martes, 4 de junio de 2019

UN VAGO ESCALOFRÍO. FRANCISCO JOSÉ CRUZ por José Iniesta


Hoy es un día importante para mí, estoy emocionado. A mi lado tengo a Francisco José Cruz, un buen amigo desde mi juventud, y un poeta verdadero, entregado, diferente de tan desnudo en su decir, como una llama que resiste en una noche de viento. Su voz siempre estuvo conmigo porque su canto es difícil de olvidar. Esto no ocurre muchas veces, es un misterio.
      Fran y yo, junto a otras personas que hoy nos acompañan, Teresa, Susana y Pedro Luis, nos conocimos a mediados de los ochenta en la Universidad de la Rábida (Huelva), en unas jornadas sobre poesía y pensamiento en torno a María Zambrano, donde además de contactar con poetas de nuestra generación, conocimos y escuchamos con asombro a aquellos que leíamos con fervor: Francisco Brines, Claudio Rodríguez, Fernando Quiñones, y un largo etc. Éramos jóvenes, no sabíamos qué hacer con nuestras vidas. Reíamos, amábamos la poesía con un fervor casi enfermizo, más o menos como ahora, constatación de la perplejidad que nunca nos ha abandonado.       Desde el primer día en que Fran me recitó sus poemas no me cupo duda: era un poeta, hasta los huesos. Yo no sé muchas cosas, pero ahí pocas veces me equivoco: su temblor era mío, me llegó su palabra como un abrazo y me dolió. Los dos por aquel entonces estábamos alucinados con Leopardi, Fernando Pessoa y con Rilke, muy metafísicos nosotros, trascendentes, y tremendamente torpes intentando encontrar con nuestros versos inseguros una respuesta a la gran confusión, al dolor a veces de la vida y de la muerte, sin saber aún que ambas se fundían en la tristeza de nuestra carne, que nunca nos abandonarían en el camino.
      Francisco José Cruz ha dedicado su vida, con qué intensidad, a la poesía, a jornada completa y sin descanso. La poesía es su casa verdadera, y su casa siempre estuvo expuesta a la furia del vendaval. Además de sus libros de poemas (Prehistoria de los ángeles, Bajo el velar del tiempo, Maneras de vivir, A morir no se aprende, El espanto seguro) y de varias antologías de su obra, una de ellas prologada por Eugenio Montejo, Hasta el último hueso, ha sido codirector de la revista de creación Ritmo de viento (1986-1989). Actualmente dirige en Carmona, desde su fundación en 1990, la revista Palimpsesto, especialmente atenta a la poesía hispanoamericana, y que ya va por el número 34. También creó el proyecto Casa de los Poetas de Sevilla, fue asesor literario de la Biblioteca Sibila y ahora lo es de la revista del mismo nombre.
      Hoy estamos aquí para presentar Un vago escalofrío. El libro es una colección de poemas desvalidos, entrañables y ásperos, pequeños hallazgos muy hondos que nos proponen un viaje por el mundo inmediato, al alcance de la mano: una mirada sobre la vida que sueña ser canción, exclamación y susurro hundiendo su raíz en los pedregales del amor y la muerte, entre el tiempo pasado y el espanto seguro que será.
      La poesía de Francisco José Cruz está escrita desde la fragilidad, y a un tiempo posee una contundencia y dureza de remoto diamante. Aquí se nos muestra lo que hay, no más, lo que somos todos, desde una desnudez y desamparo que sobrecoge: la constatación de los sucesos más cotidianos, anécdotas del día que de golpe adquieren un significado que trasciende, los recuerdos y los temores que nos asaltan a todos al lado de los seres y las cosas, las riadas del desconcierto. Aquí se nos nombra el estupor del vago escalofrío, que no es otra cosa que existir. En su primer poema, «¡Ay del carpe diem!», ya se nos desvela esta perplejidad que se columpia entre dos nadas, este viaje extraño de la vida. Habitamos dentro del torbellino del tiempo, sin poder retener nada, pero, ¿cómo decirlo con palabras cercanas que entiendan todos, las necesarias? ¿Cómo decirle al mundo en fuga lo que acaece, lo que resiste?

Con qué facilidad
nos vamos del momento en el que estamos,
lamentando su fuga
aun antes de que pase,
sin haberlo vivido plenamente.

