martes, 23 de noviembre de 2021

PALIMPSESTO 35 y 36. Lectura de María Gómez Lara

Fran Cruz, María Gómez Lara y José Portillo (concejal de Infraestructuras y Medio Ambiente) ©Fernando Romero  

VÍDEO

PALIMPSESTO 35 y 36

Cada vez que sufrimos una desgracia personal o colectiva, atendemos como nunca la voz del Arte. En ella encontramos siempre algunos versos, trazos o notas que parecieran premonitorios de nuestras adversidades, cuando en realidad son recuerdos de calamidades pasadas los que refrendan las nuestras. El poeta, pues, lejos de ser un vidente, según creían los antiguos, guarda, en sus ritmos y rimas, remota memoria de la especie.
      Escribió Montaigne que «es la belleza cosa de gran interés para el trato entre los hombres; es el primer medio de conciliación de los unos con los otros, y no hay hombre tan bárbaro ni correoso que no se sienta de algún modo influido por su dulzura». Al margen de tantas crispaciones diarias, la belleza, precisamente, nos reúne hoy aquí para borrar por un rato nuestras diferencias a favor del placer común de la poesía.
Tras la forzada pausa provocada por los estragos del coronavirus, presentamos por fin los dos últimos números de Palimpsesto hasta la fecha, correspondientes al año en curso y al pasado.
      
El nº 35 recoge sendos homenajes al poeta guatemalteco Humberto Ak’abal y a la española Francisca Aguirre, en el primer aniversario de sus muertes, con reveladores textos del escritor austríaco Erich Hackl y de la profesora uruguaya Martha L. Canfield sobre el primero; y jugosas evocaciones críticas del poeta Juan Vicente Piqueras y la dramaturga Margarita Sánchez sobre la segunda. Ambos mundos poéticos, pese a ser tan distintos entre sí, echan sus raíces en la experiencia común de la pobreza, la humillación y el esfuerzo titánico por cultivarse en el amor a los libros, dentro de una visión a la vez compasiva e inconformista de la realidad.
Además del puertorriqueño José Luis Vega, la hondureña Kris Vallejo y el carmonense José Luis Blanco Garza –cuyo tono de tierno desengaño ante la vida dialoga en voz baja con versos de sus poetas predilectos hasta integrarlos en los suyos propios–, las páginas centrales ofrecen una significativa muestra de los poemas intimistas de la chilena Eliana Navarro (1920-2006), introducida por su compatriota Óscar Hahn.
      Extraídas del extraordinario archivo de Manuel Herrera Rodas, las obras que ilustran este número pertenecen al polifacético Francisco Moreno Galván, mediante las cuales, junto a algunas de sus letras, dan una nueva visión estética del flamenco. Alejada del costumbrismo, su pintura, de raigambre picassiana y trazo vigoroso, plasma retratos, bodegones y escenas del cante, del toque y del baile en los que proyecta su propia vivencia del arte jondo.
      El nº 36 se abre con nuevos versos, escritos durante el confinamiento, del poeta argentino, ya nonagenario, Antonio Requeni, acompañados de una amplia entrevista donde aborda, entre otras cuestiones, su ascendencia valenciana, su entronque literario con las formas tradicionales de la lengua, la relación entre su poesía y el periodismo, que ejerció durante más de medio siglo, y los achaques de la vejez, a la que Caballero Bonald –el primer autor entrevistado de Palimpsesto, allá por 1990–, calificó como «una maldita sucesión de pérdidas». Entrañable recuerdo dejó Antonio Requeni, en la primavera de 2017, con la lectura que dio en nuestra pentamilenaria ciudad.
      El otro extenso bloque lo acapara la poeta mexicana Isabel Fraire (1934-2015), tan injustamente olvidada en su país como desconocida en el nuestro, cuya poesía, de inquietante y rara transparencia, viene avalada por los artículos de Ernesto Lumbreras y Fabio Morábito, a quien Chari y yo debemos su descubrimiento, al insertar un poema de ella en su última novela, El lector a domicilio.
      Destacan también las páginas dedicadas a Rosella di Paolo, de la que, junto a algunas composiciones suyas, se publica su discurso de recepción del premio Casa de la Literatura Peruana a su trayectoria literaria.
      Las ilustraciones pertenecen a Leo Matiz, uno de los grandes innovadores de la fotografía en Colombia y del fotoperiodismo del siglo xx. Cedidas altruistamente por su hija Alejandra, presidenta de la Fundación que lleva su nombre, forman parte del ciclo de Aracataca, el Macondo de García Márquez, y plasman, en palabras de Gerald Martin, «no solamente la resistencia y dignidad de los habitantes de la costa colombiana, sino también cierto halo mágico que los relaciona con su entorno de una manera muy específica y especial».
      Completan el número su compatriota María Gómez Lara, nuestra invitada de hoy —con unos bellísimos y actuales monólogos de personajes del Quijote—, los españoles Lola Mascarell y David Leo García, además de la palestina Asmaa Azaizeh, traducida por Frances Simán. Esta joven traductora generosamente nos ha abierto la puerta, tan escondida, de la poesía de su país, Honduras.
      Gracias a su indesmayable labor mediadora, sumamos dos nuevos libros a nuestra colección: El ladrido de los pájaros de José González y Papeles del solo de Rigoberto Paredes. Se trata de los primeros volúmenes antológicos editados en España de estos maestros de la lírica hondureña. Unidos por su sesgo irónico, los distinguen, sin embargo, sus estilos y enfoques. La poesía de José González, desconcertante e imaginativa, crea un mundo intransferible, trenzado por el sueño y la memoria. La de Rigoberto Paredes, más sombría y ácida, se caracteriza por un lúcido desencanto, de gran riqueza formal.
      En definitiva, como los jóvenes personajes del Decamerón de Boccaccio que, encerrados en una villa idílica a las afueras de Florencia, se defienden de la peste de 1348 contándose cuentos unos a otros para aliviar sus penas y sus miedos, estos dos números de Palimpsesto son un modesto empeño por tender puentes en medio del gran aislamiento de la pandemia y, por ende, un refugio espiritual más necesario que nunca.
©TVCarmona


