Solía repetir el gran poeta
venezolano Eugenio Montejo que la poesía es muy anterior al alfabeto y
posiblemente lo sobreviva. Esta consoladora idea nos remite a la noche de los
tiempos –cuando el fuego y el canto defendían al hombre del miedo a las fieras
y a la oscuridad– y nos recuerda que si el arte del verso ha subsistido hasta
hoy, pese a tantas convulsiones históricas y concepciones del mundo, debe ser
por algo que nos afecta de manera radical, al punto de constituirnos como
especie, aunque hayan sido siempre pocos los encargados de pasar de mano en
mano, de siglo en siglo, la vela de la poesía y mantenerla encendida para
alumbrar nuestras recónditas emociones.
La grata oportunidad que se me brinda de
hablar de Palimpsesto, mi aventura
literaria más larga y sostenida en el tiempo si exceptuamos la de mis propios
versos, me anima a desandar por unos momentos el camino para comprobar a la
distancia, con mayor claridad, que quizá no haya sido tan azaroso el recorrido
hasta llegar aquí ante ustedes. Me remonto, pues, a ese ambiguo periodo entre
la adolescencia y la incipiente juventud en el que el ímpetu y el entusiasmo a
flor de piel van definiendo a trancas y barrancas nuestras más íntimas
aficiones. Pensándolo bien, mi trato con la poesía, como el de otros muchos
aspirantes a poetas, ha estado desde muy temprano unido al deseo de hacer
públicos mis escritos con la urgente inconsciencia de quien comienza en estas
lides. Ya en el instituto Miguel de Mañara de San José de la Rinconada, donde
cursé BUP, el bachillerato de entonces, dirigidos por Fernando Soler, joven
profesor de Lengua, muy receptivo a las inquietudes culturales de los alumnos,
unos compañeros y yo fundamos La Reoca,
hojilla fotocopiada, escrita por delante y por detrás, en la que, como su mismo
nombre indica, publicamos textos sorprendentes e incluso incomprensibles de
toda índole, desde informativos sobre las clases, críticos con los profesores
hasta puramente creativos, absurdos e irracionales a veces. Acorde con el
atrevido espíritu experimental de esta especie de revoltijo variopinto que fue La Reoca, la disposición de las
colaboraciones era caprichosa, de manera que, para leerlas, había que voltear
de continuo la hojilla. En ella, anticipándome al clima de mi primer libro,
imbuido por el surrealismo de Vicente Aleixandre, aparecieron unos cuantos
poemitas míos y greguerías como esta: «Universo: estrofa de un solo verso», en
la que reconozco hoy, por debajo de su guiño humorístico, el remoto germen de
mi central interés posterior por las formas cerradas, tan frecuentes en mis
obras de madurez.
Metido de lleno en los años juveniles, en
esa fértil efervescencia de las asiduas relaciones con colegas de mi
generación, propicia a los intercambios y descubrimientos mutuos de autores que
irían guiando mis gustos y tentativas menos ingenuas en pos de un estilo
propio, formé parte del consejo editorial de Ritmo de viento (1986-1989), revista editada en Utrera bajo los
eficaces oficios de mi viejo y entrañable amigo José María Sousa, hoy avezado
técnico de Cultura en el Ayuntamiento de la capital hispalense. En sus páginas,
se entreveraban la poesía, la narrativa y la pintura más actuales y, aunque
alcanzó solo cuatro números ―uno de los cuales presentamos en el Salón de los
Presos de la Puerta de Sevilla―, mi participación en Ritmo de viento me dio la experiencia suficiente para fundar, con
mayor conocimiento de causa, Palimpsesto,
cuando Chari y yo éramos aún novios y mis búsquedas de lector estaban cada vez
más orientadas hacia ámbitos poéticos poco trillados por estos lares. Mi
prioridad con Palimpsesto, a diferencia
de las anteriores iniciativas juveniles, no consistía en dar a conocer mis
composiciones, sino las de aquellos maestros de aquí y de allá que fueran capaces
de enriquecer mi mundo interior. Así pues, el constante desvelo por descubrir
poetas para Palimpsesto durante
veintisiete años –la mitad de mi vida–, ha repercutido decisivamente en mi madurez
de poeta hasta forjarme, dentro de lo que cabe, unos tonos y temas personales.
