lunes, 24 de junio de 2019

Lectura de Pedro Lastra en el III Encuentro Sevilla, Casa de los Poetas

El poeta chileno Pedro Lastra ofreció una lectura de sus poemas el 24 de octubre de 2006 en el III Encuentro Sevilla, Casa de los Poetas,"Fronteras fecundas", dirigido por Francisco José Cruz, bajo los auspicios del Ayuntamiento hispalense, siendo delegado de Cultura Juan Carlos Marset.

viernes, 21 de junio de 2019

Lectura de Pedro Lastra en el I Encuentro Sevilla, Casa de los Poetas

Presentado por la poeta Charo Prados, el poeta chileno Pedro Lastra ofreció una lectura de sus poemas el 25 de febrero de 2005 en el I Encuentro Sevilla, Casa de los Poetas, dirigido por Francisco José Cruz, bajo los auspicios del Ayuntamiento hispalense, siendo delegado de Cultura Juan Carlos Marset.



I Encuentro Sevilla, Casa de los Poetas (25 de febrero de 2005)

lunes, 10 de junio de 2019

UN VAGO ESCALOFRÍO. FRANCISCO JOSÉ CRUZ por Inmaculada Lergo


                                                                                             © Andrea del Zapatero

Para comenzar, haré un brevísimo apunte sobre Francisco José Cruz, aunque muchos de los que estáis aquí lo conocéis ya. Además de poeta, Francisco José Cruz fue codirector de la revista Ritmo de viento (1986-1989);
creador –junto a su pareja Chari Acal– y director de la revista Palimpsesto, auspiciada por el Ayuntamiento de Carmona y que cuenta ya nada menos que con 30 años de trayectoria; también bajo su supervisión y cuidado se ha editado la colección de poemarios de Sibila, y se sigue editando la prestigiosa y hermosísima revista del mismo nombre; fue el fundador, tras una propuesta de Juan Carlos Marset, de la Casa de los Poetas de Sevilla, y su director, durante unos años en los cuales consiguió reunir a reconocidos escritores de ambos lados del Atlántico, en unos encuentros de gran nivel, muy enriquecedores, que desgraciadamente no se han repetido desde entonces. Y tiene en su haber una serie de trabajos como antólogo, prologuista y articulista en el ámbito de la literatura hispanoamericana, que es el que nos unió inicialmente. Y ya centrándonos en la poesía, cuenta con seis poemarios publicados entre 1984 y 2019, así como un par de antologías.
      He de decir, antes de compartir con ustedes mis impresiones sobre este libro que, contrariamente a lo que pudiera pensarse, mi amistad con él y mi admiración por su obra me lo ponen más difícil. Sé que a él le molestaría mucho una apología impostada y poco seria, pero inevitablemente, porque lo siento, he de alabar sus logros, así que ahí procuraré mantener el equilibrio.
      Por forma de entender la poesía y por voluntad propia, la obra de Francisco José Cruz no es muy extensa, teniendo en cuenta que se desarrolla a lo largo de 35 años. ¿Cuáles son las razones? Podríamos decir que Francisco José Cruz no se siente por encima de la Poesía, ni un iluminado por ella, ni quiere «utilizarla», servirse de ella; la respeta sobremanera y la ama, y ese amor y ese respeto lo han llevado en primer lugar a observarla, a través de múltiples lecturas, después a esforzarse por conocerla, y finalmente a escribirla, desde la mayor consideración y la mínima arrogancia. A modo de ejemplo, voy desvelar aquí algo que me contó hace unos días: a la propuesta de una editorial que le pedía un nuevo poemario y le daba un plazo de dos años para entregarlo, contestó que no, porque sentir que escribe para cumplir un compromiso adquirido es una traición a sí mismo y a la propia creación. ¿Quién hace eso hoy en día? Oído a esto los poetas jóvenes y los que empiezan.
      Pero vamos ya con Un vago escalofrío, el último poemario de Francisco José Cruz, en edición de Pre-textos, una editorial –hay que decir estas cosas– que publica con un cuidado y elegancia que es de agradecer. Me he acercado a él en esta ocasión para compartirlo con ustedes, desde una perspectiva muy personal, guiándome expresamente por el impulso y el sentimiento que la lectura de sus poemas me ha sugerido. Por justificar esto con un argumento de autoridad, recordaré aquí que Dámaso Alonso, que como saben ha sido uno de los grandes teóricos de la estilística, partía de la base de lo que llamó «eterno misterio de la poesía», y decía que, para el acercamiento a ella, lo mejor era no seguir un criterio racional, sino intuitivo, porque en cada estilo, en cada autor, añadiría yo, la indagación estilística resulta distinta, única y nueva.
      De inicio, lo que nos llega al leer la poesía de Francisco José Cruz es la constatación de que la suya es una voz muy particular, una voz propia que ha ido buscando hasta encontrarla, y moldearla a lo largo del tiempo. Y es una voz, además, que resulta bastante singular dentro del panorama poético actual y de las últimas décadas. Una voz en la que predomina la sencillez, la claridad, la cercanía, yo diría que la discreción desde el punto de vista cervantino del término y todo lo que conlleva. Una voz que, en numerosas ocasiones, sale de él para dársela a objetos, personas o situaciones, como en «Monólogo de la nieve» o «Lamento de Lázaro»; una voz con gran poder de sugerencia, como sucede en «Canción de la marea»; que gusta a veces sorprender al lector en los versos finales; como pasa en «Aquí y ahora» y «En el tren»; y que disfruta a ratos con un sabroso tono juguetón, como verán en «Con Gerardo Diego en Soria» o en «Cantos de un triste gallo», tono que en algún momento me ha recordado al de nuestro admirado Carlos Germán Belli; así ocurre muy claramente en el poema «Ante el David de Miguel Ángel», que me gustaría leerles:

