martes, 24 de mayo de 2011

FRANCISCO JOSÉ CRUZ DESDE SEVILLA. Entrevista de Gloria Luz Ángel.

Es el verano de 2010 en el sur de España y en Sevilla los termómetros han subido hasta los 40° centígrados y más. Es una tarde con un sol brillante y me he citado con el poeta español Francisco José Cruz y su esposa, Chari, en la estación de trenes de esta ciudad. El motivo, hablar con él de poesía, mientras saboreamos un gazpacho y una fritura de pescado y mariscos típica de la región.
–La poesía sencilla, cotidiana, sincera, transparente, urbana como la suya, ¿es la que le llega mejor al lector de hoy, más que la heredada del Siglo de Oro español?
–Por accesible que sea un poema, un lector no familiarizado con la lectura de poesía se queda inevitablemente en el contenido más superficial, perdiéndose esos guiños formales y temáticos que amplían su significado. De ahí que la sencillez resulte engañosa. Además, los estilos se interpenetran y casi siempre hay rasgos de unos en otros. En mi caso, la estrofa cerrada, el metro regular y la rima me apartan de la poesía urbana. Al barroco me acerca el hecho de no rehuir lo desagradable y deforme del cuerpo.

–¿Es su luz interior la que ilumina sus versos?

–Concibo el poema como una ventana a través del cual ver lo que sin él no vería. Quizá la ceguera influya en mi afán de precisión, al punto de documentarme, si es necesario, sobre éste o aquél detalle para redondear una idea o una imagen. A veces creo que soy el intérprete formal de lo que mi mujer observa por mí. A la hora de crear no importa lo mucho o poco que se percibe, sino cómo se elabora lo que se percibe para construir un mundo propio. Según Eugenio Montejo, el lenguaje nos determina tanto o más que nuestros sentidos. Por esto, nuestra visión de las cosas está hecha también de la de los demás, subyacente en la lengua que compartimos.

–¿Cómo convertir la cotidianidad en poesía?
No engañándose a sí mismo, siendo fiel a las experiencias personales y empleando, con el máximo rigor posible, los recursos adecuados a cada poema, sin confundir lo cotidiano con la espontaneidad o la ocurrencia.

–En la poesía, ¿el tiempo es uno solo?

–Es frecuente en mis poemas la contraposición de espacios, tiempos o situaciones con el propósito de abordar el tema desde varios puntos de vistas y transmitir una impresión abarcadora.

–¿Es cierto, como dice Kundera, que el poeta escribe para ser amado y endiosado?
–Es ingenuo e injusto establecer una correspondencia inmediata y completa entre la manera de escribir y la de ser. Para amar a alguien, hay que conocerlo personalmente, pues uno no se dedica en la vida sólo a hacer poemas. Desconcertado ante la existencia misma, yo, al menos, escribo por un profundo sentimiento de precariedad e incertidumbre.

–¿Qué comparación se suele hacer entre la poesía española y la latinoamericana?

–Considero un error poner en un platillo de la balanza a la poesía española y, en el otro, como si se tratara de un bloque homogéneo a la hispanoamericana. Después de quinientos años del descubrimiento, cada país hispanohablante ha desarrollado, con peor o mejor fortuna, sus características más singulares y constantes, que lo identifican dentro de la gran tradición del idioma. Así, la poesía de hoy hecha en España se secaría sin el decisivo aporte de las corrientes de América.

–¿Qué piensa de la poesía de Mario Rivero? ¿Qué otros poetas colombianos tendría en cuenta para una antología u obra completa?¿De los jóvenes, cuáles?
–Debo al generoso empeño de Mario Rivero las ediciones colombianas de mis dos libros anteriores, Maneras de vivir y A morir no se aprende. Aún me conmueve que se ocupara de ellos como si fueran suyos. Antes de tratarlo personalmente, yo ya admiraba en su poesía la soltura del verso libre, tan acorde con el flujo de la ciudad moderna, los vivos retratos de los seres marginales y su sentido de la piedad.
También me acompañan el asombro lúdico de Luis Vidales, el lúcido coraje de María Mercedes Carranza y, especialmente, la finura espiritual de José Manuel Arango. Poeta de estirpe machadiana, que parece caminar mientras contempla el paisaje, sus insinuantes reticencias y sigilosa sabiduría compositiva han guiado mi búsqueda.
Lejos de sentirme un maestro, pienso, sin embargo, que los jóvenes deben saber esperar. Salvo excepciones, muchos entran en las antologías sólo por ser jóvenes, cuando ni siquiera han vislumbrado su propio camino.

–Hábleme de la Biblioteca Sibila-Fundación BBVA de poesía en español, a cuyo consejo editorial pertenece.

–Su propósito es difundir en el ámbito hispánico las obras que jalonan la poesía de cada uno de nuestros países (muchas de ellas aún desconocidas fuera de su entorno de influencia), procurando una visión abierta y orgánica dentro de lo posible. Para ello, hemos ordenado la Biblioteca en cinco colecciones: poesía completa, ensayo, antología, libro histórico e inéditos. Salvo estos últimos, todos los volúmenes llevan un prólogo crítico. Han salido hasta la fecha veinte títulos, entre los cuales hay varios de autores colombianos.

–En la misma Biblioteca Sibila-Fundación BBVA acaba de aparecer El espanto seguro, su libro más reciente. ¿Cuál es su intención respecto a los dos anteriores publicados en Arango Editores?

–Su título es un verso de “Lo fatal”, poema de Rubén Darío, que llevo en la memoria desde mi adolescencia. Junto a los tonos y enfoques predominantes de mis dos libros anteriores, surgen o adquieren más relieve otros, como el amor de madurez, ahondado por el paso de los años, la escalofriante paradoja de sentir el cuerpo propio y ajeno a la vez, y el aguijón del remordimiento. Hay, además, viejos metros y estructuras como el dodecasílabo (sin la fijeza acentual de Juan de Mena o de Darío) y la canción de cuna, con un contenido distinto al tradicional.

Al terminar la tarde, luego de recorrer con ellos el centro de Sevilla, volví a la estación de tren con varios libros bajo el brazo, entre ellos la obra completa del poeta Mario Rivero.

Publicada en Papel Salmón, suplemento del diario La Patria (edición 936, Manizales, Colombia, 10 octubre de 2010).