Hoy
es un día importante para mí, estoy emocionado. A mi lado tengo a Francisco
José Cruz, un buen amigo desde mi juventud, y un poeta verdadero, entregado,
diferente de tan desnudo en su decir, como una llama que resiste en una noche
de viento. Su voz siempre estuvo conmigo porque su canto es difícil de olvidar.
Esto no ocurre muchas veces, es un misterio.
Fran y yo, junto a otras personas que hoy
nos acompañan, Teresa, Susana y Pedro Luis, nos conocimos a mediados de los
ochenta en la Universidad de la Rábida (Huelva), en unas jornadas sobre poesía
y pensamiento en torno a María Zambrano, donde además de contactar con poetas
de nuestra generación, conocimos y escuchamos con asombro a aquellos que
leíamos con fervor: Francisco Brines, Claudio Rodríguez, Fernando Quiñones, y
un largo etc. Éramos jóvenes, no sabíamos qué hacer con nuestras vidas. Reíamos,
amábamos la poesía con un fervor casi enfermizo, más o menos como ahora,
constatación de la perplejidad que nunca nos ha abandonado. Desde
el primer día en que Fran me recitó sus poemas no me cupo duda: era un poeta,
hasta los huesos. Yo no sé muchas cosas, pero ahí pocas veces me equivoco: su
temblor era mío, me llegó su palabra como un abrazo y me dolió. Los dos por
aquel entonces estábamos alucinados con Leopardi, Fernando Pessoa y con Rilke,
muy metafísicos nosotros, trascendentes, y tremendamente torpes intentando
encontrar con nuestros versos inseguros una respuesta a la gran confusión, al
dolor a veces de la vida y de la muerte, sin saber aún que ambas se fundían en la
tristeza de nuestra carne, que nunca nos abandonarían en el camino.
Francisco José Cruz ha dedicado su vida,
con qué intensidad, a la poesía, a jornada completa y sin descanso. La poesía
es su casa verdadera, y su casa siempre estuvo expuesta a la furia del
vendaval. Además de sus libros de poemas (Prehistoria
de los ángeles, Bajo el velar del
tiempo, Maneras de vivir, A morir no se aprende, El espanto seguro) y de varias
antologías de su obra, una de ellas prologada por Eugenio Montejo, Hasta el último hueso, ha sido
codirector de la revista de creación Ritmo
de viento (1986-1989).
Actualmente dirige en Carmona, desde su fundación en 1990, la revista Palimpsesto, especialmente atenta a la
poesía hispanoamericana, y que ya va por el número 34. También creó el proyecto
Casa de los Poetas de Sevilla, fue asesor literario de la Biblioteca Sibila y
ahora lo es de la revista del mismo nombre.
Hoy estamos aquí para presentar Un vago escalofrío. El libro es una
colección de poemas desvalidos, entrañables y ásperos, pequeños hallazgos muy
hondos que nos proponen un viaje por el mundo inmediato, al alcance de la mano:
una mirada sobre la vida que sueña ser canción, exclamación y susurro hundiendo
su raíz en los pedregales del amor y la muerte, entre el tiempo pasado y el espanto seguro que será.
La poesía de Francisco José Cruz está
escrita desde la fragilidad, y a un tiempo posee una contundencia y dureza de
remoto diamante. Aquí se nos muestra lo que hay, no más, lo que somos todos, desde
una desnudez y desamparo que sobrecoge: la constatación de los sucesos más cotidianos,
anécdotas del día que de golpe adquieren un significado que trasciende, los
recuerdos y los temores que nos asaltan a todos al lado de los seres y las cosas,
las riadas del desconcierto. Aquí se nos nombra el estupor del vago escalofrío,
que no es otra cosa que existir. En su primer poema, «¡Ay del carpe diem!», ya se nos desvela esta perplejidad que
se columpia entre dos nadas, este viaje extraño de la vida. Habitamos dentro
del torbellino del tiempo, sin poder retener nada, pero, ¿cómo decirlo con
palabras cercanas que entiendan todos, las necesarias? ¿Cómo decirle al mundo
en fuga lo que acaece, lo que resiste?
Con qué facilidad
nos vamos del momento en el que estamos,
lamentando su fuga
aun antes de que pase,
sin haberlo vivido plenamente.
Ahora
lo escucharéis. Este poeta posee hondura muy fina, no puede mentir. Apuesta en
su escritura por una pobreza y sencillez que sobrecoge, que golpea. Está en lo
que hay, porque el mundo a veces, sin saber cómo, se nos desvela. Para este
hombre cantar sí tiene sentido, y él siempre cantó por necesidad. Qué hermoso
lo que dice el poeta colombiano Mario Rivero de su poesía.
