El poeta español Francisco José Cruz se
halla lejos de Sevilla donde nació en 1962; la brumosa ciudad de México lo
acoge a él y a Maneras de vivir
(Trilce, 2004), su más reciente libro de poemas, acreedor al Primer Premio
Renacimiento de Poesía.
En su literatura, el poeta retoma objetos cotidianos (animales, árboles
o juguetes) y descifra con ellos la existencia propia del ser humano, que con
el tiempo deja de ser, en desventaja a la materia, que prevalece.
―¿Por qué dar presencia a lo que no la
tiene?
―Precisamente porque ya
no la tiene, a mí me inquieta como ser humano –no como poeta– que las cosas dejen de ser lo que son, que su presencia no sea eterna o siempre
la misma. Me pongo en el sitio de esa ausencia de alguna manera para dar
testimonio de esa pérdida y como una especie de prevención, porque a uno mismo
también le va a suceder, va a dejar de ser lo que es.
―¿Cómo es que en su poesía la esencia de
un ser humano la pueda manifestar un objeto? Da la impresión de que los objetos
hablan como seres humanos, ¿acaso el que los crea deja un poco de sí mismo?
―Efectivamente, lo que
menos me importa es lo que piensen los objetos, porque realmente no piensan,
pero al darles voz, me pongo más en su sitio, lo que me ayuda, a modo de
espejo, para entender la relación que uno tiene con ellos, y cómo ellos se
pueden convertir en símbolos de tu propio mundo interior. Lo hago efectivamente
para entender esa especie de perplejidad que provoca la metamorfosis de ser a
no ser, o de lo que uno es y después se transforma en otra cosa.
A veces las cosas no desaparecen del todo, se desubican –el libro en el fondo es ponerme en el
sitio de esa desubicación– cuando dejan de tener una función porque el tiempo les obliga a dejarla y,
en lugar de desaparecer, están ahí, perdidas, flotando aisladas, sin saber uno
qué son, pero que materialmente existen; eso le da a las cosas una dimensión
real que se puede extrapolar un poco a la humana, porque en la desorientación
de las cosas uno puede encontrar su propia desorientación esencial.
―Parece prestarle la misma importancia al
alma que a un cuerpo inerte, ¿por qué?
―Al revés de lo que
ocurre con lo que nos dice la tradición religiosa, de que el cuerpo desaparece
en el hombre pero el alma se queda, en el reino material –el de las cosas– los objetos siguen ahí paradójicamente,
pero desubicados, sin cumplir la función que cumplían. En el caso del poema «Lanza
o remo» me refiero a un objeto de una cultura precolombina del Perú, que ya con
el paso de los siglos sigue ahí en forma de remo, pero que también podría haber
sido una lanza; no se sabe ya bien lo que es; los mismos arqueólogos no saben
si cumplía la función de remo o lanza: el tiempo no lo aniquiló pero lo apartó
de su cometido; ese paso es el que a mí me interesaba expresar porque creo que
en el hombre ocurre esto también, más de lo que creemos, porque vamos dejando
de ser lo que somos; a veces no nos reconocemos ni a nosotros mismos o los
demás no nos reconocen y nos apartan.
―Precisamente en «Lanza o remo» usted
dice: «Las cosas son siempre más reales que nosotros», podría explicárnoslo.
―Los objetos perduran,
tienen esa tenacidad, al revés del ser humano; nosotros desaparecemos con
extrema facilidad, las cosas dan la impresión que en lugar de morir del todo
entran en una especie de limbo al dejar de ser lo que son, pero como objeto te
los puedes encontrar, entonces son más reales porque duran más.
―¿Y qué ventaja tiene entonces ser hombre
y no cosa?
―No lo sé. El hombre,
claro, tiene conciencia. Las cosas dependen del hombre y son sólo un punto de
apoyo para que se realice, pero sin que las cosas lo pretendan terminan siendo
una referencia simbólica de la fugacidad del paso del tiempo, por lo frágil que
somos; las cosas al ayudarte te dan la dimensión de la fragilidad que nos
constituye como seres humanos.
―En su poema «Revisión», un feto en el
vientre de su esposa y la muerte de su madre están representados; los dos,
dice, «no están en el tiempo», ¿dónde cree que estén?
―Tanto el hijo que no
ha nacido, que está en el vientre de su madre, como mi madre que está en el
vientre de la tumba son dos modos de no estar ya, uno que todavía no es y el
otro que ha dejado de ser, entonces esa manera de la ausencia es lo que me hace
sentir que no están en el tiempo.
―¿Dónde están entonces?
―Me imagino que en un
proceso que yo llamo «destiempo». Me interesa esa especie de proceso entre lo
real y lo irreal, entre la presencia y la ausencia; esos intersticios que
desconciertan a todos son lo que yo quería indagar. Contrasté el hecho de que
el hijo que está en el vientre y de que mi madre estando en el vientre de la
tumba, ya muerta, son dos procesos contradictorios pero que deja a los dos fuera
de la realidad. Estas «realidades» podemos vislumbrarlas sólo gracias a un
poema.