Además, el nombre de Palimpsesto
revelaba ya mi aguda conciencia de la tradición literaria, sin la cual es
imposible escribir algo válido. En este orden de cosas, el acto de escribir sobre
superpuestas capas de textos borrados, como hacían los antiguos, se convierte
en símbolo principal de la creación misma y, por ende, de la pentamilenaria
historia carmonense, forjada por las sucesivas culturas, que han dejado sus
huellas en estos alcores.
No es frecuente que un ayuntamiento de
una ciudad pequeña, sin bagaje editorial, como es el caso de Carmona, acepte,
de buenas a primeras, la propuesta de publicar una revista dedicada solo a la
poesía, si tenemos en cuenta el general temor a las expresiones minoritarias y
la escasa o nula rentabilidad política de las mismas. Además, dicha propuesta
planteaba atender casi por completo a la creación foránea. Recuerdo que cuando
salió el primer número, en la primavera de 1990, aún no estaban abiertas ni la
Biblioteca ni la Oficina de Turismo y que nuestra revista era la única
publicación periódica bajo los auspicios del Ayuntamiento, como lo es hoy,
aunque, a diferencia de entonces, Carmona ofrece ahora una variada oferta
cultural a la altura de sus consolidadas instituciones.
Movido por el escaso estímulo que, salvo
excepciones, me daba la poesía española de mi juventud, fundé la revista y
colección de libros Palimpsesto junto
a Chari Acal, mi mujer, y Agustín María García López, quien abandonó el proyecto
en los primeros años. Sentíamos que Palimpsesto
debía dedicar casi todas sus páginas a la creación poética, no a la crítica
que, con demasiada frecuencia, aporta muy poco, cohíbe nuestro trato directo
con los poemas y condiciona su disfrute. Otras cosas son el ensayo –esa
tentativa de transmitir el gusto por algo sin estar al servicio de la novedad
pasajera– y, sobre todo, la entrevista –que nos acerca aún más al hombre y su
obra–. Nos interesaba íntimamente la poesía hispanoamericana, casi desconocida
por entonces en España. Nuestra intención ha sido, desde el primer momento, dar
número a número una idea aproximada y coherente de la de cada país
hispanohablante, hasta comprobar que cada uno ha desarrollado, a partir de un
tronco común, sus propias ramificaciones creadoras. Así pues, este interés
principal por Hispanoamérica viene de la conciencia de que, tras quinientos
años del Descubrimiento, el noventa por ciento de la poesía en nuestro idioma
se compone allende los mares, dato que nos impide radicalmente desentendernos
del nuevo continente si deseamos mantener viva nuestra tradición.
Sin dejarnos llevar por prejuicios, modas
o tendencias estéticas determinadas, Palimpsesto
presta también oídos a poetas de muy diversas lenguas, desde el idish –a
punto de desaparecer– al coreano, pasando por el griego antiguo y
moderno, árabe, francés, inglés, irlandés, alemán, portugués, checo, rumano,
húngaro, polaco, ruso, italiano, japonés, chino, mapuche o el maya k’iche’. Para
garantizar la calidad de lo traducido y evitar el mero exotismo, nos pusimos
siempre en manos de traductores expertos en la tradición poética de tal o cual
idioma y de los que ya hubiéramos leído algún trabajo anterior.
Puestas así las cosas, Palimpsesto no es una revista de escuela
o grupo. Pero tampoco pretende constituirse en una especie de cajón de sastre
donde quepa todo sin exigencia alguna. Su espíritu, por tanto, depende del
rigor y de la amplitud de miras que, como lectores, mantengamos quienes la
dirigimos. Una revista encuentra su razón de ser en referencia a las que
comparten con ella el mundo literario, ocupando ese hueco que las otras dejan
libre.
