El poeta español Francisco
José Cruz presenta su libro Maneras de vivir
© Eduardo Loza |
Destino ineludible, el hombre
construye y crea mientras todos los días muere, siempre un paso más hacia el final.
«Creamos como contrapeso a ese destino último. Si la muerte no nos esperara,
creo que no habría poesía ni arte ni nada», explica el poeta español Francisco
José Cruz, de quien la editorial Trilce y la Universidad Veracruzana (UV) le
acaban de publicar Maneras de vivir.
Para
el poeta, sin la presencia de la muerte, el hombre ni siquiera se hubiera
puesto de pie o existido como tal. Ha sido la muerte quien realmente nos ha
edificado y crecemos bajo su manto. «El hecho de que el hombre hable, construya
casas, coches, naves espaciales, poemas o muebles se debe a la conciencia de la
muerte. Ha sido nuestra respuesta a la disolución» aclara el poeta.
―¿No cree en la trascendencia, en la divinidad?
―No,
pero no creo más bien por incapacidad que por presunción. Ahora, tampoco me
importa la existencia de otra realidad, de un más allá. Eso a mí no me
consuela. A mí me gustaría quedarme en esta vida. Una vez muerto me daría igual
resucitar o no. Por eso ni me lo planteo. Me pregunto mucho sobre la ausencia,
pero lo hago desde este lado.
Nacido
en Alcalá del Río, Sevilla, en 1962, Francisco José Cruz es también autor de
otros dos libros de poesía: Prehistoria
de los ángeles (1984) y Bajo el velar
del tiempo (1987), dos títulos que él considera fallidos, ya que su voz
como poeta, siente, la halló justamente en Maneras
de vivir, publicado por primera vez en 1998 en España.
Es
además, director de una revista de poesía: Palimpsesto.
Asimismo se ha dedicado a compilar y armar volúmenes de otros poetas: Voces (1991), de Antonio Porchia; Poesía vertical (1991), de Roberto
Juarroz y Poemas en una balanza (1998),
de Antonio Deltoro, entre otros.
―¿Por qué considera que sus primeros libros fueron fallidos?
―Porque
eran poemas amorosos que, en el fondo, era refritos de las lecturas que yo iba
teniendo. No había nada real ni auténtico. Por eso me considero un poeta
tardío.
―¿Qué
le hace decir que en Maneras de vivir
encontró su voz como poeta?
―Creo
que por el conjunto de los poemas. Yo escribo tomando como referencia otros
poemas que ya he escrito. Busco el diálogo. Uno siempre tiene la impresión de
que no se logra decir del todo lo que se quiere expresar, por lo cual se tiene
que recurrir a distintas perspectivas. De esta suerte, los poemas van formando
un círculo en torno de una idea central. Cada poema va cercando esa idea.
―¿Cuáles serían esas ideas centrales?
―La
perplejidad de pasar del ser al no ser, de dejar de ser lo que uno ha sido… Un
poco todo ese proceso, esos intersticios de la realidad y la irrealidad. Eso es
lo que me llama.
―Algunos
poetas encuentran su voz en el dolor o la angustia de ser. ¿En su caso, dónde
funda su voz?
―En la perplejidad. En
el hecho de no terminar de creer que estás aquí o preguntarte por qué estás
aquí y al mismo tiempo de que vas a dejar de estar aquí. Eso le da a uno una
condición fantasmagórica de todo.
―Ha
existido un proceso de desnudamiento hasta llegar a esas «Maneras de vivir»?
―Ha habido, sobre todo,
un proceso de aprendizaje en el que advertí que todo lo que escriba no tiene
que ser adorno. No por ser claro se pierde profundidad. Ese proceso de
despojamiento ha ocurrido más entre Maneras
de vivir y A morir no se aprende,
que publiqué el año pasado en España. En este último me interesaba aún más
hacer énfasis en el expresar un hecho sin la necesidad de opinar o desarrollar
un concepto, de manera que las palabras apunten al silencio y que ese silencio
sea suficientemente expresivo para que el lector entienda lo que se quiere
expresar.
―¿La poesía viene del inframundo, de los sueños, de otra realidad?
―La poesía siempre viene
de esta realidad que es amplísima. En esta realidad también intervienen los
sueños, los recuerdos. Todo lo que un ser humano es capaz de asumir forma parte
de la realidad, incluidos los temores, los miedos o lo que uno quisiera que
fuera, pero que no ha llegado a ser. Toda eso es realidad. Incluso la muerte es
una dimensión de esta realidad, no del más allá. Nos morimos aquí. No nos
morimos allá.
Publicado en El Universal, México, 14 de septiembre de 2004