martes, 5 de junio de 2018

PALIMPSESTO 33. Lectura de Alonso Ruiz Rosas

Palimpsesto. Revista de creación
PALIMPSESTO 33. Contenido
Alonso Ruiz Rosas, Juan Ávila (alcalde de Carmona) y Fran Cruz. ©Fernando Romero
                                                                                                       ©Fernando Romero

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PALIMPSESTO 33
                 
      Dedico este acto al poeta mexicano Antonio Deltoro, entrañable amigo, quien además de colaborar frecuentemente en Palimpsesto, nos ha facilitado el contacto con otros autores que han enriquecido nuestra revista. Él ha visitado a título privado varias veces Carmona, pero nunca ha leído en nuestra ciudad. Sufrió en el mes de febrero una terrible caída, de la que ojalá pueda recuperarse algún día.

                                                                                                  ©Fernando Romero
Con el nº 33, Palimpsesto, junto a su colección de libros, cumple veintiocho años de existencia ininterrumpida, durante los cuales ―como es fácil de imaginar― ha habido vicisitudes de toda laya, favorables y adversas que, además de influir en nuestro modo de trabajo, han delimitado las posibilidades reales a la hora de planear los contenidos. Uno de los escollos a superar para una revista sin ánimo de lucro estriba en los derechos de autor, que a veces exigen laboriosos esfuerzos para obtenerlo, como ha sido el caso de dos importantes colaboraciones que aparecen en estas páginas. Ante tales dificultades, apelamos a la generosidad de los autores, a la de sus herederos o, en última instancia, a sus agentes. Pero, sobre todo, según nuestra experiencia, son la factura y el bagaje de Palimpsesto los que terminan convenciendo a quienes, en principio, por cualquier razón o sinrazón eran reacios a publicar en ella.
     Entrando ya en materia literaria, escribe Borges en el prólogo a una antología de Leopoldo Lugones que «un poeta no solo es un artífice, un hacedor, sino también un hombre que siente con intensidad y complejidad». La frase nos recuerda ―cosa que nuestra época suele olvidar― que el valor estético de un texto depende tanto de su destreza técnica como de su verdad humana. Si la intensidad y la complejidad deben considerarse, en mayor o menor medida, cualidades intrínsecas de las obras artísticas, son especialmente notorias, dados su carácter y circunstancias personales, en los poemas que aquí se traducen de la neozelandesa Janet Frame y el ruso Sergéi Esenin. De este, con quien se abre la revista, publicamos el extenso poema «Hombre negro», escrito meses antes de ahorcarse en el hotel Inglaterra de la entonces Leningrado, hoy San Petersburgo, a los 30 años de edad, en 1925. En torno a esos punzantes versos, imbuidos de remordimientos y delirantes visiones premonitorias, los escritores colombianos Robinson Quintero Ossa y Jorge Bustamante mantienen un dinámico y penetrante diálogo epistolar ―un formidable ensayo a dos voces― sobre la excéntrica figura de Esenin, relacionando su deslumbrante poesía con su vertiginosa y desquiciada vida por culpa del alcohol, el acoso político de los bolcheviques y el tormentoso romance con la bailarina Isadora Duncan.
      Janet Frame (1924-2004) es un ejemplo palmario de la utilidad de la función creativa, al punto de que puede afirmarse que el ejercicio de la literatura la salvó de la miseria y de la enfermedad, como bien se desprende de sus memorias Un ángel en mi mesa, llevadas al cine por la directora Jane Campion. Debido a un erróneo diagnóstico de esquizofrenia, ingresó en su adolescencia en varios psiquiátricos. Estando en uno de ellos, ganó un prestigioso concurso de relato de su país, hecho que modificó el criterio de sus médicos y la libró de una segura lobotomía que la hubiera mermado para siempre. Reconocida internacionalmente por sus cuentos y novelas, cuyos discapacitados e inadaptados protagonistas son un trasunto de su experiencia vital, su poesía ―que solo al publicarse tras su muerte empieza ahora a ser apreciada― expresa ese mismo desamparo de un ser solitario y vulnerable mediante cierta dislocación sensorial e insólitas asociaciones de imágenes, que sitúan a los versos de Frame al margen de los cánones clásicos de la lengua inglesa. De ella damos a conocer aquí quince poemas, vertidos al español por varias traductoras, precedidos de un orientador prólogo de Nair Anaya y abrochados con un texto crítico de la poeta mexicana Blanca Luz Pulido.