Cada número de Palimpsesto va acompañado de un libro de poesía, que ofrece una
muestra representativa de un poeta de dilatada trayectoria –normalmente
de Hispanoamérica–, cuyo trabajo no ha sido recogido por las editoriales
españolas. De este modo, nuestra revista, pues, va creando su propia colección de
poesía.
Su periodicidad, al principio semestral,
es anual desde 1996. Dicho cambio en el ritmo de salida se debió a la
conveniencia de aumentar sus páginas y a las mejoras formales que requirieron
un nuevo diseño, a cargo de Carmen Herrera, el cual, al darle sus
características más duraderas, hace verdaderamente reconocible la revista.
Entre sus elementos visuales, caben destacar una de las monedas romanas
acuñadas en Carmona, insertada en la O del logotipo de Palimpsesto y el
elefante de la tumba-santuario de la Necrópolis, tosca escultura de piedra
caliza, venerada en el siglo I antes de Cristo, dentro de un culto de origen
africano, tan marginal en la sociedad de su época como en la nuestra lo es la poesía.
Cada número se ilustra con la obra de un solo artista de consumada maestría,
antiguo o moderno, cuyas imágenes salpican sus páginas a modo de oasis
contemplativo, con idea de aumentar el placer estético del conjunto. En contadas
ocasiones, de acuerdo con nuestra diseñadora, creadora también de muchas
portadas de los libros de nuestra colección y siempre abierta a cualquier sugerencia,
hemos optado por ilustraciones antológicas, pertenecientes a épocas y autores
diversos en torno a un tema determinado, como, por ejemplo, imágenes de Carmona
en el vigésimo aniversario de la revista o del mutuo influjo entre España y
América en los distintos campos de las Bellas Artes para celebrar sus
veinticinco años de existencia.
Esta labor editorial, quedaría gravemente
incompleta si no pudiéramos dotar a la revista de los imprescindibles
mecanismos de distribución, aspecto este que suelen descuidar las instituciones
públicas. De hecho, hasta que la Biblioteca Municipal José María Requena no se hizo cargo de las gestiones administrativas,
no se distribuyó con la regularidad y amplitud necesarias, según la creciente
repercusión que ha ido adquiriendo Palimpsesto.
Gracias a la sensible empatía de su directora, Mª Ángeles Piñero, y todo su
equipo con la revista, los ejemplares, amén de las librerías especializadas,
llegan a instituciones culturales de medio mundo, con las que se mantiene un
fecundo intercambio, al punto de nutrir un altísimo porcentaje de los fondos
bibliográficos que al cabo del año recibe la Biblioteca. Se trata, en muchos
casos, de libros y revistas de muy diversas materias, difícilmente accesibles
por otra vía. Mediante una abarcadora red de direcciones, que entre todos
elaboramos, Palimpsesto se difunde
cada vez mejor, sorteando así, en cierta medida, la falta de una distribuidora
profesional, la cual, dicho sea de paso, no garantizaría tampoco que nuestra
publicación estuviera en los sitios idóneos. Por extraño que parezca a quienes
están fuera del mundo de la poesía, este modo de proceder es el natural
resultado del espíritu que anima la creatividad humana desde sus orígenes.
Complementario a la proyección
internacional de Palimpsesto y, por
ende, de nuestra ciudad en el ámbito literario, es su conocimiento local. Para
ello, gracias también al generoso apoyo de la Universidad Pablo de Olavide en
Carmona, la presentación de cada número con lecturas de poetas relevantes de la
lengua ha contribuido, sin duda, a la aceptación general de la revista y a la
rica historia cultural de la ciudad. Cómo no mencionar al respecto los
memorables recitales que, en emblemáticos espacios carmonenses, han dado entre
otros, Eugenio Montejo, Pedro Lastra, Humberto Ak’abal, Manuel Díaz Martínez,
Carlos Germán Belli, Óscar Hahn o Félix Grande.
