miércoles, 4 de diciembre de 2019

PALIMPSESTO 34. Lectura de José Pérez Olivares


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©Televisión Carmona

PALIMPSESTO 34

Con el nº 34, Palimpsesto cumple 29 años de existencia, y, en estas casi tres décadas de ininterrumpida singladura, se nos han ido ya para siempre algunos poetas con quienes Chari y yo mantuvimos una estrecha relación personal y cuyas singulares obras aumentaron, sin duda, el crédito y la calidad de la revista. Es el caso del guatemalteco Humberto Ak’abal, quien de la noche a la mañana nos ha dejado hace solo diez meses. En su pertenencia a la etnia maya, sofocada durante siglos, y en su compromiso con ella, radican tanto las enormes dificultades de su vida como la razón de ser de su poesía, escrita en k’iche’, su lengua materna, y autotraducida al español. Poeta de la memoria ancestral y del instante vivido, en su figura irrepetible se reconcilian la América precolombina y la actual. Muchos tendrán presente aún las memorables lecturas que dio en la Biblioteca Pública de Carmona en 2001 y en 2008. Conste, pues, nuestro rendido reconocimiento con este poema suyo:

De vez en cuando
camino al revés:
es mi modo de recordar.

Si caminara solo hacia delante,
te podría contar
cómo es el olvido.

      A estas entrañables y dolorosas pérdidas de Palimpsesto, las envuelve, digámoslo así, la benéfica sombra de Antonio Machado, de quien este año se conmemora el ochenta aniversario de su muerte. Ante la perentoria necesidad que sentimos hoy de modelos éticos y estéticos que reanimen nuestra alicaída confianza en el ser humano –desorientado como pocas veces en su historia–, dejarnos llevar por el ejemplo de don Antonio en esta grave coyuntura del mundo es, al menos, un consuelo auténtico. En su indispensable figura, vida y obra, conducta y pensamiento íntimamente se corresponden. Sin ir más lejos, a lo largo de su intachable trayectoria, su equilibrado sentido de las formas poéticas –tan dúctiles como serenas, tan fieles a una tradición como a sus propias intuiciones expresivas– reflejan ya el humanismo de su filosofía antidogmática, asumiendo en ella las irreductibles contradicciones del hombre. De ahí la reiterada apelación de sus versos y prosas al diálogo con el otro que somos y con los otros, hasta que atender y entender sean verbos casi sinónimos:

No es el yo fundamental
eso que busca el poeta,
sino el tú esencial.

      El nº 34 de Palimpsesto se abre con una reveladora entrevista al poeta y narrador Elkin Restrepo, en la que, entre otras cuestiones personales y literarias, se refiere a su temprana vocación artística, a las diferencias y confluencias entre un poema y un relato a la hora de abordar uno u otro, al paso del tiempo en relación con el erotismo y la belleza física, al influjo del cine en su escritura y, en definitiva, a la extrañeza de todo ante el misterio del mundo. Además, incluimos de este maestro de las letras colombianas unos poemas inéditos y un texto sobre el cuento.
      Para celebrar el V Centenario de la Primera Vuelta al Mundo, gesta sin precedentes hasta entonces, planeada e iniciada por Fernando de Magallanes –verdadero artífice de la misma– y culminada por Juan Sebastián Elcano, cerramos el número con un extenso y minucioso ensayo del chileno Christian Formoso sobre las interpretaciones que algunos poetas de las colonias de Ultramar y la premio Nobel Gabriela Mistral hicieron del estrecho de Magallanes, según la visión que a su paso dio del mismo Antonio Pigafetta en su diario de la Circunnavegación.
      Entre estos dos bloques principales, publicamos poemas de Alicia García Bergua, Fabio Morábito, Odi Gonzales, Mercedes Escolano, Mario Meléndez, Adán Brand y Tamym, poetas de generaciones, países y estilos muy diversos que, según los casos, se encuentran en plena madurez creadora o en prometedor camino hacia ella.
      Las imágenes que ilustran este número –muchas de ellas casi desconocidas por estos lares, como la del parque nacional de Texas, Big Bend, cuyo paisaje semiárido aparece en la portada–, cedidas altruistamente por el pintor Juan Lacomba, pertenecen al artista carmonense José Arpa, quien desarrolló su rica obra pictórica entre el último tercio del siglo XIX y la primera mitad del XX. Él fue en su época, como Palimpsesto en la nuestra, un vínculo estético entre Carmona y América, no en vano vivió en México y en Texas muchos años, durante los cuales descubrió y ejecutó esos magistrales paisajes impresionistas al aire libre, distintivos de lo mejor de su obra, gracias a los matices lumínicos, la hipersensible gama de colores, los encuadres insólitos, al modo fotográfico, y los bajos horizontes. Quizá sea ya hora, a los casi setenta años de su muerte, que Carmona, en pleno auge turístico y cultural, se plantee crear en serio un museo dedicado a la figura de José Arpa, quien supo mantenerse al margen de las alharacas vanguardistas para entregarse a su propia búsqueda.
      En la colección Palimpsesto publicamos Un niño mira el mar, primera antología aparecida en España del costarricense Rodolfo Dada, en cuyos versos, la bullente vida del trópico, tanto marina como selvática, muy lejos de la típica postal paradisíaca, está sometida a continuas metamorfosis que nuestro poeta expresa con una gran belleza lírica, tierna, leve y escurridiza a la vez. En la obra de Dada, la poesía infantil posee la misma importancia estética que la escrita para adulto. De ahí que en esta selección esté también por derecho propio suficientemente representada.


