La poesía de Francisco José Cruz
cae en la zona del arte español que celebra la concretud de las cosas. Con sus
diferencias en cuanto a la intensidad de la exposición de tema, su actitud no
es diferente al universo perezgaldosiano presentado por Buñuel en una conocida
escena de Nazarín: en su postrer
momento, una mujer en lugar de invocar a Dios, invoca a su hombre.
Desde el primer poema del volumen que
tratamos, «El funambulista», encontramos este afán de pertenencia al lado
físico de la realidad: «Por los altos cordeles de la ropa / el día hace
equilibrio y lento pasa / de puntillas al lado que no vemos, / allí, / donde
entonces el mundo se constata». Cruz es un realista, y como generalmente pasa
con estos artistas, al no pretender trastocar nada, se vale de las técnicas
tradicionales, lo cual no implica una crítica negativa. En el caso de «El
funambulista», la base es la personificación, recurso que se reiterará a lo
largo de Maneras de vivir; otro
detalle es el uso de la rima, asonante en el poema al que nos referimos.
Hablando con Antonio Deltoro y Fabio Morábito a propósito de los hacedores de
coplas, Cruz hace observaciones que nos permiten entrar en su propio universo
poético: «aquellos hombres, tal vez sin darse cuenta, tuvieron que exprimir al
máximo las posibilidades expresivas de la copla, haciendo de su sobriedad algo
único. Esta sabiduría creadora, basada en la pobreza de recursos, me ha
enseñado a renunciar a lo prescindible y a recuperar en el poema lo necesario».
En la poesía de Cruz, entonces, domina más la sencillez y contención popular
que el lujo y el despilfarro barroco.
Aunque sus tópicos vengan de ella, el
poeta no es un celebrador de la cotidianidad. Como Aristóteles, el rechaza el
mundo de los eidos platónicos y el proceso
lógico que sigue su poesía es pasar del no ser al ser. En el poema «Lanza o
remo» se ilustra muy bien esta idea: «Lanza y remo, porque el tiempo / es ubicuo
cuando la historia muere. / Y perdidos los nombres de las cosas, / las cosas
comienzan a vivir a su manera, / sin alma pero con cuerpo, / ya que en el reino
material de las cosas / los inmortales son los cuerpos, / no las almas, / y por
esto son siempre las cosas más reales / que nosotros».
Continuando en el terreno aristotélico,
para Cruz la causa material no es suficiente per se, ella necesita
cumplirse en su nivel teleológico, en su causa final; leemos en «La mesa»:
«Nunca ha echado de menos una rama / flexible, acogedora. Sin embargo, /
siempre dispuesta, todo lo recibe / sin quejarse del peso ni del roce. /
Necesita sentir encima cosas / como si fueran pájaros dormidos, / confiados al
ser de la madera».
Francisco José Cruz no pretende
trascender el tiempo, su vida está aquí renovándose constantemente, por ello la
muerte no se le aparece como problema. Ni la poesía ni la ciencia agotan el
mundo, y él, poeta al fin, prefiere respetar su misterio.
Publicado
en el suplemento cultural Laberinto
del diario Milenio, México, 20 de noviembre
de 2004.