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PALIMPSESTO 34
Con el nº 34, Palimpsesto cumple
29 años de existencia, y, en estas casi tres décadas de ininterrumpida
singladura, se nos han ido ya para siempre algunos poetas con quienes Chari y
yo mantuvimos una estrecha relación personal y cuyas singulares obras
aumentaron, sin duda, el crédito y la calidad de la revista. Es el caso del
guatemalteco Humberto Ak’abal, quien de la noche a la mañana nos ha dejado hace
solo diez meses. En su pertenencia a la etnia maya, sofocada durante siglos, y
en su compromiso con ella, radican tanto las enormes dificultades de su vida
como la razón de ser de su poesía, escrita en k’iche’, su lengua materna, y
autotraducida al español. Poeta de la memoria ancestral y del instante vivido,
en su figura irrepetible se reconcilian la América precolombina y la actual.
Muchos tendrán presente aún las memorables lecturas que dio en la Biblioteca
Pública de Carmona en 2001 y en 2008. Conste, pues, nuestro rendido
reconocimiento con este poema suyo:
De vez en
cuando
camino al
revés:
es mi modo de
recordar.
Si caminara
solo hacia delante,
te podría
contar
cómo es el
olvido.
A estas entrañables y dolorosas pérdidas
de Palimpsesto, las envuelve, digámoslo así, la benéfica sombra de Antonio
Machado, de quien este año se conmemora el ochenta aniversario de su muerte.
Ante la perentoria necesidad que sentimos hoy de modelos éticos y estéticos que
reanimen nuestra alicaída confianza en el ser humano –desorientado como pocas
veces en su historia–, dejarnos llevar por el ejemplo de don Antonio en esta grave
coyuntura del mundo es, al menos, un consuelo auténtico. En su indispensable
figura, vida y obra, conducta y pensamiento íntimamente se corresponden. Sin ir
más lejos, a lo largo de su intachable trayectoria, su equilibrado sentido de
las formas poéticas –tan dúctiles como serenas, tan fieles a una tradición como
a sus propias intuiciones expresivas– reflejan ya el humanismo de su filosofía
antidogmática, asumiendo en ella las irreductibles contradicciones del hombre.
De ahí la reiterada apelación de sus versos y prosas al diálogo con el otro que
somos y con los otros, hasta que atender y entender sean verbos casi sinónimos:
No es el yo fundamental
eso que busca el poeta,
sino el tú esencial.
El nº 34 de Palimpsesto se abre con una
reveladora entrevista al poeta y narrador Elkin Restrepo, en la que, entre
otras cuestiones personales y literarias, se refiere a su temprana vocación
artística, a las diferencias y confluencias entre un poema y un relato a la
hora de abordar uno u otro, al paso del tiempo en relación con el erotismo y la
belleza física, al influjo del cine en su escritura y, en definitiva, a la
extrañeza de todo ante el misterio del mundo. Además, incluimos de este maestro
de las letras colombianas unos poemas inéditos y un texto sobre el cuento.
Para celebrar el V Centenario de la
Primera Vuelta al Mundo, gesta sin precedentes hasta entonces, planeada e
iniciada por Fernando de Magallanes –verdadero artífice de la misma– y
culminada por Juan Sebastián Elcano, cerramos el número con un extenso y
minucioso ensayo del chileno Christian Formoso sobre las interpretaciones que
algunos poetas de las colonias de Ultramar y la premio Nobel Gabriela Mistral
hicieron del estrecho de Magallanes, según la visión que a su paso dio del
mismo Antonio Pigafetta en su diario de la Circunnavegación.
Entre estos dos bloques principales,
publicamos poemas de Alicia García Bergua, Fabio Morábito, Odi Gonzales,
Mercedes Escolano, Mario Meléndez, Adán Brand y Tamym, poetas de generaciones,
países y estilos muy diversos que, según los casos, se encuentran en plena
madurez creadora o en prometedor camino hacia ella.
Las imágenes que ilustran este número
–muchas de ellas casi desconocidas por estos lares, como la del parque nacional
de Texas, Big Bend, cuyo paisaje semiárido aparece en la portada–, cedidas
altruistamente por el pintor Juan Lacomba, pertenecen al artista carmonense
José Arpa, quien desarrolló su rica obra pictórica entre el último tercio del
siglo XIX y la primera mitad del XX. Él fue en su época, como Palimpsesto en la
nuestra, un vínculo estético entre Carmona y América, no en vano vivió en
México y en Texas muchos años, durante los cuales descubrió y ejecutó esos
magistrales paisajes impresionistas al aire libre, distintivos de lo mejor de
su obra, gracias a los matices lumínicos, la hipersensible gama de colores, los
encuadres insólitos, al modo fotográfico, y los bajos horizontes. Quizá sea ya
hora, a los casi setenta años de su muerte, que Carmona, en pleno auge
turístico y cultural, se plantee crear en serio un museo dedicado a la figura
de José Arpa, quien supo mantenerse al margen de las alharacas vanguardistas
para entregarse a su propia búsqueda.