―¿En el «destiempo» es en donde
estaremos?
―Es en donde estuvimos
y en donde estaremos, pero no es una cosa rígida, es decir que, incluso cuando
nos morimos, uno va teniendo procesos físicos hasta descomponerse del todo;
somos más cuerpo de lo que nos creemos.
―En «Por propia inexperiencia» menciona
que los muertos se internan en sus propios vacíos hasta llegar al sitio en
donde el mundo aún no ha comenzado, ¿qué sitio es ése?
―Yo creo que
probablemente en donde está el hijo que no ha nacido.
―Da la impresión de que éste es un proceso cíclico.
―Da la impresión de que éste es un proceso cíclico.
―Claro, da la
impresión, uno no escribe sabiendo las cosas, un poema expresa en el fondo una
intuición, no un conocimiento probado, no podemos ir más allá, somos así de
pobres. Si con la muerte se viaja hacia atrás, se puede llegar al mismo punto
de vacío en que está el ser que todavía no ha nacido. Esa «nada» probablemente
sea lo mismo. Un poema es el punto de encuentro entre lo que no es y lo que es.
―¿Se puede no ser, estando con vida?
―Yo creo que no, yo lo
desmiento en «Revisión»: «El ser con el no ser jamás coincide / y nunca se han
tocado ni de lejos».
―En «Manera de decir», un poeta parece
vivir dentro de su grabación, ¿qué tanto deja de sí un poeta como usted en una
grabación o en sus letras?
―Si un poema está escrito
con honestidad no sólo hay algo de uno en él, hay algo de todos; cada vez creo
que los poemas los escribimos entre todos; a mí me ha tocado escribir de una
manera y a otros, de otra, pero es la misma tradición poética, ya tan larga, la
que nos va guiando; uno solo no puede escribir lo que la humanidad puede sentir
y necesitar.
―"Maneras de Biólogo" concluye
diciendo que la muerte es la forma más sencilla en que siga la vida, ¿por qué
cree usted esto?
―Yo creo que el biólogo
es la figura que nos puede enseñar que la vida y la muerte son un proceso
natural, y que con esa naturalidad deberíamos asumirla, sin más alharacas, sin
más invenciones de otra realidad. Nosotros, por temor a morir, nos inventamos
un refugio de excusas permanentes, realidades alternativas, no estamos de
acuerdo con nuestra condición. El biólogo casi atiende un poco eso.
―¿Cómo cree que su poesía influya en el
lector?
―A mí me asombra y me
agrada que haya lectores de mi poesía, porque ya hay enormes poetas, y que
alguien dedique su tiempo a un poema mío, me causa gran emoción. Nunca tengo la
sensación de agradecerlo lo suficiente, los comentarios de los lectores me
ayudan a entender mi propia escritura, yo pienso en el lector cuando escribo,
porque a través de él puedo llegar a otro y ese otro puede llegar a mí,
estableciendo una relación personal, espiritual, etc.
―¿Lo considera como una responsabilidad o
una charla?
―Yo me tomo mi afición
como una responsabilidad, porque antes que yo ha escrito tanta gente y me han
ayudado tanto, que uno cuando se plantea a escribir, debe hacerlo con esa
seriedad.
―¿Qué opina de la poesía contemporánea?
―Abarca muchas cosas,
yo siento que necesita recuperar un sentido de artesanía que se está perdiendo:
demasiados poetas escriben con excesiva facilidad sin tener en cuenta el
conocimiento artesanal de las formas que los siglos nos han heredado. Habría
que hacer un esfuerzo, usar los recursos que el lenguaje nos da al trabajarlo,
como el carpintero puede trabajar un mueble y, por otro lado, que eso nos lleve
a una dimensión más humana del poema y más comunicativa. Sin claridad no hay
profundidad.
―¿Por qué?
―Porque ya incluso en
la comunicación diaria que tenemos entre todos nos cuesta trabajo entendernos,
entonces si un poeta, cuando está manejando sensaciones más complejas y
sutiles, utiliza recursos menos populares y no hace el esfuerzo de precisar lo
que quiere decir, difícilmente nos vamos a entender.
―En su libro surgen algunas palabras
centrales en forma y fondo, ¿podría contestarme lo que significan para usted?
―Maneras de vivir
―No podemos creernos
que todo el mundo vive como nosotros. La realidad es plural y debemos asumirlo
como lector, poeta y por supuesto humanamente.
―Tiempo
―No se sabe bien qué es, pero parece que sin él no seríamos nada. Borges decía esencialmente: «Y no comprendo cómo el tiempo pasa, / yo que soy tiempo y sangre y agonía», Espacio-tiempo, cuerpo-tiempo, es indiscernible.
