Su relación con la poesía no es sólo una vocación, sino una
pasión que como Francisco José Cruz reconoce le ha moldeado como persona
y se ha convertido en una manera de vivir: “ha hecho de mí quien
soy, dotándome de la sensibilidad y lucidez suficientes para
desenvolverme en la vida sin complejos y con la plenitud que las
circunstancias lo permiten”, según sus propias palabras. Desde que en 1984 publicara su primer trabajo, Prehistoria de los ángeles,
su producción literaria no ha parado, mostrando una gran inquietud por
transmitir los valores artísticos desde distintos foros.
Desde
1984, año en que publicó Prehistoria de
los ángeles (Premio Barro de Poesía, Sevilla), su actividad poética ha ido
creciendo de manera constante. ¿Podría explicarnos para Gatrópolis el
significado de la poesía en su vida?
La
poesía, ni más ni menos, ha hecho de mí quien soy, dotándome de la sensibilidad
y lucidez suficientes para desenvolverme en la vida sin complejos y con la
plenitud que las circunstancias lo permiten. La poesía alivia el radical
sinsentido de todo y, gracias a ella, encontré a Chari, mi mujer, faro de mis
días y de mi escritura. Después de treinta años juntos, los dos hemos creado un
mundo tan nuestro, que tengo la íntima impresión de que es ella quien me dicta
mis versos. Mi poema «Desde entonces» trata de expresar tal compenetración. Sus
dos primeras estrofas rezan así:
Como
leemos juntos
desde
hace tanto tiempo,
ya
tu voz son mis ojos
y
al oírte hasta veo
los
espacios en blanco
y
la pausa final de cada verso.
Así,
de línea en línea,
como
en lúcido sueño,
nos
fundimos en uno
durante
todo el texto
hasta
oírme en tu voz
y
tú callarte en mi absorto silencio.
Cuando
salió a la luz la mencionada obra, Prehistoria de los ángeles,
usted tendría sobre unos 22 años. ¿La manera de concebirse la poesía varía con
la experiencia vital?
En mi
caso, sin duda, ha variado muchísimo, desde que empecé a componer versos hasta
hoy. En mis inicios, me limité a imitar a mis poetas preferidos del momento y
tardé bastantes años en descubrir mi tono, mi visión de las cosas y, por ende,
la manera más personal de expresarlo, en la medida, naturalmente, en que haya
sido capaz de conseguirlo. Por esto, no me identifico en absoluto con mis dos
primeros libros, a los que considero meros ejercicios poéticos, necesarios
quizá para mi lenta madurez. ¡Qué importante son la paciencia y la autocrítica
a la hora de publicar.
¿Sobre
qué bases se asienta la poesía de Francisco José Cruz? ¿Cuáles han sido sus
influencias?
Yo
trato, al hacer mis versos, de no engañarme a mí mismo, de afrontar sin tapujos
mis temores, mis emociones más recónditas ―que son en el fondo los de cualquier
ser humano― y expresarlos con el mayor cuidado posible, sin alardes ni adornos,
con tal de que la forma del poema favorezca su placer y entendimiento. Mis
influencias, pues, van unidas a este propósito de desnudez y claridad, aunque a
lo largo de tantos años, uno no es consciente de todas ellas, sin las cuales,
siempre que sean bien asumidas, sería imposible crear nada personal. Para
sentir mi propia voz, o sea, reconocerme en lo que escribo, me han ayudado autores
muy distintos entre sí, como Carlos Germán Belli, Eugenio Montejo, José Manuel
Arango, Gustavo Adolfo Bécquer, Antonio Machado, Miguel Hernández, Wislawa
Szymborska o Mario Vargas Llosa, además de la poesía tradicional del Romancero,
la copla flamenca y la antigua lírica griega, en las versiones de Carlos García
Gual, junto a tantas otras lecturas de dispares materias, no exactamente
poéticas.
Es
sabida su afinidad hacia la poesía latinoamericana. ¿A qué obedece esa
admiración, si se puede definir de esa manera?
El
interés por la poesía hispanoamericana lo suscitó mi disgusto por cómo, salvo excepciones,
escribían los poetas españoles de mi juventud. Yo necesitaba ya entonces
ampliar mi horizonte de lector y, para ello, nada más lógico que leer a los
poetas de mi lengua allende el Atlántico que, en términos estadísticos, suponen
el noventa por ciento de los creadores en castellano. Naturalmente, dentro de
tal cantidad de obras, de estilos tan distintos, no todas me resultan
admirables.