      A diferencia de la poesía de la escritora neozelandesa, la del argentino Conrado Nalé Roxlo (1898-1971) se enmarca de lleno en la tradición más clásica española. Amigo de Federico García Lorca, al que le dedica una elegía, recogemos aquí una representativa muestra de sus tres libros de poemas, acompañada de la impecable introducción de su compatriota, Antonio Requeni, quien destaca en sus versos la sugestión emotiva, el humor, la claridad y el misterio en un aire de fresco lirismo.
      A estos tres bloques principales, se suman poemas del español José Iniesta, la hispano-mexicana Carmen Nozal ―ambos nacidos en la década de los 60’ del siglo pasado― y de la jovencísima mexicana, de origen mixteco, Nadia López García, poetas tan distintos entre sí como intensos y auténticos en sus búsquedas creadoras.
      Se cierra el número con un entrañable homenaje al maestro venezolano Eugenio Montejo, con motivo del décimo aniversario de su muerte y de los ochenta de su nacimiento. Para conmemorarlo, evocan su vida y su obra el profesor inglés Nicholas Roberts, la librera Katyna Henríquez Consalvi y el ensayista Rafael Castillo Zapata, a cuyos testimonios se añaden dos inquietantes poemas de Montejo, afines a estas efemérides.
      Las ilustraciones en esta ocasión pertenecen al fotógrafo italiano Ferdinando Scianna (Sicilia, 1943), a quien Henri Cartier-Bresson le abrió las puertas de la prestigiosa Agencia Magnum en 1982, hecho capital en su trayectoria, que le permitió viajar por medio mundo y ampliar su horizonte profesional, alternando desde entonces el fotoperiodismo con la publicidad y la moda. En sus imágenes resaltan las fuerzas de los rostros y la calidad de los contrastes. Considerado uno de los fotógrafos más importantes del último medio siglo, sus estrechos vínculos con algunos escritores ―a los cuales ha retratado, como a Borges― le han permitido desarrollar un valioso pensamiento teórico que cuestiona la condición artística de la fotografía para devolverla a su función original de documento y testimonio. En 1983, Scianna vino a Carmona para cubrir el rodaje de la película Carmen, dirigida por Francesco Rosi, de la que es testigo la portada de nuestra revista. A partir de entonces, ha visitado varias veces la ciudad a título privado. Frutos de sus estancias durante la década de los ochenta son, entre otras muchas, las fotografías que ilustran este número de Palimpsesto. Ellas muestran, según sus propias palabras, «mi enamoramiento por España, sobre todo por el sur, tan afín a Sicilia. Hay algo en Andalucía que me hace sentirme en casa».
      El libro de nuestra colección está dedicado al poeta colombiano Horacio Benavides (1949), de quien publicamos la primera antología de su obra en España, Migajas de la boca del tiempo, y, según él mismo reconoce, la más completa de las suyas hasta le fecha, al incluir, además de poemas de todos sus libros, un delicioso ramillete de sus tres volúmenes de adivinanzas, inspiradas en los talleres que ha dado a los niños. Su poesía, alusiva y elusiva a la vez, rescata gracias a la fuerza del recuerdo, así sea de manera fugaz e ilusoria, la plenitud de una infancia en comunión con la naturaleza. De ahí la constante presencia de los animales en este mundo poético, donde, debido a su concepción sagrada de todo, mitos grecolatinos y precolombinos nutren la sensibilidad mestiza de Benavides, en cuyos versos, concentrados y breves, hablan también en primera persona, al modo de las sombras de Juan Rulfo, las víctimas indefensas de la violencia criminal y sistemática que ha martirizado a Colombia durante el último medio siglo, refiriendo sus historias como si no se dieran cuenta de que están muertas. Estamos, pues, ante una obra poética misteriosa y sutil de primer orden, que empieza por fin a darse a conocer en nuestros lares.
                                                                                                     ©Fernando Romero
                                                                                                      ©Fernando Romero