¿Cómo es que no has lanzado
todavía la piedra a ese gigante
después de tantos siglos?
¿A qué esperas, David,
mirando sin cesar a un punto fijo?

Petrificado, absorto,
¿desconfías, en el último instante,
de tu fuerza y tu tino?
En eterna amenaza
se quedarán, David, todos tus bríos.

Tira la piedra ya,
aunque a nadie le des y, finalmente,
se pierda en el vacío
del tiempo, y tú con ella,
sin que cumplas, David, con tu destino.

Es una ironía en la que funcionan los silencios, en los cuales se esconde realmente la profundidad del poema, es eso que hay detrás de la media sonrisa que nos provoca y que hace resonar simultáneamente un eco contrario en nuestro interior; en otros poemas se vislumbra una voz de denuncia, pero que se hace, no desde la atalaya del ideólogo convencido de su verdad, sino del observador que ha comprobado que así es la vida. Veámoslo por ejemplo en «Paloma muriéndose», poema en el que una paloma está muriendo, echada patas arriba, mientras las otras se mueven con naturalidad, ignorándola, y que concluye:

En el sol de mediodía,
su indiferencia me agobia,
tan ajenas al dolor
de la otra.

      En su conjunto, es el «estupor y la incertidumbre» lo que vibra siempre en la palabra y en los silencios de su poesía. Estas son palabras de un poema dedicado a Wislawa Szymborska, que él atribuye al trabajo de esta poeta polaca, pero que, en realidad, son suyas. La poesía es identificación, y aquí se ve claramente. Es en este poemario y en los anteriores ese «vago escalofrío» que siente –como las hermanas de Lázaro en el citado poema– al observar y reflexionar sobre la vida. Antonio Calvo Laula, en la presentación del libro que se hizo en Carmona el pasado abril, lo definió como un «amable pesimismo», «una suerte de vanitas doméstica, un memento mori desdramatizado en el que el autor, con verdadera gentileza, ha sabido silenciar las campanadas fúnebres».
      La disparidad de las voces que Francisco José Cruz confiesa que le han influido van desde Carlos Germán Belli a Wislawa Szymborska, por nombrar dos formas muy distintas de hacer poesía, de Miguel Hernández a Antonio Machado, de la lírica griega al Romancero y el flamenco, y las mejores voces de la poesía hispanoamericana del siglo xx. Su poética aparece aquí y allá en varias composiciones del libro; por ejemplo en «Carta póstuma a Wislawa Szymborska», donde en las últimas estrofas dice:

Estupor e incertidumbre,
esos hermanos eternos,
parecen entre tus líneas
encontrarse en su elemento.

