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Col. Los abisos de Point, ed. Point de Lunettes, Sevilla, 2016 |
Entre cielo y suelo es la última entrega hasta la fecha de este simpar
poeta cuasi nonagenario que es Carlos Germán Belli, cuya dilatadísima
trayectoria creadora, siempre fiel a su denodada búsqueda del reino interior,
no conoce altibajos, cosa rara en el mundo artístico.
Bajo este título –que resume en sus
diversas dimensiones la esencial dicotomía de la existencia humana y, además,
es un verso recurrente, como algunos otros, de la obra de Belli– se recogen
veinte composiciones de muy parecida extensión e idéntica estructura, donde los
temas más entrañables al maestro peruano reaparecen con su habitual vigor, gracias
al pleno dominio de su arcaizante e inimitable retórica, la cual los hace del
todo convincentes y propicia la fe del poeta, tal una imprescindible medicina,
en los efectos benéficos de la poesía en su doble y complementario ejercicio de
la escritura y la lectura, ya «que leer y escribir nos iluminan / de la cuna a
la tumba por entero», «y así restaurar el desgaste vil» causado por los
inmisericordes estragos del tiempo. De este modo, en «Tiziano y Chagall
pintando cuando viejos», Belli encomia la actividad creativa de ambos pintores
en su ancianidad e implícitamente se reconoce en ellos, puesto «que no obstante
los años transcurridos / la juventud maquinalmente torna / por la eternidad de
las bellas artes». En este sentido, la obra de madurez de Carlos Germán Belli,
al mostrarnos la cara plácida de la vejez, corrige, al menos en parte, la
visión negativa que nos da de ella nuestra tradición poética, con especial
hincapié en la corriente barroca, tan nutricia, sin embargo, para nuestro poeta
en tantos aspectos.
Mediante la fuerza evocadora de la
poesía, Belli se siente acompañado de sus familiares y amigos ya muertos, y en
virtud del predominio de lo espiritual sobre lo material, recobra las amadas
presencias del padre o de la madre, identificando sus oficios profesionales con
sus valores éticos. La segunda persona del presente del indicativo concede a
dichas evocaciones una emocionante e ilusoria realidad. Por consiguiente, amén
de un reconfortante consuelo, la poesía para Belli es también el gozoso medio
de asomarse al más allá –donde los suyos lo esperan– a través de «todo un largo
camino de palabras / desde el terrenal mundo acá creado / a los astros de la
celeste bóveda». Muy lejos estamos ya de aquel deseo del joven Belli –expresado,
por ejemplo en «Segregación nº 1»– de ocultarse bajo la tierra por un demoledor
sentimiento de fracaso. Hace ya décadas que el Hada Cibernética recompensa con
creces sus viejas aspiraciones de plenitud y Entre cielo y suelo señala la condición del hombre –perecedera y
trascendente a la vez– en pos de la vida intemporal.
Este estado de vigilante esperanza en que
se sostiene el libro, excepto dos o tres piezas inspiradas por el retroactivo
dolor de velados remordimientos, lo refrenda un férreo equilibrio estrófico.
Todos los poemas están construidos en estancias de corte petrarquesco, que
oscilan entre once y trece versos, donde la monotonía del endecasílabo es
aliviada por esporádicos acentos antirrítmicos y por dos heptasílabos en cada
estrofa, uno situado siempre en el séptima línea y otro, a veces en la novena y
a veces en la décima. Este esquema formal no es nuevo en Belli, aunque sí el
hecho de que lo mantenga durante un libro completo y que todas las composiciones
–salvo «En el espacio y tiempo ilimitados», la más larga– posean tres estrofas
(sin contar el envío final de algunas canciones), como si nuestro poeta
quisiera ajustarse al clásico desarrollo de planteamiento, nudo y desenlace,
propio de una exposición ordenada. De este modo, Carlos Germán Belli, como
consumado alquimista de aleaciones verbales, reproduce el pensamiento de
Paracelso, alquimista de la materia, también en pos de una vida intemporal,
para quien «todo lo que el hombre hace o ejecuta […] tiene que tener su simetría».
Publicado en El Imparcial, Madrid, 28 de febrero de 2016