El presente volumen, editado por
Mondadori en 1993, De Europa y América (1955-1960)
nos ofrece la producción periodística en distintos diarios y semanarios de
Colombia y Venezuela de Gabriel García Márquez en estos años y que la editorial
Bruguera ya recogió en 1982. Lo más relevante de esta etapa, desde el punto de
vista personal para el colombiano, es su traslado al viejo continente, enviado
por El Espectador de Bogotá como
corresponsal, aunque «nada tenía que buscar García Márquez en Europa, porque ya
disponía de sus convicciones culturales; las claves que por entonces ignoraba,
ya las poseía en realidad, sin saberlo»[1].
A
pesar de que la misión periodística de García Márquez en Europa y, más tarde,
desde Venezuela no es sustancialmente distinta de la que llevó a cabo en Bogotá
para El Espectador, las condiciones
de trabajo en el viejo continente le son mucho menos favorables y
privilegiadas. La posibilidad para obtener primicias informativas resultan
ahora nulas. Su posición de corresponsal relegado respecto a los potentes
medios de comunicación llega hasta el punto de que «sólo en los primeros días
de Ginebra mandó García Márquez unos pocos cables. El resto del tiempo tuvo que
contentarse con mandar sus crónicas por correo aéreo»[2]. La
tardanza de la información para el lector de Colombia constituye el primer
grado de irrealidad, ya que éste no estaba siendo informado de lo que ocurría,
sino de lo que, con creces, ya había sucedido. El público americano no estaba
al día y, sin saberlo, empezaba a vivir una actualidad ficticia. El segundo
grado de irrealidad lo constituye la imposibilidad de García Márquez de acceder
al verdadero meollo de las cuestiones, allí donde las noticias ardían de
vigencia y rigor. Esta falta de información de primera mano obligó a García
Márquez a prestar atención a hechos y circunstancias más que coyunturales y, en
ningún momento, noticiable. Por tanto, aunque el colombiano acuda donde se
produce la noticia de verdadero interés internacional, no la cubre de modo
fiable, incluso llega a escamotearla. En «El susto de las 4 grandes» (El Espectador, 27-VII-55) no consigue
mandar para Colombia el debate político que se suscita, moviéndose en terrenos
extrapolíticos y periféricos, más propios para un escritor audaz que para un
periodista deseoso de datos y declaraciones candentes: «A esa misma hora, las
esposas de los diplomáticos comían y hablaban de las señoras que no estaban
presentes, en un hotel particular de la rue
des Granges. Mientras, la señora Eisenhower elogiaba el resplandeciente
traje de satín blanco de la señora Faure –un
modelo exclusivo de Fath–
[…] La señora Dulles dijo que no podía comer frutas congeladas, porque echaba a
perder su dieta». Estas incursiones en lo imaginario, apoyadas en la retórica
de la ocurrencia, llenan el espacio periodístico que las dificultades de
reportero hispanoamericano impiden a García Márquez cubrir de otro modo. Sin
embargo, aunque Gilard, con acierto, señala que «lo que hasta entonces había
sido su originalidad se convertía en una necesidad», no podemos olvidar que,
cuando en Colombia García Márquez tenía un extraordinario acceso a las
noticias, prefirió optar en numerosos reportajes por el enfoque humorístico y
buscar también el «otro aspecto de la noticia». De todos modos, sí es
reconocible una mayor exacerbación o, más bien, un abuso al recurrir a las
desviaciones narrativas y a su sentido del humor que, a veces, no sólo en el
tono, sino en el tema mismo, desemboca en los intereses periodísticos de las
revistas del corazón, como, por ejemplo, la crónica titulada «Inglaterra y la
reina tienen un problema doméstico: Felipe» (Élite, Caracas, 23-III-57). La elección de este tipo de temas, que
él mismo califica de chismografía internacional, conecta, a su vez, con
aquellas situaciones en que García Márquez se encontraba sin tema sobre el que
escribir y acudía a noticias banales y nada prioritarias en los volúmenes
anteriores. Lo mejor de este tipo de textos está en la habilidad narrativa del
colombiano y en la estructura formal que, en algunos reportajes, literariamente
hablando, salvó la pobreza de sus contenidos. En este sentido, el colombiano
desarrolla la técnica de la narración policíaca en largos reportajes publicados
por entrega como «El escándalo del siglo» (El
Espectador, septiembre de 1955) y «El proceso de los secretos de Francia» (El Independiente, Bogotá, marzo y abril
de 1956). En el primer reportaje García Márquez informa sobre el asesinato de