Tus palabras se conforman
con dar el tono concreto
para que hablen por sí solos
las situaciones, los hechos.

Ahora que ya te has ido,
con gratitud te confieso
que he tratado de callarme
a tu manera en mis versos,

callarme con otros ritmos,
otra métrica, otros ecos,
no los tuyos, y nombrar,
sin nombrar, mi desconcierto.

Qué bien me entiendo a mí mismo
cada vez que te releo.

      Además de todo esto, y junto a todo esto, es una voz que apuesta por el cuidado formal, incluso por el uso de la rima, como hace de forma muy directa en «Ante la tumba de Joseph Brodsky».

He venido a agradecerte
tu defensa de la rima,
pues te debo en parte el gusto
con que la empleo en mis versos,
aunque sea una rima pobre,
sin resonancias ni lujos.

Sabe que el desprecio hacia la métrica es, en la mayoría de los casos, un esnobismo que esconde falta de rigor. Eso que llamamos estilística, y que equivocadamente se simplifica en la suma de rima más versos contados, no gozó en los últimos tiempos de mucho aprecio, porque se asociaba a normas coercitivas que encorsetan la libertad creadora, de las que es preciso liberarse, de la misma manera que Francisco de Asís se despojó de sus ricas vestiduras para quedarse al desnudo; pero, cuidado, porque también con ese mismo discurso de liberación, diversos tipos de intransigencias ideológicas han arrasado con legados culturales, dinamitado obras de arte o quemado bibliotecas. El pecado está, creo yo, en la falta de información y de formación. Cuando se dice que un poeta utiliza metro y rima, como lo hace Francisco José Cruz –rima asonante es la suya–, parece que irremediablemente nos instalamos en la premisa de imaginarlo anclado en formas rancias y retóricas, en un estadio anterior a las innovaciones de todo punto esenciales que ha tenido la poesía desde el modernismo y las vanguardias hasta hoy, y que por suerte no tienen vuelta a atrás. La lectura de cualquiera de los poemas de este libro despeja este grave error, y nos enseña que, en cada composición, la medida, el ritmo, la cadencia, las palabras, los sentimientos, los silencios, la emoción y lo que se dice en él están intrincados de tal manera que son un todo indisociable, son una misma materia, un mismo objeto. Un poema donde esto se puede apreciar muy claramente es en «Canción de la marea». En Un vago escalofrío encontraremos versos y composiciones breves, con formas estróficas sencillas (pareados, coplas, lira sin rima, y de formas variadas, el sonido del romance), o lo que llamamos sencillas por su apariencia, pero que no lo son, y un tono expresamente distante de esa poesía llamada oscura, que ha tenido también durante un tiempo bastante prestigio. Podríamos decir que es el Góngora de las coplillas, no el del Polifemo.
