viernes, 14 de septiembre de 2012

LA CREACIÓN: ESCAPE A LA CONCIENCIA DE LA MUERTE por Jorge Luis Espinosa


El poeta español Francisco José Cruz presenta su libro Maneras de vivir

  © Eduardo Loza
Destino ineludible, el hombre construye y crea mientras todos los días muere, siempre un paso más hacia el final. «Creamos como contrapeso a ese destino último. Si la muerte no nos esperara, creo que no habría poesía ni arte ni nada», explica el poeta español Francisco José Cruz, de quien la editorial Trilce y la Universidad Veracruzana (UV) le acaban de publicar Maneras de vivir.
      Para el poeta, sin la presencia de la muerte, el hombre ni siquiera se hubiera puesto de pie o existido como tal. Ha sido la muerte quien realmente nos ha edificado y crecemos bajo su manto. «El hecho de que el hombre hable, construya casas, coches, naves espaciales, poemas o muebles se debe a la conciencia de la muerte. Ha sido nuestra respuesta a la disolución» aclara el poeta.
      ―¿No cree en la trascendencia, en la divinidad?
   ―No, pero no creo más bien por incapacidad que por presunción. Ahora, tampoco me importa la existencia de otra realidad, de un más allá. Eso a mí no me consuela. A mí me gustaría quedarme en esta vida. Una vez muerto me daría igual resucitar o no. Por eso ni me lo planteo. Me pregunto mucho sobre la ausencia, pero lo hago desde este lado.
      Nacido en Alcalá del Río, Sevilla, en 1962, Francisco José Cruz es también autor de otros dos libros de poesía: Prehistoria de los ángeles (1984) y Bajo el velar del tiempo (1987), dos títulos que él considera fallidos, ya que su voz como poeta, siente, la halló justamente en Maneras de vivir, publicado por primera vez en 1998 en España.
      Es además, director de una revista de poesía: Palimpsesto. Asimismo se ha dedicado a compilar y armar volúmenes de otros poetas: Voces (1991), de Antonio Porchia; Poesía vertical (1991), de Roberto Juarroz y Poemas en una balanza (1998), de Antonio Deltoro, entre otros.
 ―¿Por qué considera que sus primeros libros fueron fallidos?
 Porque eran poemas amorosos que, en el fondo, era refritos de las lecturas que yo iba teniendo. No había nada real ni auténtico. Por eso me considero un poeta tardío.
 ―¿Qué le hace decir que en Maneras de vivir encontró su voz como poeta?
 Creo que por el conjunto de los poemas. Yo escribo tomando como referencia otros poemas que ya he escrito. Busco el diálogo. Uno siempre tiene la impresión de que no se logra decir del todo lo que se quiere expresar, por lo cual se tiene que recurrir a distintas perspectivas. De esta suerte, los poemas van formando un círculo en torno de una idea central. Cada poema va cercando esa idea.
 ―¿Cuáles serían esas ideas centrales?
 La perplejidad de pasar del ser al no ser, de dejar de ser lo que uno ha sido… Un poco todo ese proceso, esos intersticios de la realidad y la irrealidad. Eso es lo que me llama.
―Algunos poetas encuentran su voz en el dolor o la angustia de ser. ¿En su caso, dónde funda su voz?
―En la perplejidad. En el hecho de no terminar de creer que estás aquí o preguntarte por qué estás aquí y al mismo tiempo de que vas a dejar de estar aquí. Eso le da a uno una condición fantasmagórica de todo.
―Ha existido un proceso de desnudamiento hasta llegar a esas «Maneras de vivir»?
 ―Ha habido, sobre todo, un proceso de aprendizaje en el que advertí que todo lo que escriba no tiene que ser adorno. No por ser claro se pierde profundidad. Ese proceso de despojamiento ha ocurrido más entre Maneras de vivir y A morir no se aprende, que publiqué el año pasado en España. En este último me interesaba aún más hacer énfasis en el expresar un hecho sin la necesidad de opinar o desarrollar un concepto, de manera que las palabras apunten al silencio y que ese silencio sea suficientemente expresivo para que el lector entienda lo que se quiere expresar.
 ―¿La poesía viene del inframundo, de los sueños, de otra realidad?
 ―La poesía siempre viene de esta realidad que es amplísima. En esta realidad también intervienen los sueños, los recuerdos. Todo lo que un ser humano es capaz de asumir forma parte de la realidad, incluidos los temores, los miedos o lo que uno quisiera que fuera, pero que no ha llegado a ser. Toda eso es realidad. Incluso la muerte es una dimensión de esta realidad, no del más allá. Nos morimos aquí. No nos morimos allá.

Publicado en El Universal, México, 14 de septiembre de 2004