JOSÉ PÉREZ OLIVARES, 
ENTRE LA HISTORIA Y EL ARTE

En 1997 obtuve, con mi libro Maneras de vivir, el I Premio Renacimiento de Poesía y al año siguiente se lo concedieron a José Pérez Olivares por Háblame de las ciudades perdidas. Aún recuerdo la extraña satisfacción que sentí en mi fuero interno al enterarme de la noticia, pues, de algún modo, el hecho de que se lo dieran a un poeta tan apreciado por mí, reforzaba mi autoestima y, por ende, los posibles méritos de mi libro.
      Pese a los muchos años que nos conocemos, no guardo, a decir verdad, un trato entrañable con este cubano afincado en Sevilla desde 2003. Sabemos poco uno del otro, pero las veces en que hemos coincidido en eventos literarios o le he solicitado colaboración para Palimpsesto y otras revistas, ha fluido siempre entre nosotros una fresca corriente de empatía.
      Mi vieja admiración por su escritura se remonta a 1992, cuando leí Examen del guerrero, libro de plena madurez creadora que, desde su mismo título, nos muestra sus indagaciones formales y temáticas, como la identidad, la guerra y, en definitiva, el destino humano. En él aparece un poema que, sin menoscabo de los demás, no ha dejado de acompañarme. Se trata del titulado «La torre», por cuya infinita escalera de mármol que traspasa las nubes, el poeta se ve subiendo peldaño a peldaño, con sus crecientes peligros y dificultades, perseguido por sus hijos y precedido por sus padres, a los cuales ha perdido ya de vista y oye cada vez más lejos. La composición, de gran poder simbólico, dibuja con insólita belleza el sigiloso e implacable paso del tiempo. Este vigor plástico, de trazos tan sugerentes como precisos, impregna toda la obra de Pérez Olivares, por la que pasan reyes, bufones, putas o ángeles, en una suerte de dramático esperpento que nos revela lo mejor y lo peor del hombre. Así, extravíos y delirios conviven con la compasión o el desamparo, hasta llegar a las más recónditas y contradictorias emociones. Por esto, según este verso suyo, «escribir es tocar a plenitud el lado oscuro de las cosas».
      Mediante el tono conversacional, apoyado en un aquilatado verso de ritmo prosódico, distante del metro clásico, esta poesía recurre con frecuencia al monólogo interior para, dándole la voz, ponerse en el sitio de un sátrapa o un santo. De ahí la extraordinaria amplitud de miras de Pérez Olivares, cuyo afán abarcador nos remite a todas las épocas de la historia, a veces incluso en un solo poema, como ocurre en «Discurso del sobreviviente», donde en un audaz alarde imaginativo, una sola voz nos cuenta su arduo periplo de miles de años hasta llegar al siglo XX.
      En este orden de cosas, no es extraño que el arte proporcione a nuestro poeta –que además es pintor– imágenes personajes y motivos como argumento de sus poemas, no para evadirse de la realidad inmediata, sino para interpretarla y, a su vez, ampliarla como parte de la misma, porque, según él, «las fronteras del arte no conocen edicto, es el único país donde todo es posible».
Juan Ávila (alcalde de Carmona), Fran Cruz, Chari Acal, José Pérez Olivares y Ramón Gavira (concejal de Cutura)
Con el Club de Lectura de la Biblioteca Municipal
Celebrando en el restaurante del Museo de la Ciudad con unos amigos, fieles lectores de Palimpsesto, la noche de José Pérez Olivares.

Aula Maese Rodrigo, Carmona, 29 de noviembre de 2019