      Igualmente sucede con la estructura del libro. No hay un armazón previo sobre el que encajar los textos. Cada poema, 40 en total, es soberano, pero el conjunto es unitario, porque las composiciones se encardinan y encajan hasta formar una pieza que podemos contemplar en su conjunto. Si reunimos los títulos de los poemarios de Francisco José Cruz, observamos que hay una continuidad: Maneras de vivir, A morir no se aprende, El espanto seguro, y Un vago escalofrío. Incluso una de sus antologías se titula Con la mosca detrás de la oreja. Es algo que no descubro yo, que se ha dicho ya, pero que creo interesante repetir. Estos títulos sombríos, sus incertidumbres y estupores, especialmente alrededor principalmente de la contundencia e inexorabilidad de la muerte, son tema principal y recurrente en todos ellos, y también en este que presentamos hoy. En la obra de Francisco José Cruz no es un motivo que haya ido apareciendo cuando ha ido cumpliendo años, como es común que suceda, sino que ha estado ahí desde siempre. Unido a ello, la reflexión sobre el tiempo, en la que predomina el instante presente, que defiende, pero no a la manera reiterada del tópico del carpe diem sino con la cotidianidad que lo caracteriza («Aquí y ahora»).
      El mar es otro elemento muy presente, pero no es un mar profundo, lejano y misterioso, es nuevamente cercano, es el que baña sus pies, el que lleva a la orilla las mareas. Como lo son esos poemas en que nos regala una reflexión que le provoca algún objeto o situación, que suele ser cotidiana y cercana, como, por ejemplo, unas sillas, un caracol pegado en el quicio de una puerta, su máquina de escribir, el canto de un gallo, un pañuelo que le regaló su madre, etc.
      El libro se cierra con un peculiar «Vía crucis», en el que se siguen las 14 estaciones propias de este rito, pero que encabeza, dándonos la clave de su punto de vista, una cita de Borges que dice así: «¿De qué puede servirme que aquel hombre / haya sufrido, si yo sufro ahora?». De nuevo el estupor y la incertidumbre.
      Pero Un vago escalofrío es también un libro de amor. El amor ha sido y sigue siendo uno de los temas recurrentes y más vigorosos en su poesía. No es ni el amor impostado, ni el erotismo carnal tan recurrentes entre los poetas, es una unión real, cierta, que comparte con Chari, su pareja de siempre y a quien ha dedicado todos sus libros. Pero es también, y a la vez, un amor a la poesía. El uno y el otro desdibujan sus perfiles, al punto de no saber a veces a quién debemos adjudicarlo, si a la una, a la otra, o a ambas. Como tengo la suerte de contar con su amistad y cercanía, sé que ambas cosas son inseparables para los dos, y que serían personas diferentes, y una pareja diferente, si la poesía no formase parte de ellos, de sus vidas.
      Y concluyo ya, aunque es mucho lo que podría seguir diciendo. Solo dos últimas frases que creo pueden resumir todo lo dicho: la primera del poeta Antonio Deltoro, que en un comentario a este libro dice que los versos de Francisco José Cruz «son productos de una perseverancia en la verdad». Y la segunda del propio poeta, que en una entrevista afirmó: «la poesía ha hecho de mí quien soy».