la muchacha Wilma Montesi y, en el segundo, sobre el juicio a algunas personas
que, supuestamente, filtraron a la luz pública importante información secreta
del Comité de Defensa francés. Ambos reportajes reconstruyen historias llenas
de contradicciones, de oscuridades no resueltas, de especulaciones de testigos
y fechas coincidentes que, envueltas en una atmósfera de relato, no exenta de
invención, crean un clima de incertidumbre y suspense, propios del género. El
lector puede perderse con facilidad en los sinuosos vericuetos de insinuaciones
y fechas, pero no pierde el interés por la solución de los casos, la cual no
llega. También, en «El año más famoso del mundo» (Momento, Caracas, 3-I-58), crónica donde el colombiano hace un
balance de muchas noticias dadas en 1957, el valor de este texto está en la
endiablada estructura formal. Se trata de reflejar la simultaneidad en el
tiempo de noticias que nada tienen que ver entre sí. La variedad de las
noticias, al ser puestas en el mismo plano temporal de la escritura, le sirve a
García Márquez no sólo para cortar la monotonía de la información, sino que
dicha técnica llega a ser en sí misma humorística, debido a que noticias muy
distintas, por el procedimiento de la simultaneidad, entran en relación: «En
cambio, en ese mismo febrero en que Brigitte Bardot llevó su descote hasta el
límite inverosímil en el carnaval de Munich y el primer ministro francés, señor
Guy Mollet, atravesó el Atlántico para reconciliar a su país con los Estados
Unidos después del descalabro de Suez, Moscú soltó la primera sorpresa del que
había de ser el año más atareado, desconcertante y eficaz de la Unión
Soviética».
A
partir de julio del 59, en el semanario Cromos
de Bogotá, García Márquez publica una serie de reportajes titulada «90 días en
la Cortina de Hierro». A diferencia de los reportajes hasta ahora referidos,
éstos nos transmiten una visión personal de la situación política y, sobre
todo, social de los países de régimen comunista europeos. Lejos de cualquier
actitud preconcebida, García Márquez recorre estos países con una mirada
antidogmática que, en cada momento, refleja su sincero esfuerzo de objetividad.
Estamos aquí ante textos escritos de primera mano por un testigo, ya que estos
reportajes están basados en la experiencia personal y en la convivencia del
colombiano con la gente de la calle. García Márquez no depende de la primicia
periodística ni está obligado a atender la noticia destacada del momento. Estos
reportajes se ciñen como anillo al dedo a la necesidad de conocimiento del
propio García Márquez, con lo que, al abordar su escritura, es antes el
escritor que el periodista quien los redacta. La experiencia personal impregna
cada uno de los textos, concediéndoles inequívocos visos de realidad. Sin
embargo, la tardía publicación de los mismos[3]los
reviste a su vez de una atmósfera de irrealidad. El lector no comparte con
García Márquez la actualidad de los reportajes y, por tanto, se produce, en
ocasiones, claros desajustes entre las evocaciones vertidas por el periodista,
hechas al dictado de lo que vivió, y la realidad de estos países en el momento
en que estos reportajes llegan a Colombia. García Márquez, ante todo, nos da
una visión humanizada, desprovista de abstracciones; recurre a relatos,
testimonios y opiniones de individuos para acercarnos a la realidad de cada uno
de los países. Estos reportajes comparten el empeño del colombiano por recoger
su pulso diario, aspirando a la totalidad al abarcar todos los aspectos
posibles de una realidad determinada. De ahí que arranquen de los testimonios
particulares para, de este modo, lograr transmitir una visión global: «Tengo la
manía profesional de interesarme por la gente»[4]. Esta
forma de proceder no elude las contradicciones con las que se va encontrando el
novelista. Así pasamos de la asfixiante burocracia soviética a la
extraordinaria distensión y generosidad de sus habitantes, del bien vestir de
los checos a la crispada pobreza de los alemanes, de la escalofriante visita a
Auschwitz, describiéndola sin regatear ningún detalle que pudiese precisar el
horror, a situaciones insólitas para un occidental: «El instinto nos llevó a
los servicios sanitarios. Era una larga plataforma de madera, con media docenas
de huecos sobre los cuales media docena de respetables ciudadanos hacían lo que
debían hacer, acuclillados, conversando animadamente, en una colectivización de
la fisiología no prevista en la doctrina»[5]. Esta
anécdota, como otras muchas, nos hace sonreír por su carácter ridículo y no por