«La
pasión de escribir se muestra en Francisco José Cruz siempre semejante a la
pasión de vivir y de dar vida a su palabra de una manera totalmente sincera,
sin desmesuras experimentales, ni rebuscamientos oscuros. […]. Casi desde una
enseñanza becqueriana, en donde los poemas fluyen por un cauce que desborda
hacia otra latitud, hacia otra vislumbre última de relaciones y
significaciones, en donde palabras corrientes y normales como la propia vida
alcanzan un margen de resplandor, un fondo íntimo de frescura, alguna
resonancia o vibración inusitada, en esa intuición suya del lenguaje entendido
como transparencia y al mismo tiempo como sustancia del misterio.»
Para
mi amigo Fran, el poeta no es un fingidor. Nombrar solo lo que el mundo cercano,
casi familiar, nos concede, y decirlo alto con palabras de todos.
Un hombre consigo mismo, la evidencia del
sol en una playa, dos sillas de plástico en una terraza, una paloma moribunda, una
rata en casa, un perro que convive con nosotros, un paseo con la amada cogidos
de la mano, un pañuelo que estrenamos y que nos dio nuestra madre ausente. Esos
son sus grandes temas, y todo ello nos encala en el conocimiento perturbador e ilusorio
de nuestro ser. Él presta atención. Lo que acaece a nuestro alrededor es algo
prodigioso e inquietante, nos dice Fran, como lo es una piedra en las manos de
un niño.
Nos habita el misterio, sentimos una
honda compasión por lo que existe y por nosotros mismos, por todo lo que dejará
de existir, porque somos una larga despedida, porque somos creación y
destrucción.
La poética de mi amigo Fran merece ser
escuchada, en soledad. En ella no hay nada gratuito, ningún verso nos muestra
su saber, solo su vida sentida. Estos poemas están escritos para adentro, como
en el cante jondo, suenan a confesión y grito. Esta voz grave y adusta ancla su
decir en la renuncia, no se adorna, es pobre su caudal por las arenas, mas nos salva
de la sed. En su poema «Arte poética» reconoce la importancia decisiva de
Chari, su mujer, a la hora de componer sus versos, fundiendo así, poesía y amor
en un mismo canto:
Cómo voy a olvidarme
de que sin ti yo nada hubiera escrito,
si eres tú quién les da
a mis prosas y versos
la humedad afectiva y su sentido.
Mi
amigo, en unas palabras que dirige a su lector en su antología Hasta el último hueso, nos dice:
«Poco
a poco […] me fui dando cuenta, gracias a una creciente conciencia de lector,
de que ni siquiera unos cuantos poemas logrados hacen a un poeta y de que, para
hacerlo, esos poemas tienen que estar al servicio de una manera personal o
necesaria de convivir con sus incertidumbres, sus certezas y contradicciones.
Leer a los demás y leerme a mí mismo me ha dado una idea artesanal de la
creación poética que considera el lenguaje un instrumento, cuya eficacia se
revela nada más que en el trato cuidadoso y conveniente de sus elementos. […] Encontrar
un mundo propio significa también, hasta cierto punto, expresar aquello que la
tradición poética necesita decir o recordar, en un momento dado, a través de
nosotros. […] que en el poema solo quede el hecho que se cuenta, desnudo e
incuestionable. Y a través de él, el lector sienta, sin siquiera decírselo,
algo de lo que yo sentí que, en el fondo es lo que sentimos todos.»
El
ritmo en su poesía es tan verdadero que duele, posee el don de la claridad,
como el agua que mana de la fuente. Se amarra a nuestra tradición lírica con
razones propias. Experimenta con un metro que es casi matemática de pasión ardida, síntesis que irradia en su explosión.
Su rima tiene alma, como sucede en el flamenco y en la lírica de tradición popular,
pero su vuelo es enormemente personal, lo conforma a su manera conociendo su sentido,
se posa siempre sobre la realidad. En su poesía hallamos ecos, creo, de la
música de Bécquer, Juan Ramón Jiménez, los cantares de Antonio Machado, el
grito del cante flamenco. Él nombra en Un
vago escalofrío también a Joseph Brodsky, y a la grande Wislawa Szymborska.