                                                                                                                                          © Chari Acal
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                                                                                                                                   © Efraín Espinoza
                                                                                                                                             © Chari Acal
                                                                                                                            © Andrea del Zapatero
     Casa del Libro, Sevilla, 6 de junio de 2019

martes, 4 de junio de 2019

UN VAGO ESCALOFRÍO. FRANCISCO JOSÉ CRUZ por José Iniesta


Hoy es un día importante para mí, estoy emocionado. A mi lado tengo a Francisco José Cruz, un buen amigo desde mi juventud, y un poeta verdadero, entregado, diferente de tan desnudo en su decir, como una llama que resiste en una noche de viento. Su voz siempre estuvo conmigo porque su canto es difícil de olvidar. Esto no ocurre muchas veces, es un misterio.
      Fran y yo, junto a otras personas que hoy nos acompañan, Teresa, Susana y Pedro Luis, nos conocimos a mediados de los ochenta en la Universidad de la Rábida (Huelva), en unas jornadas sobre poesía y pensamiento en torno a María Zambrano, donde además de contactar con poetas de nuestra generación, conocimos y escuchamos con asombro a aquellos que leíamos con fervor: Francisco Brines, Claudio Rodríguez, Fernando Quiñones, y un largo etc. Éramos jóvenes, no sabíamos qué hacer con nuestras vidas. Reíamos, amábamos la poesía con un fervor casi enfermizo, más o menos como ahora, constatación de la perplejidad que nunca nos ha abandonado.       Desde el primer día en que Fran me recitó sus poemas no me cupo duda: era un poeta, hasta los huesos. Yo no sé muchas cosas, pero ahí pocas veces me equivoco: su temblor era mío, me llegó su palabra como un abrazo y me dolió. Los dos por aquel entonces estábamos alucinados con Leopardi, Fernando Pessoa y con Rilke, muy metafísicos nosotros, trascendentes, y tremendamente torpes intentando encontrar con nuestros versos inseguros una respuesta a la gran confusión, al dolor a veces de la vida y de la muerte, sin saber aún que ambas se fundían en la tristeza de nuestra carne, que nunca nos abandonarían en el camino.
      Francisco José Cruz ha dedicado su vida, con qué intensidad, a la poesía, a jornada completa y sin descanso. La poesía es su casa verdadera, y su casa siempre estuvo expuesta a la furia del vendaval. Además de sus libros de poemas (Prehistoria de los ángeles, Bajo el velar del tiempo, Maneras de vivir, A morir no se aprende, El espanto seguro) y de varias antologías de su obra, una de ellas prologada por Eugenio Montejo, Hasta el último hueso, ha sido codirector de la revista de creación Ritmo de viento (1986-1989). Actualmente dirige en Carmona, desde su fundación en 1990, la revista Palimpsesto, especialmente atenta a la poesía hispanoamericana, y que ya va por el número 34. También creó el proyecto Casa de los Poetas de Sevilla, fue asesor literario de la Biblioteca Sibila y ahora lo es de la revista del mismo nombre.
      Hoy estamos aquí para presentar Un vago escalofrío. El libro es una colección de poemas desvalidos, entrañables y ásperos, pequeños hallazgos muy hondos que nos proponen un viaje por el mundo inmediato, al alcance de la mano: una mirada sobre la vida que sueña ser canción, exclamación y susurro hundiendo su raíz en los pedregales del amor y la muerte, entre el tiempo pasado y el espanto seguro que será.
      La poesía de Francisco José Cruz está escrita desde la fragilidad, y a un tiempo posee una contundencia y dureza de remoto diamante. Aquí se nos muestra lo que hay, no más, lo que somos todos, desde una desnudez y desamparo que sobrecoge: la constatación de los sucesos más cotidianos, anécdotas del día que de golpe adquieren un significado que trasciende, los recuerdos y los temores que nos asaltan a todos al lado de los seres y las cosas, las riadas del desconcierto. Aquí se nos nombra el estupor del vago escalofrío, que no es otra cosa que existir. En su primer poema, «¡Ay del carpe diem!», ya se nos desvela esta perplejidad que se columpia entre dos nadas, este viaje extraño de la vida. Habitamos dentro del torbellino del tiempo, sin poder retener nada, pero, ¿cómo decirlo con palabras cercanas que entiendan todos, las necesarias? ¿Cómo decirle al mundo en fuga lo que acaece, lo que resiste?

Con qué facilidad
nos vamos del momento en el que estamos,
lamentando su fuga
aun antes de que pase,
sin haberlo vivido plenamente.

Ahora lo escucharéis. Este poeta posee hondura muy fina, no puede mentir. Apuesta en su escritura por una pobreza y sencillez que sobrecoge, que golpea. Está en lo que hay, porque el mundo a veces, sin saber cómo, se nos desvela. Para este hombre cantar sí tiene sentido, y él siempre cantó por necesidad. Qué hermoso lo que dice el poeta colombiano Mario Rivero de su poesía.

«La pasión de escribir se muestra en Francisco José Cruz siempre semejante a la pasión de vivir y de dar vida a su palabra de una manera totalmente sincera, sin desmesuras experimentales, ni rebuscamientos oscuros. […]. Casi desde una enseñanza becqueriana, en donde los poemas fluyen por un cauce que desborda hacia otra latitud, hacia otra vislumbre última de relaciones y significaciones, en donde palabras corrientes y normales como la propia vida alcanzan un margen de resplandor, un fondo íntimo de frescura, alguna resonancia o vibración inusitada, en esa intuición suya del lenguaje entendido como transparencia y al mismo tiempo como sustancia del misterio.»