En 1990
fundó la revista Palimpsesto, «especialmente
atenta a la poesía hispanoamericana», de la que sigue siendo su director. ¿Cómo
surgió ese deseo? ¿Qué intenta transmitir al ámbito literario?
A
finales de los años 80’ y comienzo de los 90’ del siglo pasado, las editoriales
españolas no publicaban con asiduidad a poetas hispanoamericanos. Así que la
única manera de acercarme a ellos fue crear, junto a Chari, la revista, con su
colección de libros Palimpsesto,
que, después de casi tres décadas de existencia ininterrumpida, gracias al
exclusivo patrocinio del Ayuntamiento de Carmona, ha ido abriendo a sus
lectores, número a número, el riquísimo panorama de las diversas tradiciones
poéticas trasatlántica. Ahora que los editores españoles prestan más atención a
los poetas hispanoamericanos, nosotros estamos pendientes, sobre todo, de
aquellos no difundidos aún por estos lares y cuyas obras merecen, sin duda, ser
conocidas. Pero Palimpsesto no solo
se ocupa de autores de nuestra lengua, escriban donde escriban, sino también de
otros muchos idiomas, orientales y occidentales, que con el trabajo de avezados
traductores, hemos sacado a la luz en nuestras páginas.
También
es el fundador de la Casa de los Poetas de Sevilla, ¿en qué consiste este
proyecto?
La Casa
de los Poetas de Sevilla se quedó en un efímero proyecto por culpa de la mezquindad
de ciertos políticos que, pese a apoyarlo públicamente a bombo y platillo, no
creyeron en él y, por tanto, no lo dotaron nunca de los mínimos medios
necesarios para desarrollarse. Me pidió que lo creara el poeta Juan Carlos
Marset, por entonces delegado de Cultura del Ayuntamiento hispalense. Bajo su
mandato, para difundir la filosofía de la Casa, dirigí, entre febrero de 2005 y
octubre de 2006, tres encuentros con prestigiosos poetas de ambos lados del
Atlántico, los cuales compartieron ponencias y lecturas con poetas locales. Si
no estoy equivocado, no ha habido en esta ciudad un elenco de autores tan relevantes
y significativos desde el ya histórico homenaje a Góngora en el Ateneo por
miembros de la Generación del 27. Inspirada en consolidadas instituciones como
la Casa de Poesía Silva en Bogotá o la Casa del Poeta Ramón López Velarde, en
México, la de los Poetas de Sevilla pretendía, además de organizar actividades
propias de su materia y relacionar la poesía con otras manifestaciones
estéticas o científicas, ofrecer en sus dependencias ―ubicada, según lo
previsto, en el Convento de Santa Clara― un completo servicio de mediateca y
librería al alcance de todos, que con el tiempo se convirtiera en una
referencia documental del ámbito hispanohablante. En resumidas cuentas, la idea
motriz de la Casa de los Poetas ―cuya sola presencia hubiera supuesto un
implícito reconocimiento a la vieja tradición poética sevillana, desde la edad
media hasta hoy― era fomentar el contacto de unos creadores con otros y de
estos con los lectores u oyentes, hasta hacer de Sevilla un puente poético
entre España y América, como lo fue antaño en tantos órdenes de la vida.
Llama
la atención la curiosa relación epistolar que mantuvo con el poeta colombiano
José Manuel Arango. ¿Le importaría explicársela a los lectores de Gatrópolis?
Debido
a mi ya dilatada entrega a la poesía, he mantenido, desde mis inicios, una
fructífera y abundante correspondencia con poetas de generaciones y países
distintos, como fue el caso de José Manuel Arango, de quien Palimpsesto publicó en su colección de libros su
primera antología poética en España, titulada La sombra de la mano en el muro
(Carmona, 2002). Este hecho originó un breve intercambio epistolar hasta su
muerte fulminante, en el que se percibe mi entusiasmo por la sugerente
sobriedad de sus versos, a la vez callados y expresivos, y la receptiva
modestia del maestro colombiano.