LA VOZ AGÓNICA DE MARÍA GÓMEZ LARA

©Chari Acal  
No solo en la música o la pintura surgen artistas precoces, también en la poesía, como es el caso de María Gómez Lara quien, a punto de cumplir 32 años, cuenta ya con tres libros publicados, dos de los cuales –Contratono y El lugar de las palabras– llaman la atención por su madurez humana y audacia literaria. Sus circunstancias personales, sin duda, habrán contribuido a ellas. Hija de un ex-ministro de Justicia de su país y de una renombrada periodista política, desde niña llevó guardaespaldas a todas partes y hace cuatro años fue operada de un tumor cerebral. Ambas experiencias le dieron muy pronto sensación de peligro, inseguridad e incertidumbre, que sus versos asumen sin tapujos:

                    Nadie nos quita la muerte

                    la llevamos en los huesos en la sangre
                    se nos cuela en los recodos de la piel

                    y se sienta a esperar
                    el momento de arrastrarnos

      Antes de leer sus poemas, los escuché en su propia voz cuando, en octubre de 2020, clausuró on line las Jornadas de Poesía en Español de Logroño, dirigidas por Paulino Lorenzo, en las que yo también tuve el honor de participar. Como comprobarán ustedes ahora, la fuerza declamatoria de María se acompaña de una intensa expresividad física que, al menos a mí, me retrotrae, según los imaginé siempre, a antiguos juglares. Las modulaciones de la voz, sus cambios de tono, de volumen e, incluso, el dinamismo gestual, potencian la actitud agónica de esta poesía, agónica en el sentido etimológico de lucha, de esfuerzo titánico por transmutar el dolor en arte. Al leer sus poemas, me di cuenta de que, en aquella lectura riojana, nuestra joven poeta interpretaba una partitura hecha de versos largos y cortos, ajenos a las medidas clásicas, cuya flexible alternancia recoge los más sutiles sentimientos encontrados. Me refiero, especialmente, a El lugar de las palabras, su último libro hasta la fecha, concebido como un sui generis diario de la enfermedad, donde ella registra el proceso de sus altibajos anímicos anteriores y posteriores a la operación del tumor. Y lo hace con el habla de todos los días, a tumba abierta y el miedo a flor de piel. De ahí la extrema desnudez de esta escritura que, descargada de figuras retóricas, desprovista de mayúsculas y signos de puntuación, lo fía todo al ritmo de su afán comunicativo, en el que la alta temperatura emocional se templa un poco con las objetivas informaciones médicas, intercaladas en el discurso. Por esto, lúcida siempre ante la angustia que la embarga, nos confiesa:

                    yo

                    que tanto necesito explicaciones
                    trato de quedarme en lo concreto

      Pero El lugar de las palabras no es solo un libro sobre el padecimiento de una grave enfermedad, sino también una reflexión sobre el lenguaje y el temor a perderlo. El carácter polisémico de este título alude tanto a la razón de ser de la poesía misma como al espacio que las palabras ocupan en el cerebro. Por consiguiente, si el lenguaje forma parte física del cuerpo, resultará tan frágil como este.
      Contratono, su libro anterior, contiene poemas breves, de visos simbólicos y, por ende, menos narrativos. Sin embargo, ambos comparten esta aguda consciencia de la precariedad del cuerpo y de la materia entera:

                    recuerda que tienes cuerpo
                    porque la piel estalla
                    la cabeza se quiebra
                    y las manos tiemblan solas sin que puedas controlarlas

      Se diría que el decidido desengaño de Contratono abona el terreno al realismo demoledor de El lugar de las palabras.
      Heredera de la mejor corriente conversacional de Colombia, representada entre otros por Mario Rivero, Elkin Restrepo, Darío Jaramillo o María Mercedes Carranza, la poesía de María Gómez Lara está, como reza este verso suyo:

                    escrita con los huesos con la sangre

Francisco José Cruz

©Chari Acal

©Isabel Pulido

©Fernando Romero
Celebrando en el restaurante Molino de la Romera con unos amigos, 
fieles lectores de Palimpsesto, la noche de María Gómez Lara. ©Fernando Romero

Aula Maese Rodrigo, Carmona, 19 de noviembre de 2021