la intención y habilidad del colombiano. «El humor –apunta Gilard–
también interviene aquí, pero hay una gran diferencia con relación a todas las
crónicas, de primera a segunda mano, sobre Europa occidental. No es un humor
iconoclasta. Funciona aquí como el estribo que permite alcanzar las
imprescindibles explicaciones históricas». Así pues, podríamos decir que García
Márquez desarrolla en esta serie un humor didáctico, sostenido a veces por una
sensación de lógica: «―¿Un
hombre puede tener cinco apartamentos en Moscú? ―Naturalmente
–me respondieron–. Pero ¿cómo diablos puede
hacer un hombre para vivir en cinco apartamentos a la vez?»[6]. La
unidad de la serie viene dada por el afán del colombiano en señalar los
contrastes y las similitudes que estos países mantienen entre sí: «La réplica
socialista al empuje del Berlín Occidental es el colosal mamarracho de la
avenida Stalin […] Una indigestión de todos los estilos que corresponde al
criterio arquitectónico de Moscú»[7] y por el
tono equilibrado y compacto de su prosa, ágil, precisa y plástica. Aunque en
ningún momento se aparta de la sobriedad verbal, el lenguaje de estos
reportajes está salpicado de hallazgos líricos y de un relieve que hacen que
sea leído con agrado y de un tirón.
Si,
como hemos visto, la tendencia predominante de los trabajos de este volumen
parte de una realidad, incluso a veces árida, para desembocar en la más pura
narración, en «Un film estremece el Japón» (Élite,
Caracas, 30-III-57), García Márquez comenta una película cuyo argumento, sacado
de la realidad más diaria, es un crimen no esclarecido aún por los tribunales
japoneses y que la cinta cinematográfica obliga a aplazar el fallo del jurado
japonés. El periodista y el crítico de cine trabajan en este texto al alimón.
El interés de la crítica reside en probar cómo la imaginación influye e ilumina
puntos oscuros de la realidad más común. Esta misma actitud de esclarecimiento
la encontramos en los textos más logrados de esta época. En ellos, los elementos
narrativos, lejos de desenfocar la información, la refuerzan, permitiéndonos
acceder al mundo interior de los protagonistas, a las inquietudes, angustias o
síntomas ambientales que la aplastante simplicidad del dato nunca descubre.
Sean o no puras invenciones, lo cierto es que estos elementos imaginarios
añadidos completan la noticia, le dan atmósfera. En «Sólo doce horas para
salvarlo» (Momento, Caracas,
14-II-58), la manera de contar la noticia acaba siendo la noticia misma, es
decir, García Márquez no se limita al hecho escueto de informar sobre la
mordedura de un perro rabioso, sino que busca transmitir la inquietud, la
incertidumbre y las complicadas maniobras de una familia para salvar a su hijo.
Esta tensión interior que alberga la noticia, la angustia de unos seres
concretos, es a lo que García Márquez concede relevancia, gracias a la
estructura del relato[8]: no
descartando ningún detalle de todo el proceso, acumulando matices, movimientos,
llamadas telefónicas, tratando de abarcar todo el trasiego que supone la
búsqueda de una medicina… Contado con un lenguaje sobrio, con lo que logra
transmitir cierta sensación de urgencia y desesperación, García Márquez nos
presenta un ir y venir de personajes, definido con rapidez pero con precisión,
que dan relieve a la crónica. Las estadísticas de los perros rabiosos en
Venezuela van pasando por la página junto a la movilización de los medios de
comunicación y al temor operativo de los familiares. En definitiva, García
Márquez consigue una visión de totalidad de un hecho que podría haberse quedado
en una noticia simple, ahogada entre datos y, por tanto, vaciada de contenido
real, humano. Según Gilard, «“Sólo doce horas para salvarlo” tiene la misma
densidad narrativa que El coronel no
tiene quien le escriba». Parecido grado de perfección posee el reportaje
«Caracas sin agua» (Momento, 11-IV-58),
donde García Márquez inserta en el texto un personaje que actúa a modo de
protagonista y a través de cuyas reacciones vemos la dimensión del problema que
provoca la falta de agua. El novelista llega a darnos un perfil humano del
personaje, poniéndolo en las situaciones más elementales y diarias, en aquellas
incluso en que el lector percibe que no las ha presenciado pero que, por ser
comunes a cualquier individuo, son fáciles de imaginar sin caer en la
inverosimilitud. Rasgo principal que define al personaje es su afán por
afeitarse con gaseosa, gesto que aparece en el reportaje en varias ocasiones.