Ahora lo escucharéis. Este poeta posee hondura muy fina, no puede mentir. Apuesta en su escritura por una pobreza y sencillez que sobrecoge, que golpea. Está en lo que hay, porque el mundo a veces, sin saber cómo, se nos desvela. Para este hombre cantar sí tiene sentido, y él siempre cantó por necesidad. Qué hermoso lo que dice el poeta colombiano Mario Rivero de su poesía.

«La pasión de escribir se muestra en Francisco José Cruz siempre semejante a la pasión de vivir y de dar vida a su palabra de una manera totalmente sincera, sin desmesuras experimentales, ni rebuscamientos oscuros. […]. Casi desde una enseñanza becqueriana, en donde los poemas fluyen por un cauce que desborda hacia otra latitud, hacia otra vislumbre última de relaciones y significaciones, en donde palabras corrientes y normales como la propia vida alcanzan un margen de resplandor, un fondo íntimo de frescura, alguna resonancia o vibración inusitada, en esa intuición suya del lenguaje entendido como transparencia y al mismo tiempo como sustancia del misterio.»

Para mi amigo Fran, el poeta no es un fingidor. Nombrar solo lo que el mundo cercano, casi familiar, nos concede, y decirlo alto con palabras de todos.
      Un hombre consigo mismo, la evidencia del sol en una playa, dos sillas de plástico en una terraza, una paloma moribunda, una rata en casa, un perro que convive con nosotros, un paseo con la amada cogidos de la mano, un pañuelo que estrenamos y que nos dio nuestra madre ausente. Esos son sus grandes temas, y todo ello nos encala en el conocimiento perturbador e ilusorio de nuestro ser. Él presta atención. Lo que acaece a nuestro alrededor es algo prodigioso e inquietante, nos dice Fran, como lo es una piedra en las manos de un niño.
      Nos habita el misterio, sentimos una honda compasión por lo que existe y por nosotros mismos, por todo lo que dejará de existir, porque somos una larga despedida, porque somos creación y destrucción.
      La poética de mi amigo Fran merece ser escuchada, en soledad. En ella no hay nada gratuito, ningún verso nos muestra su saber, solo su vida sentida. Estos poemas están escritos para adentro, como en el cante jondo, suenan a confesión y grito. Esta voz grave y adusta ancla su decir en la renuncia, no se adorna, es pobre su caudal por las arenas, mas nos salva de la sed. En su poema «Arte poética» reconoce la importancia decisiva de Chari, su mujer, a la hora de componer sus versos, fundiendo así, poesía y amor en un mismo canto:

Cómo voy a olvidarme
de que sin ti yo nada hubiera escrito,
si eres tú quién les da
a mis prosas y versos
la humedad afectiva y su sentido.

Mi amigo, en unas palabras que dirige a su lector en su antología Hasta el último hueso, nos dice:

«Poco a poco […] me fui dando cuenta, gracias a una creciente conciencia de lector, de que ni siquiera unos cuantos poemas logrados hacen a un poeta y de que, para hacerlo, esos poemas tienen que estar al servicio de una manera personal o necesaria de convivir con sus incertidumbres, sus certezas y contradicciones. Leer a los demás y leerme a mí mismo me ha dado una idea artesanal de la creación poética que considera el lenguaje un instrumento, cuya eficacia se revela nada más que en el trato cuidadoso y conveniente de sus elementos. […] Encontrar un mundo propio significa también, hasta cierto punto, expresar aquello que la tradición poética necesita decir o recordar, en un momento dado, a través de nosotros. […] que en el poema solo quede el hecho que se cuenta, desnudo e incuestionable. Y a través de él, el lector sienta, sin siquiera decírselo, algo de lo que yo sentí que, en el fondo es lo que sentimos todos.»

El ritmo en su poesía es tan verdadero que duele, posee el don de la claridad, como el agua que mana de la fuente. Se amarra a nuestra tradición lírica con razones propias. Experimenta con un metro que es casi matemática de pasión ardida, síntesis que irradia en su explosión. Su rima tiene alma, como sucede en el flamenco y en la lírica de tradición popular, pero su vuelo es enormemente personal, lo conforma a su manera conociendo su sentido, se posa siempre sobre la realidad. En su poesía hallamos ecos, creo, de la música de Bécquer, Juan Ramón Jiménez, los cantares de Antonio Machado, el grito del cante flamenco. Él nombra en Un vago escalofrío también a Joseph Brodsky, y a la grande Wislawa Szymborska. Su voz grave, doliente, tragicómica a veces, la sentimos vibrar en nuestros huesos: es fácil adueñarnos de su decir. El que fuera su gran amigo Eugenio Montejo dice de su poesía:

«La voz que asume la relación de sus poemas es fruto [...] de un despojo austero, que limita los elementos líricos a lo indispensable, con ahorro de cualquier adorno del que pueda prescindirse. […] La voz que habla en el poema lo hace desde dentro y a la vez guiada por una innegable necesidad expresiva.»