En la colección Palimpsesto publicamos Un niño mira el mar, primera antología
aparecida en España del costarricense Rodolfo Dada, en cuyos versos, la
bullente vida del trópico, tanto marina como selvática, muy lejos de la típica
postal paradisíaca, está sometida a continuas metamorfosis que nuestro poeta
expresa con una gran belleza lírica, tierna, leve y escurridiza a la vez. En la
obra de Dada, la poesía infantil posee la misma importancia estética que la
escrita para adulto. De ahí que en esta selección esté también por derecho
propio suficientemente representada.
JOSÉ PÉREZ OLIVARES,
ENTRE LA HISTORIA Y EL ARTE
En 1997 obtuve, con mi libro Maneras
de vivir, el I Premio Renacimiento de Poesía y al año siguiente se lo
concedieron a José Pérez Olivares por Háblame de las ciudades perdidas.
Aún recuerdo la extraña satisfacción que sentí en mi fuero interno al enterarme
de la noticia, pues, de algún modo, el hecho de que se lo dieran a un poeta tan
apreciado por mí, reforzaba mi autoestima y, por ende, los posibles méritos de
mi libro.
Pese a los muchos años que nos conocemos,
no guardo, a decir verdad, un trato entrañable con este cubano afincado en
Sevilla desde 2003. Sabemos poco uno del otro, pero las veces en que hemos
coincidido en eventos literarios o le he solicitado colaboración para
Palimpsesto y otras revistas, ha fluido siempre entre nosotros una fresca
corriente de empatía.
Mi vieja admiración por su escritura se
remonta a 1992, cuando leí Examen del guerrero, libro de plena madurez
creadora que, desde su mismo título, nos muestra sus indagaciones formales y
temáticas, como la identidad, la guerra y, en definitiva, el destino humano. En
él aparece un poema que, sin menoscabo de los demás, no ha dejado de acompañarme.
Se trata del titulado «La torre», por cuya infinita escalera de mármol que
traspasa las nubes, el poeta se ve subiendo peldaño a peldaño, con sus
crecientes peligros y dificultades, perseguido por sus hijos y precedido por
sus padres, a los cuales ha perdido ya de vista y oye cada vez más lejos. La
composición, de gran poder simbólico, dibuja con insólita belleza el sigiloso e
implacable paso del tiempo. Este vigor plástico, de trazos tan sugerentes como
precisos, impregna toda la obra de Pérez Olivares, por la que pasan reyes,
bufones, putas o ángeles, en una suerte de dramático esperpento que nos revela
lo mejor y lo peor del hombre. Así, extravíos y delirios conviven con la
compasión o el desamparo, hasta llegar a las más recónditas y contradictorias
emociones. Por esto, según este verso suyo, «escribir es tocar a plenitud el
lado oscuro de las cosas».
Mediante el tono conversacional, apoyado
en un aquilatado verso de ritmo prosódico, distante del metro clásico, esta
poesía recurre con frecuencia al monólogo interior para, dándole la voz,
ponerse en el sitio de un sátrapa o un santo. De ahí la extraordinaria amplitud
de miras de Pérez Olivares, cuyo afán abarcador nos remite a todas las épocas
de la historia, a veces incluso en un solo poema, como ocurre en «Discurso del
sobreviviente», donde en un audaz alarde imaginativo, una sola voz nos cuenta
su arduo periplo de miles de años hasta llegar al siglo XX.
En este orden de cosas, no es extraño que
el arte proporcione a nuestro poeta –que además es pintor– imágenes personajes y
motivos como argumento de sus poemas, no para evadirse de la realidad
inmediata, sino para interpretarla y, a su vez, ampliarla como parte de la
misma, porque, según él, «las fronteras del arte no conocen edicto, es el único
país donde todo es posible».
Juan Ávila (alcalde de Carmona), Fran Cruz, Chari Acal, José Pérez Olivares y Ramón Gavira (concejal de Cutura) |
Con el Club de Lectura de la Biblioteca Municipal |
Celebrando en el restaurante del Museo de la Ciudad con unos amigos, fieles lectores de Palimpsesto, la noche de José Pérez Olivares. |
Aula Maese Rodrigo, Carmona, 29 de noviembre de 2019