Como leemos juntos
desde hace tanto
tiempo,
ya tu voz son mis
ojos
y al oírte hasta
veo
los espacios en
blanco
y la pausa final de
cada verso.
Así, de línea en
línea,
como en lúcido
sueño,
nos fundimos en uno
durante todo el
texto
hasta oírme en tu
voz
y tú callarte en mi
absorto silencio.
Una noche de
agosto,
frente al mar
sanluqueño,
sacaste de tu bolso
un librito de
versos
de Juan Ramón
Jiménez,
cuyas hojas aún las
mueve el viento.
Me leíste –leímos–
un rato en el paseo
marítimo. Esa noche
la carne se hizo
verbo
o el verbo se hizo
carne
y desde entonces
vivimos completos.
Publicado en Sibila,
revista de arte, música y literatura, nº 44 (Sevilla, octubre, 2014)