Unidad, atmósfera y apariencia de relato lo da también la repetida relación del
protagonista con su vecina, a la que increpa en distintas fases de la crónica
por su irresponsabilidad en regar. García Márquez maneja con soltura los
movimientos del personaje y la información propiamente datificable de la
escasez de agua. Así pues, información y relato coinciden: protagonista
imaginario sobre un fondo estrictamente real. Un lector, a la vez que se
informa, se divierte. Esta tendencia al entretenimiento, así como su atención
al individuo, conceden a los reportajes de García Márquez un inequívoco toque
personal y hacen que muchas de sus crónicas se lean todavía con gusto, a pesar
de la caducidad de la noticia.
Sin
embargo, a pesar de los frecuentes recursos literarios, a los que el colombiano
echa mano para construir sus trabajos periodísticos, en este volumen, al
contrario de los anteriores, no resulta fácil encontrar vinculaciones, más o
menos directas y evidentes con su producción novelística. Los pocos indicios
que pueden testificar dicha relación no son sino esporádicos y, si aceptamos
que algunos pasan apenas de ser hipotéticos, en ningún caso se les puede
conferir relevancias. Según Gilard, «el reportaje sobre el nacimiento de un
pueblo en el basurero de Caracas hace pensar, por supuesto, en el nacimiento de
Macondo», y en «Senegal cambia de dueño» (Momento,
2-V-58), crónica sobre una venta de caballos, «los sospechosos triunfos hípicos
cosechados por los amigos del dictador pueden verse como un anticipo de la
constante buena suerte del patriarca en la lotería nacional».
En
cambio, en «Dos o tres cosas sobre la novela de violencia» (La calle, Bogotá, 9-X-59) y «La
literatura colombiana, un fraude a la nación» (Acción Liberal, Bogotá, nº 2, abril de 1960), García Márquez
desarrolla consideraciones sobre temas literarios que corroboran sus enfoques
novelísticos y distinguen con precisión y lucidez entre la literatura de
compromiso y el panfleto literario. Difícil misión intelectual, ya que no
podemos desentendernos de las arduas polémicas al respecto que en los 50 y 60
dicho debate suscitó. García Márquez, en este sentido, demuestra ser un
escritor de gran madurez, adelantándose a muchos colegas prestigiosos del
momento. Él ve con reconfortante claridad que las leyes de la literatura no son
las de la vida y que, por tanto, para que la vida esté en la literatura, debe
ajustarse a las exigencias de ésta. Algo tan simple como es diferenciar el
hecho de vivir y el hecho de contar. La literatura no puede copiar la vida,
pero sí nos enseña mejor a verla y, por tanto, a vivirla. El siguiente párrafo
nos trasluce, además, la actitud de rigor que el colombiano ha tenido siempre a
la hora de abordar sus obras: «Quienes hayan leído las crónicas de las pestes
medievales, comprenderán el rigor que debió imponerse Camus para no desbocarse
en descripciones alucinantes. […] Hay que recordar las luchas encarnizadas en
que los agonizantes se disputaban un hueco en la tierra, para darse cuenta de
que Camus tenía suficiente documentación para ponernos los pelos de punta
durante dos noches. Pero acaso la misión del escritor en la tierra no sea
ponerles los pelos de punta a sus semejantes. […] Camus –al contrario de nuestros novelistas de la
violencia– no se
equivocó de novela. Comprendió que el drama no eran los viejos tranvías que
pasaban abarrotados de cadáveres al anochecer, sino los vivos que le lanzaban
flores, desde las azoteas, sabiendo que ellos mismos podían tener un puesto
reservado en el tranvía de mañana». Así mismo, en «La literatura colombiana, un
fraude a la nación», García Márquez efectúa una apretada síntesis crítica sobre
el devenir de la literatura colombiana, un fraude a la nación», García Márquez
efectúa una apretada síntesis crítica sobre el devenir de la literatura