Actualmente
es asesor literario de la Biblioteca Sibila-Fundación BBVA de Poesía en
Español. ¿Podría explicarnos qué fines se buscan desde ese cargo de
responsabilidad?
La
Biblioteca Sibila, patrocinada por la Fundación BBVA y dirigida por Juan Carlos
Marset, ha publicado hasta la fecha 37 títulos, distribuidos en cinco
colecciones: poesía completa, antología, ensayos, libros históricos e inéditos.
Su propósito, guiado por la exigencia y amplitud de miras, es llamar la
atención sobre significativas obras poéticas de la lengua pertenecientes a
todas las épocas, muchas de ellas, aparecidas por primera vez en España. Mi
tarea en la Biblioteca consiste, pues, tanto en recomendar como en gestionar la
edición de esas obras. Esta misma labor, en calidad de miembros de su consejo
editorial, la desempeñamos ahora Chari y yo en la revista Sibila, que en sus más de veinte años de
existencia ha editado ya 53 números, donde la literatura convive con la música
y el arte contemporáneos.
¿Qué
lugar cree que la literatura, y la poesía, en concreto, ocupa en la sociedad
del siglo XXI?
Con los
matices que distinguen a unos periodos históricos de otros, creo que la poesía,
al menos en su expresión más elevada, ocupa el insignificante lugar de siempre.
Sin embargo, quizá en su condición marginal, paradójicamente, arraigue su razón
de ser, como un árbol invisible para casi todo el mundo, cuyos jugosos frutos
siguen siendo indispensable alimento de unos pocos. Así pues, algo guarda la
poesía, fundamental para el ser humano, cuando se mantiene viva desde tiempos
remotos. Y, ante tantas evasivas y alienantes distracciones de la cultura de
masas, nos recuerda nuestra fragilidad a la vez que nos consuela de ella.
¿Cuál
es el momento que vive la poesía en la actualidad?
A
ciencia cierta lo desconozco. En cualquier caso, sería pretencioso por mi parte
aventurar un diagnóstico sobre un fenómeno tan abarcador, en el que intervienen
cuestiones muy complejas de diversa índole, como el cambio de gusto o criterio
estético de una época a otra y el facilismo cibernético, por el que uno puede
publicar lo primero que se le ocurra, sin filtro alguno. El estado actual de la
poesía lo aclarará el paso del tiempo. De todos modos, siempre he creído que la
poesía perdurable, la que toca nuestras fibras últimas, no es mucha, aunque sí
suficiente para pasar de mano en mano su antorcha encendida a través de los
siglos.
¿En
España se cuida a la literatura? ¿Cree que existe interés en difundir sus
valores a los jóvenes?
Según
estudios estadísticos, España es uno de los países que más libros edita al año,
a pesar de su escasa demanda. No me explico bien esta contradicción, aunque sí
estoy convencido de que las constantes campañas de lectura, llevadas a cabo por
las instituciones pública, no la resuelven. La falta de lectores es lógica
consecuencia de un sistema educativo que ha dejado de creer en los esenciales
beneficios de las humanidades, cada vez más arrinconadas en sus programas. La
poesía se enseña mal, sin el debido detenimiento para relacionar unas obras con
otras e interpretar sus recursos formales, que poco a poco hasta los profesores
olvidan.
¿Podría
hacer una semblanza de su trayectoria literaria?
En la medida en que puedo distanciarme de
mí mismo, veo mi trayectoria como una discreta tentativa de ordenar mis desconciertos
e incertidumbres existenciales con la aguda conciencia de que si algo de ellos
se trasluce en mis versos es gracias a mi concepción artesanal del lenguaje
poético, donde todos los elementos expresivos deben estar al servicio de lo que
se pretende decir. A veces, la impericia técnica nos lleva a escribir incluso
lo contrario de lo deseado o nos aboca a la estéril confusión.
Para terminar, ¿tiene previsto publicar una nueva obra en breve?
Está a punto de aparecer en la editorial colombiana GAMAR, mi primer libro de ensayos, titulado Palabra de lector, en el que recopilo algunos textos críticos sobre poetas de ambos lados del Atlántico, incluyendo, por derecho propio, a esos admirables creadores anónimos de coplas flamencas.
Publicada en Gatrópolis, revista cultural (Sevilla, 8 de enero de 2018)