Para mi amigo Fran, el poeta no es un fingidor. Nombrar solo lo que el mundo cercano, casi familiar, nos concede, y decirlo alto con palabras de todos.
      Un hombre consigo mismo, la evidencia del sol en una playa, dos sillas de plástico en una terraza, una paloma moribunda, una rata en casa, un perro que convive con nosotros, un paseo con la amada cogidos de la mano, un pañuelo que estrenamos y que nos dio nuestra madre ausente. Esos son sus grandes temas, y todo ello nos encala en el conocimiento perturbador e ilusorio de nuestro ser. Él presta atención. Lo que acaece a nuestro alrededor es algo prodigioso e inquietante, nos dice Fran, como lo es una piedra en las manos de un niño.
      Nos habita el misterio, sentimos una honda compasión por lo que existe y por nosotros mismos, por todo lo que dejará de existir, porque somos una larga despedida, porque somos creación y destrucción.
      La poética de mi amigo Fran merece ser escuchada, en soledad. En ella no hay nada gratuito, ningún verso nos muestra su saber, solo su vida sentida. Estos poemas están escritos para adentro, como en el cante jondo, suenan a confesión y grito. Esta voz grave y adusta ancla su decir en la renuncia, no se adorna, es pobre su caudal por las arenas, mas nos salva de la sed. En su poema «Arte poética» reconoce la importancia decisiva de Chari, su mujer, a la hora de componer sus versos, fundiendo así, poesía y amor en un mismo canto:

Cómo voy a olvidarme
de que sin ti yo nada hubiera escrito,
si eres tú quién les da
a mis prosas y versos
la humedad afectiva y su sentido.

Mi amigo, en unas palabras que dirige a su lector en su antología Hasta el último hueso, nos dice:

«Poco a poco […] me fui dando cuenta, gracias a una creciente conciencia de lector, de que ni siquiera unos cuantos poemas logrados hacen a un poeta y de que, para hacerlo, esos poemas tienen que estar al servicio de una manera personal o necesaria de convivir con sus incertidumbres, sus certezas y contradicciones. Leer a los demás y leerme a mí mismo me ha dado una idea artesanal de la creación poética que considera el lenguaje un instrumento, cuya eficacia se revela nada más que en el trato cuidadoso y conveniente de sus elementos. […] Encontrar un mundo propio significa también, hasta cierto punto, expresar aquello que la tradición poética necesita decir o recordar, en un momento dado, a través de nosotros. […] que en el poema solo quede el hecho que se cuenta, desnudo e incuestionable. Y a través de él, el lector sienta, sin siquiera decírselo, algo de lo que yo sentí que, en el fondo es lo que sentimos todos.»

El ritmo en su poesía es tan verdadero que duele, posee el don de la claridad, como el agua que mana de la fuente. Se amarra a nuestra tradición lírica con razones propias. Experimenta con un metro que es casi matemática de pasión ardida, síntesis que irradia en su explosión. Su rima tiene alma, como sucede en el flamenco y en la lírica de tradición popular, pero su vuelo es enormemente personal, lo conforma a su manera conociendo su sentido, se posa siempre sobre la realidad. En su poesía hallamos ecos, creo, de la música de Bécquer, Juan Ramón Jiménez, los cantares de Antonio Machado, el grito del cante flamenco. Él nombra en Un vago escalofrío también a Joseph Brodsky, y a la grande Wislawa Szymborska. Su voz grave, doliente, tragicómica a veces, la sentimos vibrar en nuestros huesos: es fácil adueñarnos de su decir. El que fuera su gran amigo Eugenio Montejo dice de su poesía:

«La voz que asume la relación de sus poemas es fruto [...] de un despojo austero, que limita los elementos líricos a lo indispensable, con ahorro de cualquier adorno del que pueda prescindirse. […] La voz que habla en el poema lo hace desde dentro y a la vez guiada por una innegable necesidad expresiva.»

En el poema «Carta póstuma a Wislawa Szymborska», Fran nos desvela sus afinidades, aquello que siente como propio, un tono hermano entre el estupor y el silencio:

Qué bien te entiendo yo siempre
a través de tus silencios,
silencios que en tus poemas
dicen aún más que los verbos.