EL POETA ALONSO RUIZ ROSAS

Alonso Ruiz Rosas leyendo sus versos en Carmona
Desde que conocí a Alonso Ruiz Rosas en mayo de 2015, durante un homenaje dedicado a su compatriota Carlos Germán Belli en la capital de España, he tenido más trato con sus versos que con su persona, aunque estas dos jornadas que hemos compartido juntos, paseando por Carmona, me ha permitido estrechar algo más los lazos afectivos con él. Ya en aquellos gratos días madrileños conversamos muy poco, pero tuve la impresión de estar ante un hombre afable, recatado y de avispada discreción, que no deja entrever siquiera al poeta expansivo, agónico y visceral que lleva dentro. Pese a ello, la cordialidad del ambiente nos animó a intercambiar algunos libros. Empecé a leer su poesía con creciente y entusiasta admiración, cuyo insólito despliegue formal y temático, siempre en tenso diálogo con las diversas herencias artísticas que la nutren, hace de él un poeta tentacular, embargado por un primigenio sentimiento de derrota donde la ironía y la compasión se entrelazan ante el destino trágico del ser humano. Los estragos del tiempo, los desvaríos del poder, los derroches del lujo, el amor, el arte y, en definitiva, la inevitable mudanza de todo conforman una visión del mundo que se reconoce en las constantes referencias mitológicas, históricas y religiosas –procedentes de culturas de ayer y de hoy–, las cuales, lejos de ser elementos decorativos, superpuestos al curso del poema, se integran en él como parte de la realidad más cotidiana hasta reflejar, al modo de incisivos espejos, la grandeza y la miseria de nuestra especie. Una y otra generan un doble movimiento contradictorio: la tentación de la trascendencia y la caída en el barro. En esta irresoluble tensión entre lo celeste y lo terrestre, el espíritu y la materia, el pensamiento y el instinto, se encuentra suspendido el hombre, única criatura desconcertada y radicalmente insatisfecha. Como consecuencia de ello, la poesía de Ruiz Rosas expresa, con todos los recursos a su alcance, una insaciable inconformidad emotiva, cercana al lúcido desahogo que explora sin remilgos las pulsiones primordiales de la existencia.
      Acorde con su afán abarcador, la técnica compositiva más peculiar y dominante de esta obra estriba en la acumulación de materiales de muy diversos campos y épocas en un mismo discurso poético, donde cierto tono elevado e incluso anacrónico a veces, es sutilmente rebajado por un fino humor. A esta operación aglutinante, orquestada sobre expansivas numeraciones y profusas imágenes, contribuye el recurso, habitual en Ruiz Rosas, de insertar versos ajenos entre los suyos, con un sentido distinto o idéntico, según los casos, al que tienen en sus obras originales. Se diría que la gran tradición poética peruana y, por ende, hispánica, tan rica de matices y de acentos, se concentra en este proteico estilo en el que todo parece posible de ser reciclado por una aguda conciencia del desgaste creativo, gracias a la cual, paradójicamente, brota una vigorosa planta renovadora en pos de un vasto mundo propio.
      El pasado nº 31 de Palimpsesto, aparecido en 2016, se abre con una selección de sus poemas, seguida de una entrevista en la que, entre otras muchas cosas, confiesa que «la poesía busca conectar las soledades de los individuos y conectar al pobre ser mortal con el universo inmortal o inabarcable y en eso se acerca mucho a lo religioso. Mis poemas tienen también algo de plegarias». .
      Con ustedes, Alonso Ruiz Rosas.
Chari Acal, Fran Cruz, Juan Ávila, Alonso Ruiz Rosas y Juliana Bouroncle  
                                                                                                              ©Fernando Romero 
                                                                                                     ©Fernando Romero
Inmaculada Lergo, Chari Acal, Fran Cruz, Alonso Ruiz Rosas, Juliana Bouroncle, Carmen Herrera (diseñadora de Palimpsesto) y José Mª Sousa (técnico de Cultura del Ayuntamiento de Sevilla)
Antonio Calvo Laula, Alonso Ruiz Rosas y Chari Acal  ©Fernando Romero
Juliana Bouroncle, Inmaculada Lergo, Fran Cruz, Francisco Hidalgo (director de Olavide en Carmona), M Carmen Fernández, Chari Acal, María Ávila, Isabel Pulido, Alonso Ruiz Rosas y Antonio C. Laula.
Celebrando en el restaurante del Museo de la Ciudad con unos amigos, fieles lectores de Palimpsesto, la noche de Alonso Ruiz Rosas. 

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Casa Palacio del Marqués de las Torres, Museo de la Ciudad de Carmona, 1 de junio de 2018