En el poema «Carta póstuma a Wislawa Szymborska», Fran nos desvela sus afinidades, aquello que siente como propio, un tono hermano entre el estupor y el silencio:

Qué bien te entiendo yo siempre
a través de tus silencios,
silencios que en tus poemas
dicen aún más que los verbos.


Estupor e incertidumbre,
esos hermanos eternos
parecen entre tus líneas
encontrarse en su elemento.

La poesía de Fran nos flecha a la primera. Desde la tradición, desde casi la oralidad, construye algo nuevo, con luz propia.
      No puedo acabar esta presentación sin mencionar el amor en la poesía de Fran, tan unido a la muerte. Sus poemas a Chari, a la que debe tanto su cantar, son de una verdad sobrecogedora. Su vuelo es rasante entre el cielo de la gratitud y las erosiones de la vida. Es como si este poeta tuviera miedo a la muerte desde que ama a su mujer. Abrazo e incertidumbre, alegría y temores se funden con los estragos del acabarse. Para eso sirve la poesía: amor y conciencia de vida. Cogidos los dos de la mano, el poeta se siente desvalido entre los recuerdos y la idea de la desaparición. Y sin embargo, ahí reside su fuerza, su temblor, su resistencia al sinsentido:

EL ABRAZO

Este miedo a quedarnos
el uno sin el otro,
a no morirnos juntos

–hagamos lo que hagamos,
aunque estemos absortos
cada cual en lo suyo–

nos trenza en un abrazo
tan carnal y redondo
que da la vuelta al mundo,

como si así los años
no pasaran del todo
mientras seamos uno…

hasta que ya el cansancio
de la vida, a su modo,
desate nuestros músculos

y quede entre mis brazos
tu ausencia sin contorno
o la mía en los tuyos.


Poemas como «Aquí y ahora», «Cogiditos de la mano», «Testamento» y tantos otros os van a conmover cuando los escuchéis de su voz. En el poema «Desde entonces», qué maravilla, podemos ver a Chari leyéndole poesía, asistiéndolo, con qué entrega. Evoca la primera lectura de esta mujer al poeta. Fue hace mucho, en una playa de Sanlúcar, donde aún parecen estar sonando, junto a las olas del mar, los versos que le recitó de Juan Ramón Jiménez. También está el transcurso del tiempo vivido hasta el ahora, toda una vida. Los dos en estos versos acaban siendo lo mismo, se diluyen casi, dos sentires en uno por alcanzar lo más alto y lo más hondo, una atmósfera más pura. Algo que, tal vez vence al tiempo, que es rebeldía, desde su raíz, para que crezca el árbol. Si me da su permiso Fran, para mí sería un regalo enorme poder leerlo:

DESDE ENTONCES

Como leemos juntos
desde hace tanto tiempo,
ya tu voz son mis ojos
y al oírte hasta veo
los espacios en blanco
y la pausa final de cada verso.

Así, de línea en línea,
como en lúcido sueño,
nos fundimos en uno
durante todo el texto
hasta oírme en tu voz
y tú callarte en mi absorto silencio.

Una noche de agosto,
frente al mar sanluqueño,
sacaste de tu bolso
un librito de versos
de Juan Ramón Jiménez,
cuyas hojas aún las mueve el viento.

Me leíste –leímos–
un rato en el paseo
marítimo. Esa noche
la carne se hizo verbo
o el verbo se hizo carne
y desde entonces vivimos completos.

Sin más, ahora os dejo con Fran y su voz, con la verdad y las razones de su poesía. Ante vosotros tenéis a un poeta que os va a dar lo que es, lo que somos. Comeremos su pan. Estoy seguro de que su temblor perdurará en todos nosotros, y que no lo vamos a olvidar. Gracias.

Valencia, 1 de junio de 2019
José Iniesta y Francisco José Cruz

Juan Luis Bedins, Fran Cruz, Antonio Praena, Susana Benet y Gabriel Alonso
José Iniesta, el librero Francisco Benedito y Fran Cruz
Antonio Praena, Fran Cruz y José Iniesta

Texto leído en la presentación de Un vago escalofrío 
de Francisco José Cruz, en la librería Ramón Llull.
Valencia, 1 de junio de 2019