Su voz grave, doliente, tragicómica a veces, la sentimos vibrar en nuestros
huesos: es fácil adueñarnos de su decir. El que fuera su gran amigo Eugenio
Montejo dice de su poesía:
«La
voz que asume la relación de sus poemas es fruto [...] de un despojo austero,
que limita los elementos líricos a lo indispensable, con ahorro de cualquier
adorno del que pueda prescindirse. […] La voz que habla en el poema lo hace
desde dentro y a la vez guiada por una innegable necesidad expresiva.»
En
el poema «Carta póstuma a Wislawa Szymborska», Fran nos desvela sus afinidades, aquello que siente como propio,
un tono hermano entre el estupor y el silencio:
Qué bien te entiendo yo siempre
a través de tus silencios,
silencios que en tus poemas
dicen aún más que los verbos.
Estupor e incertidumbre,
esos hermanos eternos
parecen entre tus líneas
encontrarse en su elemento.
La
poesía de Fran nos flecha a la primera. Desde la tradición, desde casi la
oralidad, construye algo nuevo, con luz propia.
No puedo acabar esta presentación sin
mencionar el amor en la poesía de Fran, tan unido a la muerte. Sus poemas a
Chari, a la que debe tanto su cantar, son de una verdad sobrecogedora. Su vuelo
es rasante entre el cielo de la gratitud y las erosiones de la vida. Es como si
este poeta tuviera miedo a la muerte desde que ama a su mujer. Abrazo e
incertidumbre, alegría y temores se funden con los estragos del acabarse. Para
eso sirve la poesía: amor y conciencia de vida. Cogidos los dos de la mano, el
poeta se siente desvalido entre los recuerdos y la idea de la desaparición. Y
sin embargo, ahí reside su fuerza, su temblor, su resistencia al sinsentido:
EL ABRAZO
Este miedo a quedarnos
el uno sin el otro,
a no morirnos juntos
–hagamos lo que hagamos,
aunque estemos absortos
cada cual en lo suyo–
nos trenza en un abrazo
tan carnal y redondo
que da la vuelta al mundo,
como si así los años
no pasaran del todo
mientras seamos uno…
hasta que ya el cansancio
de la vida, a su modo,
desate nuestros músculos
y quede entre mis brazos
tu ausencia sin contorno
o la mía en los tuyos.
Poemas
como «Aquí y ahora», «Cogiditos de la mano», «Testamento» y tantos otros os van a conmover cuando los escuchéis de su voz.
En el poema «Desde entonces», qué
maravilla, podemos ver a Chari leyéndole poesía, asistiéndolo, con qué entrega.
Evoca la primera lectura de esta mujer al poeta. Fue hace mucho, en una playa
de Sanlúcar, donde aún parecen estar sonando, junto a las olas del mar, los
versos que le recitó de Juan Ramón Jiménez. También está el transcurso del
tiempo vivido hasta el ahora, toda una vida. Los dos en estos versos acaban
siendo lo mismo, se diluyen casi, dos sentires en uno por alcanzar lo más alto
y lo más hondo, una atmósfera más pura. Algo que, tal vez vence al tiempo, que
es rebeldía, desde su raíz, para que crezca el árbol. Si me da su permiso Fran,
para mí sería un regalo enorme poder leerlo:
DESDE
ENTONCES
Como leemos juntos
desde hace tanto tiempo,
ya tu voz son mis ojos
y al oírte hasta veo
los espacios en blanco
y la pausa final de cada verso.
Así, de línea en línea,
como en lúcido sueño,
nos fundimos en uno
durante todo el texto
hasta oírme en tu voz
y tú callarte en mi absorto silencio.
Una noche de agosto,
frente al mar sanluqueño,
sacaste de tu bolso
un librito de versos
de Juan Ramón Jiménez,
cuyas hojas aún las mueve el viento.
Me leíste –leímos–
un rato en el paseo
marítimo. Esa noche
la carne se hizo verbo
o el verbo se hizo carne
y desde entonces vivimos completos.
Sin
más, ahora os dejo con Fran y su voz, con la verdad y las razones de su poesía.
Ante vosotros tenéis a un poeta que os va a dar lo que es, lo que somos. Comeremos
su pan. Estoy seguro de que su temblor perdurará en todos nosotros, y que no lo
vamos a olvidar. Gracias.
Valencia, 1 de junio de
2019
José Iniesta y Francisco José Cruz |
Juan Luis Bedins, Fran Cruz, Antonio Praena, Susana Benet y Gabriel Alonso |
José Iniesta, el librero Francisco Benedito y Fran Cruz |
Antonio Praena, Fran Cruz y José Iniesta |
Texto leído en la presentación de Un vago escalofrío
de Francisco José Cruz, en la librería Ramón Llull.
Valencia, 1 de junio de 2019
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