En el temperamento poético de
Francisco José Cruz hay el equilibrio entre una lucidez que todo lo registra,
la claridad formal y la hondura de la reflexión. Es decir que, a pesar del tono
contenido y atemperado del poema,
subyace en él una reflexión profunda. Un discurrir poético sobre nuestra humana
condición de tiempo. El hombre en marcha sobre la tierra, a quien el tiempo ha
puesto por delante sus claros espejos, y que se detiene, y mira, y constata, y
por eso le resulta «la muerte la forma más sencilla de que siga la vida», como
él lo dice en uno de sus poemas.
La pasión de escribir poesía, se muestra
en Cruz siempre igual a la de vivir dentro de la lógica de su sensibilidad y su
tradición. En el deseo de hacer vivir a su palabra, en una combinación de
sutilezas y sencillez, sin desmesuras experimentales, ni rebuscamientos
oscuros. Pequeños acontecimientos cotidianos de su vida, que al ser elaborados
en poemas, remueven una común raíz del alma, algo del «otro» se conmueve,
restableciéndose felizmente el vínculo entre el lector y el autor, en este ir
de lo singular a lo general, y de lo coyuntural a lo permanente.
Sin desatender el axioma que dice que en
poesía nada puede ser explicado, se podría pensar que estas Maneras de vivir de Francisco José Cruz
son sus «maneras de saber»: maneras de comprender y amar; participar,
comprometerse y juzgar; construirse y reconocerse a la medida de los hombres y
del mundo. Como alguien que entre sombras pone en orden el universo, en la
tarea múltiple de vivir y de aprender la vida. Poesía, pues, lúcida y
transparente, la que nos habla desde este libro, escrito con la aparente
sencillez que caracteriza al verdadero poeta.