―No se sabe bien qué es, pero parece que sin él no seríamos nada. Borges decía esencialmente: «Y no comprendo cómo el tiempo pasa, / yo que soy tiempo y sangre y agonía», Espacio-tiempo, cuerpo-tiempo, es indiscernible.
―Materia
―La otra cara de la misma perplejidad, la otra cara del tiempo.
―La otra cara de la misma perplejidad, la otra cara del tiempo.
―Existencia
―Más que pensar en ella pienso en la «inexistencia», cuando deje de ser.
―Muerte
―Yo espero que la muerte sea el final, una desaparición total. Uno teme más el paso a la muerte que el hecho de estar muerto.
―Más que pensar en ella pienso en la «inexistencia», cuando deje de ser.
―Muerte
―Yo espero que la muerte sea el final, una desaparición total. Uno teme más el paso a la muerte que el hecho de estar muerto.
―Dolor
―Cuando escribo temo más a esas irrupciones inesperadas del dolor, que al paso pacífico del tiempo. Si uno muriera de viejo, por proceso natural, lo asumiría mejor, pero el caso es que a veces uno no se muere cuando el tiempo pasa, sino antes, cuando el tiempo lo quiere. Esas irrupciones de la vida son lo que más me desorienta y me duele.
―Cuando escribo temo más a esas irrupciones inesperadas del dolor, que al paso pacífico del tiempo. Si uno muriera de viejo, por proceso natural, lo asumiría mejor, pero el caso es que a veces uno no se muere cuando el tiempo pasa, sino antes, cuando el tiempo lo quiere. Esas irrupciones de la vida son lo que más me desorienta y me duele.
―Nostalgia
―Todavía no tengo edad para eso, porque todavía uno tiene suficientes relaciones y el vigor humano para seguir llenándote en las cosas. Tengo en todo caso rabia de que ciertas personas queridas hayan muerto, pero no tengo nostalgia.
―Todavía no tengo edad para eso, porque todavía uno tiene suficientes relaciones y el vigor humano para seguir llenándote en las cosas. Tengo en todo caso rabia de que ciertas personas queridas hayan muerto, pero no tengo nostalgia.
―¿Hay entonces una edad para la
nostalgia?
―No lo sé, yo encuentro
demasiados poetas jóvenes que juegan a ser nostálgicos.
―¿Por qué?
―Porque yo creo que
sólo es una imitación, cuando no son poetas maduros.
―Dios
―No me preocupa, he llegado a una edad en que creo que Dios es una excusa para conformarse ante lo irremediable de la muerte. A todo el que le sirva me parece bien, pero a mí no me preocupa. Incluso si lo hubiera, a mí no me consolaría, seguiría exigiéndole por qué tengo que morirme, preferiría quedarme aquí.
―No me preocupa, he llegado a una edad en que creo que Dios es una excusa para conformarse ante lo irremediable de la muerte. A todo el que le sirva me parece bien, pero a mí no me preocupa. Incluso si lo hubiera, a mí no me consolaría, seguiría exigiéndole por qué tengo que morirme, preferiría quedarme aquí.
―En ese tenor, el Más Allá.
―Aunque hubiera un Más
Allá a mí no me consolaría, me quiero quedar.
―Fantasmas
Lo que somos todos tarde o temprano, o incluso siempre. Siempre estamos en una especie de nebulosa que no acabamos de aclarar.
―Fantasmas
Lo que somos todos tarde o temprano, o incluso siempre. Siempre estamos en una especie de nebulosa que no acabamos de aclarar.
―Ser humano
―Lo que también somos,
antes que poeta, carpintero; aunque lo olvidamos con frecuencia.
―Genética
―Algo que nos condiciona más de lo que parece, nos corrobora que somos más cuerpo que alma.
―Genética
―Algo que nos condiciona más de lo que parece, nos corrobora que somos más cuerpo que alma.
―Amar
―Una sensación necesaria que no debemos restringir a la relación sexual o de pareja. Es un sentimiento esencial, se puede amar a las cosas, pero no de una manera tonta, sino en la medida en que tienen relación con los seres humanos.
―Una sensación necesaria que no debemos restringir a la relación sexual o de pareja. Es un sentimiento esencial, se puede amar a las cosas, pero no de una manera tonta, sino en la medida en que tienen relación con los seres humanos.
―Poesía
―La forma del lenguaje más humana, no más cotidiana; en el sentido de que nos ayuda a llegar a lo más hondo de nosotros mismos.
―La forma del lenguaje más humana, no más cotidiana; en el sentido de que nos ayuda a llegar a lo más hondo de nosotros mismos.
―Para concluir, ¿qué fue mejor, saberse
como una mesa hecha de árbol antiguo, o un plato moldeado delicadamente a mano?
―Es lo mismo, los dos
son excusas para expresar esa transición, esa perplejidad de estar, y no estar.
Publicada en el suplemento cultural
Sábado, Diario Uno más uno (México, 18 de septiembre de 2004).