colombiana. Texto escrito con extraordinaria contundencia, donde se hace una
negativa valoración de ésta y se denuncia la falta de una auténtica literatura
nacional. Algunos trabajos notables no justifican para García Márquez la
ausencia de un sólido friso literario. Particularmente interesante son las
antirrománticas líneas, que contrastan con el tono lírico de su obra, para que
surja en Colombia un escritor profesional: «Tal vez la falla principal que
podría señalarse a muchos de nuestros escritores, especialmente en los últimos
tiempos, es no tener conciencia de las dificultades físicas y mentales del
oficio literario. Grandes escritores han confesado que escribir cuesta trabajo,
que hay una carpintería de la literatura que es preciso afrontar con valor y
hasta con un cierto entusiasmo muscular». ¿No parecen estas palabras, además,
una sorda insistencia sobre la responsabilidad con que hay que ejercer el
oficio de la escritura y la repercusión social de éste? En esta misma onda
desmitificadora se mueve el pensamiento de Vargas Llosa: «… trabajo con mucha
disciplina: durante las mañanas, hasta las dos de la tarde, no salgo nunca de
mi estudio. […] No puedo trabajar de otra manera. Si yo esperara los períodos
de inspiración, nunca terminaría un libro, porque para mí la inspiración es
algo que viene a través de una rutina»[9]. Aunque
lejos del manifiesto, el artículo del colombiano tampoco va más allá de unas
tramadas opiniones responsables y de un intento de ordenar y sacudir el mundo
de la escritura colombiana. Nos sirve, sobre todo, para comprobar cómo García
Márquez pasa de la teoría a la práctica en su obra, teniendo en cuenta dichas
opiniones. Su contundencia no parece dogmática sino, más bien, un vivo síntoma
de exigencias y una sana necesidad de rigor.
El
volumen se cierra con textos escritos bajo el pseudónimo de Gastón Galdós, cuyo
estilo no nos hace dudar de que bajo dicho nombre se movió la pluma del
colombiano. Fuera del tono general está la entrevista a Jóvito Villalva, cuya
simplicidad formal –su
esquema obedece estrictamente a preguntas / respuestas– contrasta con «Una rueda de prensa en torno a
René Clair» (El Espectador,
25-IX-55), información limpia, puntual y de gran relieve verbal en las
descripciones: García Márquez traslada al papel el ambiente de la rueda de
prensa con gran carga de densidad, que da a ésta un telón de fondo de
vitalidad. García Márquez no sólo informa, sino que además nos envuelve en una
atmósfera. Percibimos también cierta ironía dirigida hacia el torpe periodismo
y a la obviedad de algunas preguntas. Se diría que el periodismo aquí se mira a
sí mismo y sabe de sí mismo reírse. García Márquez demuestra que es un
periodista que no se olvida de que, sobre todo, es un escritor.
___________________________
[1] Jacques
Gilard, del prólogo a De Europa y América
de Gabriel García Márquez.
[2] Idem.
[3] García
Márquez visitó estos países en 1955 y, aunque publicó «Yo visité Hungría» y «Yo
estuve en Rusia» en el semanario Momento
de Caracas en noviembre de 1957, hasta dos años más tarde no consiguió publicar
la serie bajo el título referido. Aquí no se incluyó la crónica dedicada a
Hungría, pero sí la de Rusia, con ligeras variantes y añadidos.
[4] «Moscú,
la aldea más grande del mundo» (14-IX-59)
[5] «El
hombre soviético empieza a cansarse de los contrastes» (28-IX-59)
[6] «Moscú,
la aldea más grande del mundo»
[7] «Berlín
es un disparate» (3-VIII-59)
[8] «La
maestría es tal, en Momento, que
García Márquez renuncia por completo al empleo del “yo” del narrador-testigo;
su narración es impersonal, lejana, casi fría, a pesar de evocar y a veces
defender con ardor entrañables causas humanas» Jacques Gilard, en su prólogo.
[9] Ricardo A. Setti, Diálogo con Vargas Llosa (Ed. InterMundo, Madrid, 1989).
Publicado en Cuadernos Hispanoamericanos nº 528 (Madrid, junio de 1994).