miembros de la Generación del 27. Inspirada en consolidadas instituciones como la Casa de Poesía Silva en Bogotá o la Casa del Poeta Ramón López Velarde, en México, la de los Poetas de Sevilla pretendía, además de organizar actividades propias de su materia y relacionar la poesía con otras manifestaciones estéticas o científicas, ofrecer en sus dependencias ―ubicada, según lo previsto, en el Convento de Santa Clara― un completo servicio de mediateca y librería al alcance de todos, que con el tiempo se convirtiera en una referencia documental del ámbito hispanohablante. En resumidas cuentas, la idea motriz de la Casa de los Poetas ―cuya sola presencia hubiera supuesto un implícito reconocimiento a la vieja tradición poética sevillana, desde la edad media hasta hoy― era fomentar el contacto de unos creadores con otros y de estos con los lectores u oyentes, hasta hacer de Sevilla un puente poético entre España y América, como lo fue antaño en tantos órdenes de la vida.

Llama la atención la curiosa relación epistolar que mantuvo con el poeta colombiano José Manuel Arango. ¿Le importaría explicársela a los lectores de Gatrópolis?

Debido a mi ya dilatada entrega a la poesía, he mantenido, desde mis inicios, una fructífera y abundante correspondencia con poetas de generaciones y países distintos, como fue el caso de José Manuel Arango, de quien Palimpsesto publicó en su colección de libros su primera antología poética en España, titulada La sombra de la mano en el muro (Carmona, 2002). Este hecho originó un breve intercambio epistolar hasta su muerte fulminante, en el que se percibe mi entusiasmo por la sugerente sobriedad de sus versos, a la vez callados y expresivos, y la receptiva modestia del maestro colombiano.

Actualmente es asesor literario de la Biblioteca Sibila-Fundación BBVA de Poesía en Español. ¿Podría explicarnos qué fines se buscan desde ese cargo de responsabilidad?

La Biblioteca Sibila, patrocinada por la Fundación BBVA y dirigida por Juan Carlos Marset, ha publicado hasta la fecha 37 títulos, distribuidos en cinco colecciones: poesía completa, antología, ensayos, libros históricos e inéditos. Su propósito, guiado por la exigencia y amplitud de miras, es llamar la atención sobre significativas obras poéticas de la lengua pertenecientes a todas las épocas, muchas de ellas, aparecidas por primera vez en España. Mi tarea en la Biblioteca consiste, pues, tanto en recomendar como en gestionar la edición de esas obras. Esta misma labor, en calidad de miembros de su consejo editorial, la desempeñamos ahora Chari y yo en la revista Sibila, que en sus más de veinte años de existencia ha editado ya 53 números, donde la literatura convive con la música y el arte contemporáneos.

¿Qué lugar cree que la literatura, y la poesía, en concreto, ocupa en la sociedad del siglo XXI?

Con los matices que distinguen a unos periodos históricos de otros, creo que la poesía, al menos en su expresión más elevada, ocupa el insignificante lugar de siempre. Sin embargo, quizá en su condición marginal, paradójicamente, arraigue su razón de ser, como un árbol invisible para casi todo el mundo, cuyos jugosos frutos siguen siendo indispensable alimento de unos pocos. Así pues, algo guarda la poesía, fundamental para el ser humano, cuando se mantiene viva desde tiempos remotos. Y, ante tantas evasivas y alienantes distracciones de la cultura de masas, nos recuerda nuestra fragilidad a la vez que nos consuela de ella.

¿Cuál es el momento que vive la poesía en la actualidad?

A ciencia cierta lo desconozco. En cualquier caso, sería pretencioso por mi parte aventurar un diagnóstico sobre un fenómeno tan abarcador, en el que intervienen cuestiones muy complejas de diversa índole, como el cambio de gusto o criterio estético de una época a otra y el facilismo cibernético, por el que uno puede publicar lo primero que se le ocurra, sin filtro alguno. El estado actual de la poesía lo aclarará el paso del tiempo. De todos modos, siempre he creído que la poesía perdurable, la que toca nuestras fibras últimas, no es mucha, aunque sí suficiente para pasar de mano en mano su antorcha encendida a través de los siglos.

¿En España se cuida a la literatura? ¿Cree que existe interés en difundir sus valores a los jóvenes?

Según estudios estadísticos, España es uno de los países que más libros edita al año, a pesar de su escasa demanda. No me explico bien esta contradicción, aunque sí estoy convencido de que las constantes campañas de lectura, llevadas a cabo por las instituciones pública, no la resuelven. La falta de lectores es lógica consecuencia de un sistema educativo que ha dejado de creer en los esenciales beneficios de las humanidades, cada vez más arrinconadas en sus programas. La poesía se enseña mal, sin el debido detenimiento para relacionar unas obras con otras e interpretar sus recursos formales, que poco a poco hasta los profesores olvidan.


¿Podría hacer una semblanza de su trayectoria literaria?

En la medida en que puedo distanciarme de mí mismo, veo mi trayectoria como una discreta tentativa de ordenar mis desconciertos e incertidumbres existenciales con la aguda conciencia de que si algo de ellos se trasluce en mis versos es gracias a mi concepción artesanal del lenguaje poético, donde todos los elementos expresivos deben estar al servicio de lo que se pretende decir. A veces, la impericia técnica nos lleva a escribir incluso lo contrario de lo deseado o nos aboca a la estéril confusión.

 Para terminar, ¿tiene previsto publicar una nueva obra en breve?

Está a punto de aparecer en la editorial colombiana GAMAR, mi primer libro de ensayos, titulado Palabra de lector, en el que recopilo algunos textos críticos sobre poetas de ambos lados del Atlántico, incluyendo, por derecho propio, a esos admirables creadores anónimos de coplas flamencas.



Publicada en Gatrópolis, revista cultural (Sevilla, 8 de enero de 2018)