Estupor e incertidumbre,
esos hermanos eternos
parecen entre tus líneas
encontrarse en su elemento.

La poesía de Fran nos flecha a la primera. Desde la tradición, desde casi la oralidad, construye algo nuevo, con luz propia.
      No puedo acabar esta presentación sin mencionar el amor en la poesía de Fran, tan unido a la muerte. Sus poemas a Chari, a la que debe tanto su cantar, son de una verdad sobrecogedora. Su vuelo es rasante entre el cielo de la gratitud y las erosiones de la vida. Es como si este poeta tuviera miedo a la muerte desde que ama a su mujer. Abrazo e incertidumbre, alegría y temores se funden con los estragos del acabarse. Para eso sirve la poesía: amor y conciencia de vida. Cogidos los dos de la mano, el poeta se siente desvalido entre los recuerdos y la idea de la desaparición. Y sin embargo, ahí reside su fuerza, su temblor, su resistencia al sinsentido:

EL ABRAZO

Este miedo a quedarnos
el uno sin el otro,
a no morirnos juntos

–hagamos lo que hagamos,
aunque estemos absortos
cada cual en lo suyo–

nos trenza en un abrazo
tan carnal y redondo
que da la vuelta al mundo,

como si así los años
no pasaran del todo
mientras seamos uno…

hasta que ya el cansancio
de la vida, a su modo,
desate nuestros músculos

y quede entre mis brazos
tu ausencia sin contorno
o la mía en los tuyos.


Poemas como «Aquí y ahora», «Cogiditos de la mano», «Testamento» y tantos otros os van a conmover cuando los escuchéis de su voz. En el poema «Desde entonces», qué maravilla, podemos ver a Chari leyéndole poesía, asistiéndolo, con qué entrega. Evoca la primera lectura de esta mujer al poeta. Fue hace mucho, en una playa de Sanlúcar, donde aún parecen estar sonando, junto a las olas del mar, los versos que le recitó de Juan Ramón Jiménez. También está el transcurso del tiempo vivido hasta el ahora, toda una vida. Los dos en estos versos acaban siendo lo mismo, se diluyen casi, dos sentires en uno por alcanzar lo más alto y lo más hondo, una atmósfera más pura. Algo que, tal vez vence al tiempo, que es rebeldía, desde su raíz, para que crezca el árbol. Si me da su permiso Fran, para mí sería un regalo enorme poder leerlo:

DESDE ENTONCES

Como leemos juntos
desde hace tanto tiempo,
ya tu voz son mis ojos
y al oírte hasta veo
los espacios en blanco
y la pausa final de cada verso.

Así, de línea en línea,
como en lúcido sueño,
nos fundimos en uno
durante todo el texto
hasta oírme en tu voz
y tú callarte en mi absorto silencio.

Una noche de agosto,
frente al mar sanluqueño,
sacaste de tu bolso
un librito de versos
de Juan Ramón Jiménez,
cuyas hojas aún las mueve el viento.

Me leíste –leímos–
un rato en el paseo
marítimo. Esa noche
la carne se hizo verbo
o el verbo se hizo carne
y desde entonces vivimos completos.

Sin más, ahora os dejo con Fran y su voz, con la verdad y las razones de su poesía. Ante vosotros tenéis a un poeta que os va a dar lo que es, lo que somos. Comeremos su pan. Estoy seguro de que su temblor perdurará en todos nosotros, y que no lo vamos a olvidar. Gracias.

Valencia, 1 de junio de 2019
José Iniesta y Francisco José Cruz

Juan Luis Bedins, Fran Cruz, Antonio Praena, Susana Benet y Gabriel Alonso
José Iniesta, el librero Francisco Benedito y Fran Cruz
Antonio Praena, Fran Cruz y José Iniesta

Texto leído en la presentación de Un vago escalofrío 
de Francisco José Cruz, en la librería Ramón Llull.
Valencia, 1 de junio de 2019