El encuentro, convocado por el Parque del Alamillo de Sevilla y
creado por José María Sousa, consistió en la invitación de un grupo de escritores y artistas que, durante siete días, visitó el Coto de Doñana y la
cuenca baja del río Guadalquivir. La experiencia personal y la estimulante convivencia
entre unos y otros, recogiendo todo tipo de información, propiciaron que cada
uno de los autores, como conclusión de su visita, aportara su propio trabajo
al Cuaderno de Bitácora.
PARTICIPANTES
Jesús Aguado (poeta)/Vicente
del Amo (fotógrafo)/Pedro Bacán (guitarrista flamenco)/Antonio Calvo Laula
(escritor)/Félix de Cárdenas (pintor)/Francisco José Cruz (poeta)/Miguel
Delibes de Castro (biólogo)/Juan Fernández Lacomba (pintor)/Chantal Maillard
(poeta y filósofa)/José Ramón Moreno (arquitecto)/Juan Francisco Ojeda
(geógrafo)/Alejandro Sosa (fotógrafo)/Antonio Sosa (escultor)/José María Sousa
(creador del Encuentro)/Antonio Zoido (director del Parque del Alamillo)
Viaje por el río Guadalquivir: Francisco José Cruz, el guitarrista flamenco Pedro Bacán, el fotógrafo Alejandro Sosa y, al fondo, de espalda, la poeta y filósofa Chantal Maillard. |
Viaje por el río Guadalquivir: Francisco José Cruz, Alejandro Sosa y el poeta Jesús Aguado. |
Viaje por el río Guadalquivir: Fran Cruz y José María Sousa, creador del Encuentro |
Viaje por el río Guadalquivir: Jesús Aguado, Francisco José Cruz, Chantal Maillard y el biólogo Miguel Delibes de Castro. |
Coto de Doñana, chozas de las marismas: con el escritor Antonio Calvo Laula. |
Coto de Doñana, chozas de las marismas. |
Coto de Doñana, chozas de las marismas: Chari Acal, Fran Cruz y José María Sousa. |
Coto de Doñana, dunas: con José María Sousa y Jesús Aguado |
Coto de Doñana, ojo de las marismas |
En la orilla del mar: con el escultor Antonio Sosa y el pintor Félix de Cárdenas |
Fran y Chari rumbo a Sanlúcar de Barrameda |
Sanlúcar de Barrameda, Casa Bigote: con Antonio Calvo Laula |
De nuevo en el río, rumbo a Sevilla: con el pintor Juan Fernández Lacomba y Jesús Aguado. |
Los siguientes poemas de
Francisco José Cruz, que años más tarde se integraron en su libro Maneras de vivir (1998), surgieron a raíz
de este fecundo viaje.
Maneras de desarbolar
I
La sombra se le queda
desorientada
después de que un hachazo
lo derribara.
La sombra, de repente,
ya no se alarga
ni se acorta. La sombra,
desarraigada,
espera que también
la trunque el hacha.
II
El viento lo sacude
y lo sonsaca.
No sé qué busca el viento
entre sus ramas
que el árbol no descubre.
El viento asalta
su copa y lo registra
y desarraiga,
hasta que, al fin, lo tumba.
El viento pasa.
III
También escucha el árbol
a su manera:
estiradas las hojas,
el tronco alerta
y erguido en su tensión,
porque se acerca
el fuego crepitando
hasta que llega
a su altura. Ni un pájaro
canta su ausencia.
IV
A veces,
vuelve el tiempo
a tener ganas
de que la
eternidad
de un árbol
caiga
sobre
cualquier sopor
de la mañana.
Así, el árbol
se deja
caer sin
lástima,
sin que ni un
solo árbol
mueva una
rama.
Manera de comer
Tengo en el
plato, ya partido,
un pedazo de
carne
de venado que
corre por detrás de las dunas
mientras yo
lo mastico y lo digiero
tan despacio
que acaso
también él se haya parado
en cualquier
tronco absorto del camino.
El cuchillo
raspando sobre el barro del plato
me chilla que
ahora mismo
él escarba en
la tierra.
Y el sabor de
su carne le va dando
al deleite
furtivo de mi lengua
la tensa
fruición de la berrea,
que a la
noche extenúa con su celo.
La salsa me
revela
que acaban de
abatirlo en un recodo
implacable
del bosque.
Cuando dejan
los buitres en la arena
solamente los
huesos
esparcidos
sobre un
charco de sangre,
el plato está
vacío.
Maneras de biólogo
Ha adoptado
la espera de un árbol en medio del invierno.
Sabe quedarse
quieto entre los pliegues absorbentes del día
y pedirle
prestados a un águila los ojos,
que en la
altura contemplan algo que en los suyos no existe.
No busca
descifrar la lengua de los pájaros,
porque ha
descubierto que los pájaros
jamás
necesitaron decir nada.
Ha aprendido
a quitarse las huellas de los pies
y pisar de
puntillas por la sombra de un lince.
A veces, la
belleza es una incógnita del paisaje
y ninguna
ecuación es capaz de despejarla.
Casi siempre
resuelve en el papel
aquello que
en la vida sigue siendo un misterio.
Un asombro
excesivo puede desorientarlo.
Se atreve a
poner nombres a plantas y a insectos
que acaso no
existían por no tener palabra.
Siente mejor
que nadie que él es otro animal.
Por esto,
fácilmente, se olvida de sí mismo
y por esto le
resulta la muerte
la forma más
sencilla de que siga la vida.
El ausente
A Dios le
vienen bien las negaciones
que su ubicua
inmateria provoca en tanta gente.
Controversias
y dudas contribuyen
a que Él siga
haciendo tan sólo lo que crea
conveniente,
sin tener que cambiar
sus programas
de vidas y de muertes,
porque ya
casi nadie lo va teniendo en cuenta.
A Dios no le
interesa que entendamos sus obras,
sus magnánimos
gestos, su visión a distancia.
La ambigüedad
de todo así lo salva
de hacer
revelaciones engorrosas.
Él prefiere
que olvidemos que existe.
Por esto en
cualquier sueño puede darle
por bendecir
a todos
los que jamás
en Él han confiado
y así les
agradezca
la
inestimable ayuda que le siguen prestando
para dejar de
ser alguna vez, quién sabe,
incluso su
inmateria.
Esturión en un acuario
Viene del
origen del mundo, por eso habita
en el fondo
del mar, que es el fondo del tiempo.
Atravesó los
siglos bajo el vidrio cambiante
de las aguas,
para reproducirse
y atender el
reclamo de lo eterno,
hasta llegar
aquí:
espacio en
que el final
del mundo ha
levantado paredes de agua fija.
Quizá busque
salir porque tantea
con sus
barbillas táctiles.
El cristal es
un agua que no tiene retorno
y así la
transparencia no es más que un espejismo.
Extinguida su
especie en esta cuenca
de largas
amalgamas, sobrevive
en el agua
estancada del destiempo.
Por ella sube
y baja, sube y baja,
resignado tal
vez al cautiverio
sin fin que
lo condena
a no volver
al mar y a no morir.
Su destino,
por tanto, sigue siendo
nadar contra
corriente,
aunque ya no
remonte ningún río
y tan sólo se
adapte
a estar fuera
del mundo.
Hoy lo vemos
flotando en un futuro
que no le
corresponde
y, a salvo de
la vida, vive aún.
Coto de Doñana y cuenca baja del Guadalquivir, octubre de 1994.