Es propósito de la revista Palimpsesto, en estos últimos años,
aprovechar los actos de presentación para, según nos enseñaron el espíritu
romántico y, sobre todo, ciertos movimientos experimentales de comienzos del
siglo XX, descubrir qué hay de poesía en otras manifestaciones artísticas y, en
diálogo con ellas, prolongar la dimensión poética más allá del poema mismo. Pocos
autores más idóneos para ello que Jean Cocteau, cuyo inconformismo creativo lo
llevó a todos los géneros literarios, al cine, a las artes plásticas e incluso
al ballet, colaborando además, imbuido de las efervescencias vanguardistas de
su época, con pintores, músicos y bailarines como Picasso, Stravinsky o
Diáguilev. Jean Cocteau consideraba que todo su mundo estético gira en torno a
su abarcadora concepción de la poesía, que irriga también La voz humana, el más conocido de sus cuatro monólogos, que
interpretó, en una singular versión masculina, el actor sevillano Antonio
Dechent en el Teatro Cerezo con motivo de la presentación del nº 29 de nuestra
revista. En aras de este mismo espíritu integrador, el músico Amancio Prada
―cuya trayectoria guarda una indeleble fidelidad a la poesía de todos los
tiempos― ha actuado dos veces en nuestra ciudad así como la agrupación de
música antigua Accademia del Piacere junto al cantaor flamenco Arcángel en su
espectáculo Las idas y las vueltas,
con un repertorio de canciones de ambas orillas del Atlántico que se ajusta
como anillo al dedo a la intención primordial de Palimpsesto.
La vida de las revistas literarias suele
ser muy corta, ya por falta de sustento económico, por desavenencias entre sus
miembros o por ponerse al servicio de movimientos o escuelas que pronto se
agotan. Esta fugacidad, sin embargo, contrasta con la constante proliferación
de nuevas revistas. Sin este fenómeno editorial, no se entendería cabalmente la
compleja historia de la poesía contemporánea: una revista, por modesta que sea,
hecha con el debido rigor, favorece el diálogo entre poetas de diversos países,
generaciones e idiomas, en aras a la imprescindible continuidad del legado poético
y, por ende, de la memoria escrita de tantos autores olvidados. Si algo en la
vida social requiere constancia y tiempo es la cultura (esa que no se deja
llevar por la moda, la improvisación, la renta inmediata, ni se confunde con el
espectáculo de masas) y, dentro de la cultura, la difusión de la poesía. Solo
la paciente continuidad seguirá dando a esta aventura estética verdadero sentido
y carácter propio.
José Moreno Villa, exiliado en México,
anotó en sus memorias, a mediados del siglo XX que «el pasarlo bien es una
forma moderna de la enfermedad». Esta sorprendente idea, más propia en
principio de un masoquista apocalíptico que de un poeta atento a su época,
lejos de perder vigencia, refleja con exactitud nuestra disposición actual ante
todos los órdenes, incluido el de la cultura. Una especie de contagiosa pereza
intelectual o autocomplacencia acomodaticia nos ha ido convenciendo de que lo
divertido es un ingrediente básico de cualquier actividad estética, sin el cual
esta no merece la pena ser llevada a cabo. El entretenimiento, por sí solo, se
considera hoy un elemento de juicio tan favorable que puede justificar, por
encima de otros aspectos, un producto mediocre. Como consecuencia de ello, las
líneas divisorias de ciertas escalas de valores se borran y, en esta suerte de
cajón de sastre, todo acaba teniendo la misma importancia.
La poesía, como las demás artes, ni mucho
menos escapa a esta confusión, donde la falta de criterios hace del éxito de
público o de ventas nuestra única vara de medir. Ante este desconcertante
panorama, en el que las minorías corren el permanente riesgo de ser
menospreciada, cómo no agradecer una vez más la sostenida confianza del
Ayuntamiento de Carmona en Palimpsesto,
que dura ya veintisiete años, y que nos obliga a vigilar siempre nuestro nivel
de exigencia.
FRANCISCO JOSÉ CRUZ
_______________
Texto
leído en el XI Congreso de Historia de Carmona, el 29 de septiembre de 2017 y publicado en La imagen de Carmona a través de la historia, la literatura y el arte (edición de Manuel González Jiménez y Antonio Caballo Rufino, Ayuntamiento de Carmona-Universidad de Sevilla, 2019)